PENTECOSTÉS A
Al anochecer del día de la resurrección, estaban reunidos los discípulos en una casa con las puertas bien cerradas, por miedo a los judíos. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo:
«La paz esté con ustedes».
Y les mostró las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús les dijo de nuevo:
«La paz esté con ustedes».
Y añadió:
«Como el Padre me ha enviado, yo también los envío a ustedes».
Sopló sobre ellos y les dijo:
«Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, Dios se los perdonará; y a quienes se los retengan, Dios se los retendrá».
Jn 20, 19-23
Ven, oh luz verdadera. Ven, misterio escondido
Ven, tesoro sin nombre. Ven, felicidad interminable.
Ven, luz sin ocaso.
Ven, esperanza de todos los que deben ser salvados.
Ven, esplendor de todos los que se han dormido.
Ven, oh poderoso, que siempre creas y recreas y
transformas con tu solo deseo.
Ven, oh don invisible.
Ven, Tú que siempre permaneces inmóvil
y en cada instante todo entero te mueves
y ven a nosotros, oh Tú que estás por encima de
todos los cielos.
Ven, oh nombre predilecto y pronunciado por doquier.
Ven, alegría eterna.
Ven, púrpura del gran rey, nuestro Dios.
Ven, Tú que has deseado y deseas mi alma miserable.
Ven, Tú él son... porque tú lo sabes, yo estoy solo.
Ven, Tú me has segregado de todo
y me has hecho solitario en este mundo.
Ven, Tú mismo transformado en mí deseo ardiente,
Tú que has sacado mi deseo de Ti,
El absolutamente inaccesible.
Ven, aliento mío, vida mía.
Ven, consuelo del alma mía.
Ven, alegría mía, gloria mía sin fin.
San Simón, el nuevo teólogo (942-1022).
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La lectura evangélica de la celebración del día de Pentecostés nos traslada a la aparición de Jesús en Jerusalén, en medio de sus Apóstoles reunidos, estando las puertas cerradas, subraya el evangelista; Jesús enseña sus manos y su costado. ¿Hay que relacionar con esta acción el gesto de saludo que Jesús dirige a sus discípulos: "Paz a vosotros"? Es evidente que no se trata de un saludo cualquiera: por una parte, al mostrar Cristo sus llagas a sus discípulos, les tranquiliza en cuanto a su identidad; éste sería más bien el tema de Lucas. Para Juan, el saludo indicaría una vinculación con la Pasión y la Resurrección, que son fuentes de paz. Ahora que san Juan refiere con frecuencia: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo" guarda relación con otros pasajes en los que encontramos este paralelismo entre la actividad del Padre y la del Hijo, y entre la actividad del Hijo y sus discípulos (ver. p. ej.: Jn 6. 57; 10, 15: 15, 9; 17, 181. Sin embargo, para Juan esta estructura de la frase es mucho más que un simple paralelismo, más aún que la afirmación de la divinidad de Cristo que actúa con el Padre; en esta frase hay que ver la teología de la participación de todos los que creen en la vida misma del Padre con relación a su Hijo. La frase termina de una manera abrupta, sin complemento de lugar: "Os envío yo". Estas palabras dicen, mucho más que un lugar a donde ir, una misión que hay que cumplir. ¿Qué misión es ésta? Desde luego, la de perdonar los pecados, que les va a encargar a continuación. Pero como Cristo emplea un paralelismo entre las actividades de su Padre y él, y entre su propia actividad v sus discípulos -"Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo"-, se tratará, en cuanto a los discípulos, de continuar lo que se le impuso a Jesús para la reconstrucción del mundo: "Realizar las obras del Padre". Como Jesús ha revelado y dado a conocer al Padre, así también deberán los discípulos dar a conocer la persona de Jesús. Con todo, se plantea un problema: Cristo confiere aquí el Espíritu; ¿cómo podemos considerar este acontecimiento en relación con Pentecostés?
-Se llenaron de Espíritu Santo
San Lucas nos relata en los Hechos la venida del Espíritu sobre todos los discípulos reunidos. Los Hechos emplean los términos clásicos del Antiguo Testamento, para describir esta venida del Espíritu del Señor. Hemos visto más arriba lo habitual que es este marco en la Escritura: una ráfaga de viento fuerte, una especie de fuego que se divide en lenguas que se posan sobre cada uno. Entonces refiere Lucas el fenómeno que se produce: cada cual oye a los discípulos hablar en la lengua que él habla, y ellos proclaman las maravillas de Dios.
Así pues, aquí sitúa Lucas el don del Espíritu. En el evangelio de este mismo día, Juan acaba de situarlo al anochecer del día de Pascua... ¿Existe oposición entre el relato de los Hechos y Juan? ¿Ha juntado este Pentecostés y Pascua? Según algunos exegetas, no quiso Juan distinguir ambos momentos, sino expresar el misterio Pascual como un todo. Juan habla
, sin duda, del don del Espíritu por Cristo para la misión de los discípulos. Pero también Lucas en los Hechos (1, 2) anticipa Pentecostés cuando refiere la elección de los Apóstoles bajo la acción del Espíritu Santo (Hech 1, 2). Parece más exacto decir que todos estos hechos, en su conjunto, preparan la venida definitiva del Espíritu. Cuando se dice que la Iglesia nació el día de Pentecostés, se fuerza indudablemente la realidad de los acontecimientos. También nació la Iglesia del costado de Cristo, en el Calvario. Las sucesivas apariciones de Cristo, después de su resurrección, son también una manera de mostrar las etapas de formación de la Iglesia. La Iglesia nació del Calvario y de la resurrección de Cristo lo mismo que nace del Espíritu de Pentecostés. Todo el capítulo primero de los Hechos muestra esta formación progresiva, aun antes de que sea presentado Pentecostés con la efusión del Espíritu, en el capítulo segundo. Si san Lucas insiste más en los hechos históricos, san Juan se fija más en la unión íntima entre el Calvario, la resurrección y las apariciones, y el don del Espíritu para la formación de la Iglesia.
