18 de octubre de 2008

¿Del César o de Dios?



29 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- A


En aquel tiempo, se reunieron los fariseos para ver la manera de hacer caer a Jesús, con preguntas insidiosas, en algo de qué pudieran acusarlo.Le enviaron, pues, a algunos de sus secuaces, junto con algunos del partido de Herodes, para que le dijeran:"Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie. Dinos, pues, qué piensas: ¿Es lícito o no pagar el tributo al César?"Conociendo Jesús la malicia de sus intenciones, les contestó:"Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme? Enséñenme la moneda del tributo".Ellos le presentaron una moneda. Jesús les preguntó:"¿De quién es esta imagen y esta inscripción?"Le respondieron:"Del César".Y Jesús concluyó:"Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios".


Mt 22,15-21


Este evangelio nos recuerda un tema que en Occidente está muy en boga en la actualidad. Las palabras nos suenan modernas, y era que no... si continuamente, saliendo a la calle, encendiendo el televisor, navegando en internet, observamos nuestro mundo y todos los mensajes que emanan de muchas fuentes. Elegimos nutrinos de unos y desechamos otros que consideramos menos importantes. Vivimos en una sociedad como el resto de los seres humanos, y diariamente vivimos las exigencias de todos los seres humanos: el trabajo, el estudio, el bienestar de mi familia, los ideales que tengo dentro de mí, los procesos sociales por los que atraviesa mi sociedad, los problemas económicos y... desde mi fe, ¿se pueden iluminar estos problemas? Porque queda la sensación que la fe es una cosa que sólo afecta el aspecto privado de la persona, y no debiera contaminar lo que hago en el enorme escenario donde los seres humanos representamos juntos la obra de la historia. Nos hallamos los cristianos, como dice la Carta a Diogneto –un escrito antiquísimo, posiblemente escrito hacia el año 200 de nuestra era, en Alejandría de Egipto-, los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el país, ni por el lenguaje, ni por la forma de vestir. No viven en ciudades que les sean propias, ni se sirven de ningún dialecto extraordinario; su género de vida no tiene nada de singular (...) Se distribuyen por las ciudades griegas y bárbaras según el lote que le ha correspondido a cada uno; se conforman a las costumbres locales en cuestión de vestidos, de alimentación y de manera de vivir, al mismo tiempo que manifiestan las leyes extraordinarias y realmente paradójicas de su república espiritual. En este punto creo que vale la pena detenerse a pensar, pues desde aquí ya podemos observar qué cosas hay que dar al César. Esto es, participar plenamente de la vida social del lugar donde me encuentro... pero ¿cómo? Con justa razón observamos la grandeza de nuestra sociedad, pero como los lunares en la piel tendemos a identificar con más facilidad sus defectos: el racismo que destruye la convivencia entre las personas sólo por su origen cultural diverso; la política, que a la larga se transforma en un juego de poder entre los partidos dejando de lado el bien común; la corrupción que se instala en la administración pública transforma el acceso a los servicios públicos en una odisea dominada por la ley de la selva; la cesantía hace que perdamos la fe en nuestras capacidades y aumentar las injusticias sociales al haber tanta mano de obra potencialmente barata por la escasez de puestos de trabajo. Esto a todos nos hace perder la esperanza, en mayor o menor medida, ya que intuimos que el bien común que debiéramos estar gozando todos no se está haciendo realidad. ¿cuál es nuestro papel en todo esto?

Entre nosotros, cristianos, no todos somos de una misma clase social. El universo de los discípulos de Jesús es amplísimo, y todos, sin excepción, estamos llamados a hacer nuestras las palabras del Maestro. En primer lugar, el Reino de Dios –que es el tema principal del mensaje del Evangelio, y que pedimos todos los días que venga a nosotros, en la oración del Padre Nuestro- es el empeño porque las cosas sean mejores, cada día, donde me encuentro. La carta a Diogneto continúa: En una palabra, lo que el alma es en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma se extiende por todos los miembros del cuerpo como los cristianos por las ciudades del mundo. Sin importar la clase social, la cultura o los estudios, los cristianos estamos llamados a ser alma donde nos hallemos. Como cuando alguien es muy divertido en una fiesta, decimos que es el alma de la fiesta. Vivimos en familia, somos padres, abuelos, hijos... no debiera darnos lo mismo cuando se cometen injusticias o se vive la mentira en nuestras familias. En el trabajo, es bueno crear un clima de buenas relaciones laborales, lo mismo que en el estudio, con mi solidaridad con el que entiende menos que yo... y en el país, cuando somos llamados a ejercer nuestro derecho al voto para elegir a nuestras autoridades... sí, sabemos que la política está muy desvalorizada últimamente, pero, si paulatinamente nos quedamos callados ante la injusticia... nos hacemos cómplices de ella por omisión. Si los que tenemos conciencia –o creemos tenerla- nos quedamos al margen del proceso, damos pie para que se cometan muchas injusticias por gente inadecuada en el lugar equivocado. Al menos preocupémonos de buscar al menos malo.


Termino estas líneas y sólo me he preocupado de lo debido al César... ¿Y lo debido a Dios? Eso es más fácil pensarlo, por eso no lo he explicitado hoy. Es muy fácil olvidarnos de nuestro rol en la sociedad, como cristianos, y por eso es mejor recordar estos aspectos hoy. Escuchemos lo que en su momento nos dijo la Iglesia en el Concilio Vaticano II:


Cultiven los ciudadanos con magnanimidad y lealtad el amor a la patria, pero sin estrechez de espíritu, de suerte que miren siempre al mismo tiempo por el bien de toda la familia humana, unida por toda clase de vínculos entre las razas, pueblos y naciones.


Los cristianos todos deben tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido de responsabilidad y de servicio al bien común, así demostrarán también con los hechos cómo pueden armonizarse la autoridad y la libertad, la iniciativa personal y la necesaria solidaridad del cuerpo social, las ventajas de la unidad combinada con la provechosa diversidad. El cristiano debe reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales discrepantes y debe respetar a los ciudadanos que, aun agrupados, defienden lealmente su manera de ver. Los partidos políticos deben promover todo lo que a su juicio exige el bien común; nunca, sin embargo, está permitido anteponer intereses propios al bien común.


Hay que prestar gran atención a la educación cívica y política, que hoy día es particularmente necesaria para el pueblo, y, sobre todo para la juventud, a fin de que todos los ciudadanos puedan cumplir su misión en la vida de la comunidad política. Quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer este arte tan difícil y tan noble que es la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal. Luchen con integridad moral y con prudencia contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de un solo hombre o de un solo partido político; conságrense con sinceridad y rectitud, más aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¿Quieres comentar esta noticia?