23 de mayo de 2008

Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre



CUERPO Y SANGRE DE CRISTO- A


En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos:
"Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de esta pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida".
Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí:
"¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?"
Jesús les dijo:
"Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece
en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come
vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre".
Jn 6,51-58


Asumir la conciencia de pueblo

Quienes concurrimos todos los domingos a celebrar en comunidad la Eucaristía, quizá podamos sentirnos sorprendidos de que hoy celebramos la fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, ya que lo hemos hecho el Jueves Santo y lo hacemos cada domingo. Sin embargo, siguiendo antiguas tradiciones, hoy procuraremos centrar con más intensidad nuestra mente y nuestro corazón en el misterio eucarístico, asumiendo toda su rica vivencia religiosa y testimoniando, al mismo tiempo, nuestra fe y nuestra vida comunitaria.


Nuestras reflexiones girarán sobre este eje central: en la Eucaristía celebramos nuestra Alianza con Dios por medio de una comida ritual. Meditemos lo que esto significa como vivencia religiosa.
Cuando las tribus hebreas que huían de Egipto se reunieron en el desierto, fueron tomando conciencia de que necesitaban unirse como pueblo y establecer cierta ley común que rigiera su conducta y las relaciones entre los diversos grupos.


Así surge la celebración de la alianza que se hizo según las costumbres de la época. Observemos, en primer lugar, que la alianza era el compromiso entre todos los miembros del pueblo de aceptar un código común y de asumir en común la empresa de conquistar la tierra prometida. Este código es considerado como venido de Dios, de tal forma que el Señor sale garante del pacto. Por eso el pueblo, al conocer el texto del código -los diez mandamientos- exclamó: «Estamos resueltos a cumplir todas las palabras que el Señor ha pronunciado.» Aquella celebración fue, entonces, la afirmación en el sentido de su comunidad y el asumirse como pueblo unido bajo la dirección de Dios. Aquel día manifestaron su fe, su obediencia al Señor y la unidad existente entre todos ellos por un pacto de sangre. Y éste puede ser el primer sentido de esta festividad del Corpus: con su tradicional procesión en la que participa todo el pueblo con sus autoridades y demás instituciones, afirmamos que somos un pueblo y que queremos reforzar los lazos de unidad y pertenencia.


Es cierto que en toda Eucaristía se pone de relieve este aspecto, pero hoy lo hacemos con una carga emocional mayor.


Hoy descubrimos que somos algo más que un pequeño grupito dominical y que, más allá de muchas diferencias, hay una fe común que nos une y que, de una u otra forma, compartimos la misma comunidad que acepta la soberanía de Dios y el código del Evangelio.


En la última cena Jesús selló la unidad de su comunidad. Y si bien esa misma noche se dispersarían, volverían a reunirse después de la resurrección recordando eI mandato del Señor: «Haced esto en recuerdo mío.» La fiesta del Corpus es como la voz de la conciencia de la comunidad que, año tras año, vuelve a afirmar su verdad: somos el pueblo unido del Señor; celebremos su alianza.

Ofrecer nuestra vida

Y esta fiesta del pueblo que celebra su alianza se realizó mediante un sacrificio a Dios. Los hebreos eran conscientes de que ellos existían como pueblo gracias a Yavé, que los había liberado de la esclavitud y los había congregado en el desierto (primera lectura). Eran el pueblo de Dios y le pertenecían.


En la antigüedad esa pertenencia se expresaba a través de los sacrificios humanos. Las víctimas cuya sangre se derramaba sobre el altar, en realidad morían en lugar de todo el pueblo. Más tarde los sacrificios de animales sustituyeron a los humanos, pero con la convicción de que la sangre de los animales no era más que la sustitución de la sangre de los miembros de la comunidad. La sangre era el símbolo de la vida; derramar dicha sangre era afirmar que sus vidas pertenecían a Dios.