Para nosotros es importante ver cómo entiende la liturgia el texto que se proclama hoy en unión con la lectura del relato de Pentecostés, en la primera lectura y en la segunda, en la que san Pablo recuerda el bautismo en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo.
-Bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo
Una vez mas, superando las dificultades exegéticas sin ignorarlas, la celebración litúrgica de la Palabra tiene su propia manera de presentar los textos escriturísticos para ayudar a vivirlos.
En la segunda lectura, nos presenta san Pablo sus experiencias del Espíritu en la Iglesia. La describe aludiendo a sus diversas manifestaciones, pero insistiendo en la unidad del Espíritu que así se manifiesta de distintas maneras. Se tiene la impresión de que san Pablo une la diversidad de estas manifestaciones con las diversas funciones necesarias para la vida de la Iglesia, pero aquí también, estas diversas actividades provienen de un mismo y único Espíritu. Lo importante y lo que a todos nos afecta, es que cada uno de nosotros tenemos que manifestar el Espíritu. Recibimos, en efecto, el don de manifestarlo, y esto con miras al bien de todos. Cuando en esta misma carta, de la que leemos hoy un pasaje, explica Pablo a los Corintios la diversidad de dones y servicios en la Iglesia, muestra cómo la riquísima unidad de ésta tiene como origen la diversidad de dones. Pluralismo de dones, pero con la mira puesta en la unidad y en la formación, cada vez más firme de un solo cuerpo. Por eso, para describir la diversidad que da origen a la unidad de la Iglesia, utiliza san Pablo la imagen del cuerpo humano. Un solo cuerpo de Cristo en un mismo Espíritu. Todos hemos saciado nuestra sed bebiendo de un solo Espíritu, y, por nuestro bautismo, formamos todos un solo cuerpo. El evangelio de Juan nos detiene precisamente en un momento en que Cristo confiere un carisma particular a los Apóstoles: el de perdonar los pecados e ir a predicar. Este es uno de los carismas que construyen la Iglesia. San Lucas, en los Hechos, menciona la venida del Espíritu: para él, esta venida afecta a la Iglesia que se dirige al mundo entero y que, al hablar las lenguas, une a todos los pueblos; es la reconstrucción del mundo destruido, la derrota del signo de Babel que no es ya otra cosa que un mero recuerdo. En adelante, será preciso que el cristiano pueda acordarse siempre de esta efusión del Espíritu sobre los Apóstoles, y que recuerde su propio bautismo para descubrir en los demás lo que el Espíritu quiere de ellos, según su don particular, para bien de la asamblea; es necesario también que el cristiano descubra su propio don particular para el servicio de todos. Este don de Pentecostés no es el punto de partida de una especie de triunfalismo de la Iglesia; al contrario, es para ella el punto de partida para tomar conciencia de lo que debe comunicar a cada uno de sus miembros, de los dones del Espíritu que está encargada de conservar, y de alentar para el bien de todos.
-El Espíritu hoy
La secuencia del día de Pentecostés canta en estilo grandioso, un poco anticuado quizá, la alegría de la Iglesia y todo lo que el mundo debe al Espíritu Santo. Porque la actividad del Espíritu no ha cesado. Pentecostés fue, sin duda, un momento cumbre en el que el Espíritu aseguró su liberalidad, pero, como subrayaba san León, el Espíritu había actuado ya antes de Pentecostés, no habiendo dejado de actuar desde entonces. El Vaticano II, en sus Constituciones y Decretos, no ha escatimado sus alusiones al Espíritu Santo, y sería un trabajo bonito hacer un estudio de la teología del Espíritu Santo en los documentos de este concilio.
Al parecer, los católicos de hoy limitan demasiado la actividad del Espíritu Santo, cuando investigan sobre el dogma o adoptan decisiones motivadas por las circunstancias presentes en que vive la Iglesia. Olvidan excesivamente la actividad constante del Espíritu en cada sacramento. Todo cristiano sigue viviendo influido por el Espíritu de su bautismo y de su confirmación; siempre es el Espíritu el que confirma nuestra fe y nuestra unidad cada vez que participamos en la eucaristía, y la epiclesis introducida en nuestras novísimas plegarias eucarísticas debe recordarnos la intervención del Espíritu no sólo en cuanto a la transformación del pan y del vino, sino también en lo referente a la solidez de nuestra fe y a nuestra unidad en la Iglesia. El Espíritu actúa asimismo en la ordenación sacerdotal, para conferir al que es llamado la potestad de actualizar los misterios de Cristo; el Espíritu está presente también en el sacramento del matrimonio, asegurando a los esposos la fuerza de la fidelidad, su unión recíproca a imitación de la unión de Cristo con su Iglesia. Así pues, en todo momento estamos "impregnados" del Espíritu. No hay una reunión de oración, no hay una liturgia de la Palabra en la que no actúe el Espíritu para posibilitarnos orar y dialogar con el Señor, presente entre nosotros por la fuerza del Espíritu que da vida al texto escriturístico proclamado. Es el Espíritu quien nos hace clamar: "¡Padre!".
ADRIEN NOCENTEL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL SAL TERRAE SANTANDER 1981, pág. 247-252
Dios nuestro, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia extendida por todas las naciones; concede al mundo entero los dones de tu Espíritu Santo y continúa realizando hoy, en el corazón de tus fieles, la unidad y el amor de la primitiva Iglesia.
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