14 de noviembre de 2008

MERECEMOS LA VIDA DÁNDOLA


33 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- A




En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira he ganado otros dos." Su Señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor."
Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eras exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo." El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quítenle el talento y dénselo al quien tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil échenlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”.

Mt 25, 14-15.19-21



Hoy escuchamos un Evangelio muy conocido y fácil de entender en su globalidad: la parábola de los talentos. Queda muy claro que un “talento” es un don presente en nuestra vida. Pero –sirvámonos de los datos, que siempre vienen bien en este tipo de circunstancias- ¿qué cosa es un talento? Porque en la Antigüedad significaba una cosa bien diversa de lo que hoy pensamos...

Un talento era una unidad monetaria, en plata, que tenía un peso variable: entre 26 y 43 kilos de peso. Esto significaba, en el mundo antiguo, la cantidad de dinero de 6.000 días de trabajo. Saquemos ahora cuentas: si una persona –cuando dispone de un trabajo- trabaja unos 300 días al año, un talento correspondería a ¡el sueldo de 20 años de trabajo! No queda más que confrontar esta cantidad con lo que vale en nuestros respectivos países la jornada laboral –o el sueldo mínimo mensual- y calcular cuánto son 20 años de trabajo en base a esas cantidades. Se trata –por más que el sueldo mínimo sea miserable en nuestros respectivos países- de una cantidad astronómica de dinero. Por esto, no pensemos en el talento como “una monedita cualquiera” que el señor depositó en las manos de sus empleados, sino de un lingote de plata, pesado y grande.

¿Por qué, digamos, distribuye esta altísima suma de dinero -8 talentos- en las manos de sus empleados? Primero que todo, el dato del viaje es decidor: no existiendo el papel moneda –vale decir, los billetes-, una persona que emprendía un viaje –y un viaje largo, como es el caso del señor de la parábola- no podía llevar mucho dinero, por razón del peso. Entonces, el dinero debía dejarlo en lugar seguro, y llevar una pequeña cantidad consigo, para sustentarse durante el viaje. Otra cosa es digna de notar en este episodio: el señor tiene bastante confianza en sus empleados, como para dejarles toda esa fortuna en sus manos.


Y aquí nos adentramos al meollo de la parábola. Bajemos a niveles más profundos del relato para descubrir que, por un lado, el señor tiene una enorme confianza en sus empleados y, por otra parte, la distribución de las riquezas es desigual. ¿Por qué? Diríamos nosotros, hijos de un tiempo en que la igualdad es un valor fundamental, al menos en teoría. Pues, tal vez el señor de la parábola conocía muy bien a los empleados, en base a lo que el mismo Jesús explica en la parábola: a cada cual según su capacidad. A uno, 5; al otro, 2 y al último, sólo uno. Las sospechas de la poca capacidad del empleado a quien dejó un solo talento se verificarían a su regreso...

Parte el señor, y luego regresa... este es el mensaje fundamental del Evangelio de hoy, y en este punto nos encontramos nosotros. Durante estos últimos cuatro domingos en que viviremos el Tiempo Ordinario, la Palabra de Dios nos hará tomar conciencia, o recordar, que la historia tiene un sentido para nosotros, los cristianos: la vida como la conocemos tendrá un punto final, un momento en el que el ser humano y toda la creación participará de un destino final de vida o de muerte, según la orientación que haya dado cada uno a su vida. Lo recuerda la segunda lectura de nuestra Eucaristía: el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Es el momento en que lo que viví en mi existencia se vestirá de eternidad. Y el discriminar qué me espera pasa por ver qué hice durante el camino con la fortuna que Dios ha puesto en mi vida. No importa si son 5, 2 o un solo talento. Lo importante es que la cantidad de talentos que reconozco en mi vida corresponden a la capacidad que tengo para hacerlos florecer. Y la aventura de hacer producir los talentos es la aventura hacia la felicidad mía, tuya y nuestra. Hoy lo llamaríamos “realización personal”, y está emparentada con el desarrollar un hobby, una habilidad, una vocación, una carrera, una virtud, un arte... como decía Gandhi: El arte de la vida consiste en hacer de la vida una obra de arte. Llegará el momento de mirar cómo fue nuestra vida, larga para algunos, corta para otros.

El proyecto artístico de Dios, para transformar nuestra vida en una obra de arte, pasa por fructificar nuestros talentos. Y la pregunta, saliendo del contexto de la parábola por un segundo, puede ser: ¿cómo hacer fructificar los talentos? Aquí sólo insinuaré una palabra que es capital para nosotros, discípulos de Cristo: el servicio. Porque el que trabaja para sí –digo, para su satisfacción egoísta o para alcanzar más poder- sólo acumula, se infla, y al final, sus obras son estériles. El que aborda un talento en vista de enriquecer a los demás hace mejor a una sociedad, o a una familia. Pensemos en los grandes de la música de cualquier género –clásica, folklórica, rock, jazz-, que expresaron en su música lo que dentro sentían, y nos regalaron canciones y composiciones que incluso a nosotros nos dicen algo o nos recuerdan algo de nuestras propias vidas, con sólo escucharlas. Como un artista, estamos llamados a poner lo nuestro al servicio de los otros. No enterrar el talento y dejarlo sin producir, porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene, dice hacia el final la parábola. ¡Extraña conclusión! ¡Que no la escuchen nuestros economistas y la interpreten en sentido monetario, que ya en la sociedad la economía parece moverse de esta manera! Ciertamente, dejándonos de bromas, no debemos interpretar esta frase en sentido económico. Sigue hablando de los dones y de lo generoso que es Dios con quien es capaz de aprovechar al máximo lo que tiene de dones en su vida. Hay que dar gracias a Dios por lo que descubrimos en nuestra vida –primero que todo, tener el coraje de reconocer que en nuestra vida hay cosas buenas, lo que significa reconocer lo bueno de la creación de Dios dentro de mí- y luego, ¡ponerse a trabajar! Porque –como dice un himno cristiano-:

Sentencia de Dios al hombre

antes que el día comience:

"Que tu pan no venga a tu mesa

sin el sudor de tu frente.


Ni el sol se te da de balde,

ni el aire por ser quien eres:

las cosas son herramientas

y buscan quién las maneje.


El mar les pone corazas

de sal amarga a los peces;

el hondo sol campesino

madura a fuego las mieses.


La piedra, con ser la piedra,

guarda una chispa caliente;

y en el rumor de la nube

combaten el rayo y la nieve.


A ti te inventé las manos

y un corazón que no duerme;

puse en tu boca palabras

y pensamiento en tu frente.


No basta con dar las gracias

sin dar lo que las merece:

a fuerza de gratitudes

se vuelve la tierra estéril.


A fin de cuentas, decía el poeta Rabindranath Tagore, la vida se nos da, y la merecemos dándola. Que así nos encuentre el Señor, cuando regrese. Con nuestras manos llenas de sudor... cansadas, pero llenas de frutos que han hecho felices a los demás, y también a nosotros mismos.


Señor, Dios Nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero.

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