Ahora comprendemos mejor las palabras de Jesús: «Esta es mi sangre, la sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos." Jesús, de una vez y para siempre, hizo a Dios la ofrenda de toda la humanidad mediante la ofrenda generosa de su propia vida. Y aquí encontramos el segundo elemento de reflexión para esta fiesta del Corpus: por un lado, damos gracias a Jesucristo que derramó su sangre por la vida de todos, haciendo así de nosotros el pueblo del Dios de la vida. Esta es nuestra «eucaristía», es decir, nuestra acción de gracias.


Por otro lado, ofrecemos a Dios nuestra vida, o lo que es lo mismo, ponemos nuestra vida y nuestros bienes al servicio común del pueblo. En efecto, Dios no necesita nuestra sangre ni nuestro trabajo ni nuestros bienes, pero sí los necesitan otros miembros de la comunidad a quienes hoy debemos devolverles lo que no es nuestro, porque es un bien común. Al celebrar la Eucaristía renunciamos a la pertenencia exclusiva de nuestra propia vida y de nuestros bienes, y reconocemos que son un bien de toda la comunidad.


Sin esta ofrenda -sin este sacrificio- el culto de hoy seguirá siendo un culto vacío y sin sentido alguno. La Eucaristía es un acto de responsabilidad y para gente que tiene un gran coraje y una gran generosidad. La Eucaristía nos desafía a que no retengamos nuestra vida como una propiedad privada... Nuestra vida -como la de Cristo- pertenece a Dios, y por Dios, a todos los hermanos.

Celebrar la amistad




Y hay un tercer elemento en esta fiesta. Era costumbre en los ritos de la antigüedad que, después del sacrificio, todos los presentes comieran la carne sacrificada como signo de comunión con Dios y con los hermanos.


Así lo hacemos hoy en la Eucaristía: comemos el cuerpo de Cristo y bebemos su sangre; cuerpo y sangre que también son los nuestros. En otras palabras: tampoco Dios retiene la ofrenda para sí como una propiedad privada sino que nos la devuelve comiendo con nosotros. Así Dios rubrica su amistad con el pueblo, nos considera miembros de su familia y nos urge a compartir la vida de todos los hermanos.


Por eso una Eucaristía sin la comunión de todos los participantes es casi un gesto sin sentido. ¿Por qué? Porque rechazamos el alimento que Dios nos ofrece. Si hemos venido para ofrecer lo nuestro a Dios y nos alegra que El lo reciba, ¿por qué rechazar lo que Dios nos ofrece como respuesta y como signo de amistad y comunión? Así lo interpretó Jesús cuando dijo: "Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros... El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él... Este es el pan bajado del cielo..." (Evangelio).


La Eucaristía es una comida... Así como manifestamos la amistad comiendo con los amigos y nadie rehúsa sin motivo serio una invitación de amigo, así expresamos nuestra amistad con Dios y con los hermanos en la fe: comiendo juntos el pan y el vino, símbolos de la totalidad de nuestra ofrenda.


Al comer juntos en la Eucaristía les decimos a los hermanos: Esta es mi vida entregada por vosotros. Y, por otro lado, recibimos a los hermanos como vida nuestra. Comulgar es darse a los demás, y es también recibir a los demás. Saber aceptar al extraño en nuestro grupo, en nuestra mesa, en nuestro estrecho círculo..., todo eso significa comulgar juntos en la Eucaristía. Bien lo recuerda Pablo: «El cáliz de nuestra Eucaristía, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan» (segunda lectura).

Concluyendo...

Bien vemos, entonces, que tiene un gran sentido el que toda la comunidad religiosa y civil se haya reunido para celebrar su alianza por medio de la Eucaristía. ¡Y cuánta necesidad tiene nuestro país de afianzar los lazos de la unidad! Si viviéramos a fondo la Eucaristía, ¡qué cerca sentiríamos a tanta gente de la que tontamente nos sentimos distantes por una idea política o por un esquema social! Al celebrar hoy a quien nos ha reunido como pueblo, celebremos nuestra amistad, nuestra unidad y el compromiso de dar todo lo nuestro por el bien de la comunidad.


SANTOS BENETTI

CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A.3º

EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 30 ss.

¡Oh Dios!, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión; te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentamos en nosotros los frutos de tu redención.

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