24 de octubre de 2008

LO MÁS IMPORTANTE





XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- A



En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba:-Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley? El les dijo:"Amarás al Señor tu Dios como todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser". Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas.


Mt 22,15-21





Si Dios no se hubiera revelado en nuestra historia –una larga historia de miles de años, que comienza con la creación misma, y se fue desplegando por los siglos a través de hechos y situaciones de luz y de sombra- no tendríamos la perspectiva que hoy tenemos de mirar la vida. Quiero decir, no es lo mismo observar la vida como lo hace un cristiano de quien no lo es. No es un mero detalle el creer en un Dios que a lo largo de los siglos ha ido sembrando su Palabra en la humanidad... primero en Abraham, luego su familia, luego un pueblo entero –Israel- y luego, porque el amor traspasa las barreras de tiempos y razas, manda a su Hijo. En el libro del Profeta Isaías Dios habla a su Siervo –un personaje misterioso, que nosotros los cristianos intuimos que se trata de una profecía relativa a Jesucristo- en estos términos: es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra (Is 49,6). Como resume la Plegaria Eucarística IV –un hermoso resumen de la historia de la salvación- Jesús se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo.Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para él, que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo. Su mensaje no fue otra cosa que pronunciar, en mil maneras, el amor de Dios. O sea, recordarte, recordarme, que Dios te ama, me ama, nos ama. Que ese Dios Todopoderoso, que parte los cedros del Líbano;hace saltar al Líbano como a un novillo y al Sirión como a un toro salvaje. La voz del Señor lanza llamas de fuego; la voz del Señor hace temblar el desierto,el Señor hace temblar el desierto de Cades. La voz del Señor retuerce las encinas, el Señor arrasa las selvas. En su Templo, todos dicen: "¡Gloria!" (Sal 29,5-9), ese Dios terrible y omnipotente tiene un nombre auténtico, que podemos pronunciar con infinita confianza: Padre. Y la oración más bella que le podemos dedicar a este Dios es precisamente aquella salida de los labios de su Hijo, nuestro Hermano Mayor: Padre Nuestro, que estás en el cielo... tal como Él nos lo mandó (Mt 6,9).

Ante la Ley antigua, Jesús dijo: No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice (Mt 5,17-18) y hoy en este brevísimo evangelio se nos recuerda cuál es el corazón de la Ley de Dios: "Amarás al Señor tu Dios como todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser". Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas. La palabra que surge como motivo fundamental en la Ley de Dios es amar. ¿Amar qué cosa? Pensemos brevemente sobre el amor, yendo al revés de como se presenta el evangelio de hoy, o sea, desde el segundo mandamiento.


Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Suena bien, Todos queremos amar, y también ser amados. Desde niños, lo que conforma la cuna de nuestra infancia no es la casa más bonita, o los padres con tanto dinero como para comprar a su niño un coche con suspensión hidráulica –si es que existen-, sino que es el amor de toda su familia con que se va nutriendo y, a medida que crece, poder contar con personas que a lo largo de sus primeros años va marcando su vida –amigos de infancia, buenos ejemplos, etc-. Y el camino para ser feliz pasa, además, por aprender a amarse. ¿No está escrito: amarás a tu prójimo... como a ti mismo? Esa última parte a menudo pasa desapercibida... si no me amo a mí mismo, ¿Cómo pretendo amar plenamente a otro? Si no me amo, podría sembrar sólo infelicidad en mi camino y en el camino de los demás. Es la situación de muchos que van caminando sin aceptarse plenamente, cuando, sin embargo, no hallarán algo diferente de lo que ya intuyen de sí mismos... pero causa inquietud, miedo, hasta dolor, el hecho de emprender ese viaje hacia adentro, en muchos.


El prójimo... no basta con amarlo en teoría. Valgan las palabras que leemos en la primera carta de Juan de acuerdo con este tema: La noticia que oyeron desde el principio es esta: que nos amemos los unos a los otros. No hagamos como Caín, que era del Maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano, en cambio, eran justas. No se extrañen, hermanos, si el mundo los aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida, y ustedes saben que ningún homicida posee la Vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. ¿Quién es mi prójimo? Siéntate a la mesa con tu familia y lo verás. Abrirás la puerta de tu casa y verás a otros... pero, por el momento, la caridad comienza por casa.


Y amar a Dios... pasa por darle nuestro tiempo. ¿No es verdad que daríamos todo el tiempo, hasta de nuestro descanso, si nuestro hijo o nieto estuvieran enfermos y necesitan de nuestra compañía, consuelo y atención? El mismo orden de prioridades durante la vida acusa recibo del orden de importancia que tienen las personas y situaciones dentro de nosotros. Y qué decir cuando –como dice Mafalda, el personaje argentino de historietas-, como siempre, lo urgente no deja tiempo para lo importante. Dios ¿qué lugar ocupa en tu vida, en mi vida? Mira en tu semana si te detienes a orar, o si le dedicas sólo una de tus 168 horas semanales asistiendo a tu Iglesia el Domingo, Día del Señor... es cierto que eso no hace más omnipotente al Señor, Dios sigue siendo Dios si no vamos a misa o al culto... porque ante todo asistir a la acción sagrada te sirve a ti, me sirve a mí. Hacemos realidad lo que el mismo Maestro dijo, después de instituir la Eucaristía: Hagan esto en memoria mía. Es nuestra manera de recordarlo, como Él quiere que lo recordemos. Y este contacto semanal hace realidad otra cosa: las promesas de Jesús de quien come su carne, y bebe su sangre, para que aquel que lo coma no muera.
Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo» (...)
«Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.
(Jn 6,51-52.53-57)
Hoy se nos recuerda lo más importante: no para oprimirnos bajo su peso, sino que, para que cumpliéndolo –amar, a fin de cuentas- vivamos como hombres y mujeres libres bajo la Gracia. El amor nos ofrece sus alas, para que elevándonos podamos ser más libres, ser más felices, y para que nuestra vida tenga más sentido. Él ha venido para que tengamos vida, y la tengamos en abundancia.

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad; y, para conseguir tus promesas, concédenos amar tus preceptos.

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