"...Estar cesante no es un fracaso personal, es el fracaso de un sistema, pues en una sociedad que tiene en su centro al ser humano, nadie sobra..."
De Católicos.cl
Artículo publicado en El Mercurio el 28 de febrero de 2009
† Padre Felipe Berríos S.J.
Capellán "Un techo para Chile"
La generalizada desazón que provoca la aparición de marzo con su tedioso comienzo del año laboral se transforma en añoranza para quienes están cesantes y siguen unas forzadas “vacaciones” que en realidad son una pesadilla.
Tiempo atrás los chilenos se identificaron con la propaganda de un banco comercial que introdujo la expresión: “¿Se te apareció marzo?”. En ella se mostraba la escena de una familia que gozaba de sus vacaciones navegando apaciblemente en un bote en un lago del sur del país. Mientras los relajados turistas contemplaban el maravilloso paisaje, el remero, con un gorro que lo identificaba con el mes de marzo, les destruía el idílico paisaje anunciándoles las posibles catástrofes naturales a que estaban expuestos. Era un presagio de que las maravillosas vacaciones de verano apareciendo marzo se transformarían en una calamidad.
Cerraba el comercial la pregunta “¿Se te apareció marzo?”. Genial fórmula con que los publicistas capturaron la experiencia que vivimos cada año los chilenos al llegar este mes. Aunque ocupa el tercer lugar del calendario, para la inmensa mayoría de los ciudadanos es la fecha real en que comienza el año laboral y académico, y por supuesto, con él la sangría de toda clase de gastos.
En el ambiente de crisis económica que estamos viviendo no he dejado de pensar en esta propaganda. Probablemente a muchos en este año no se les aparecerá el marzo laboral. Solamente se enfrentarán al marzo de los gastos por pagar. Para otros este mes tomará un lugar distinto del año y no durará treinta y un días, seguramente perdurará por meses. Para quien está en edad laboral y tiene responsabilidades quedarse sin trabajo es de las cosas más angustiantes que existen.
La generalizada desazón que provoca la aparición de marzo con su tedioso comienzo del año laboral se transforma en añoranza para quienes están cesantes y siguen en unas forzadas “vacaciones” que en realidad son una insoportable pesadilla. Mientras muchos quejumbrosamente echarán a andar la rutina del trabajo, otros, en cambio, harán llamados, golpearán puertas y repartirán currículos. Percibirán que lentamente el generoso apoyo de los amigos, las probables ofertas laborales y la esperanza se irán evaporando y transformándose en indiferencia.
De las cosas más duras para quien está cesante, además del apremio económico y la incapacidad de poder responderles a sus seres queridos, es la sensación de que la sociedad prescinde de él y que le hace sentir que sobra. Esto lleva a la persona a percibirse como un estorbo, se siente culpable de su situación y la inseguridad lo paraliza.
Junto con quedar cesante comenzará a aislarse. Las interrogantes sobre su lugar de trabajo o el tipo de actividad que realiza con que suelen iniciarse los diálogos se le harán ahora una barrera infranqueable para iniciar una simple conversación. Se irá alejando de las reuniones sociales e incluso esquivará a parientes y amigos pues el trabajo es también un lenguaje de comunicación que él ya no tendrá.
Una persona corriente no podrá revertir la crisis económica ni tampoco podrá darle trabajo al que no lo tiene. Pero todos sí podemos ponernos en el lugar del cesante y darle tiempo, respetarlo, saber escucharlo y jamás cometer la crueldad de crearle falsas expectativas pidiéndole por pedir el currículo o zafándose de él con: “te llamaré”.
Estar cesante no es un fracaso personal, es el fracaso de un sistema, pues en una sociedad que tiene en su centro al ser humano, nadie sobra.
Estar en esa situación es sin duda una de las experiencias más desgastantes que se puede vivir. En muchísimas ocasiones, aún teniendo las competencias o destrezas, o incluso la titulación necesaria (o más), no existe ese espacio en donde uno puede convertir "lo que uno es, lo que uno hace" en un recurso destinado a la familia y a uno mismo.
ResponderBorrarEl dinero en sí no tiene nada de malo, y de hecho en condiciones normales es un recurso más y no el centro de la existencia, pero cuando la situación de no-trabajo se transforma en una espiral permanente, van desapareciendo lentamente los recursos ahorrados, luego la tranquilidad, los amigos, la confianza en uno mismo y por último termina corroyendo la dignidad y lamentablemente la fe. No hay fórmula para salir de esta situación, pero creo que desde la otra vereda, quienes sí están en una situación acomodada, debiesen pensar por un sólo minuto qué significaría para ellos no tener un peso para comprar alimento para los hijos. Si uno de cada diez hiciese eso, probablemente el nivel de decencia en esta sociedad subiría mucho...
-A