IX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- A
No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?”. Entonces yo les manifestaré: “Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal”.
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande».
Mt 7,21-27
Cumplir la voluntad del Padre
No bastan las súplicas ni los homenajes al Señor. Este es el sentido evidente del texto que se proclama hoy. La oración litúrgica no basta; pero tampoco bastan otras actividades que en sí mismas se orientan a Dios y que a primera vista parecerían inspiradas para su servicio, como profetizar, expulsar demonios, realizar milagros. El grito que surge de la fe, las súplicas no bastan: hay que cumplir la voluntad del Padre que está en los cielos. Y quien no adopte esta actitud se verá tratado como un desconocido que ha cometido el mal. Esta afirmación de Jesús es importante; y es siempre de actualidad. Quien actúa según lo que aquí enseña Jesús, quien busca y trabaja por cumplir la voluntad del Padre edifica su casa sobre roca. Nada puede derruirla. Y por el contrario, quien no atiende esta Palabra edifica sobre arena y su casa se vendrá abajo con estrépito.
El ejemplo es simple y muy claro. Debe hacemos reflexionar. La mera fe, la devoción, incluso la confianza en el Señor, no bastan. Vayamos más lejos: las prácticas de piedad, las celebraciones litúrgicas, la frecuencia de sacramentos podrían crearnos ilusiones engañosas sobre la rectitud de nuestra vida cristiana. Hay otros signos que no pueden engañarnos y que nos proporcionan una claridad decisiva: ¿Cumplimos la voluntad del Padre? Podemos actuar en nombre de Jesús, incluso como ministros y representantes suyos; nada de esto tendrá valor en los últimos días si no hemos cumplido la voluntad del Padre.
Se invita al cristiano a verificar la lealtad de su conducta. Ninguna práctica, ni las sacramentales, ningún esfuerzo por la "causa" de Dios tiene valor si no están acompañados de una voluntad práctica de obedecer a lo que quiere el Señor.
Con esto se pone fin a toda posible hipocresía y se nos dan pautas bien claras sobre lo que nos espera. Dios no nos reconocerá por nuestra oración, por nuestra práctica de la vida cristiana, si lo uno y lo otro estaban confinados en un ritualismo o en un activismo centrados en nosotros mismos. Tenemos que someternos a la iniciativa de Dios y trabajar por conocer lo que quiere de nosotros. Se trata de un conocimiento simple que se expresa en el conocimiento que El mismo nos ha dado de su voluntad en los mandamientos y muy en particular en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Fe, oración, devoción sólo tienen valor si están fundamentados en la puesta en práctica de la voluntad de Dios. Sin embargo, no se puede acusar a este pasaje del evangelio de "moralismo". Porque el cumplimiento de la voluntad del Padre no es solamente de orden moral, sino que conlleva también nuestra propia construcción. El ejemplo de la casa construida sobre roca o sobre arena nos invita a comprenderlo de este modo. Actuar según Dios es construir tanto para esta vida de acá abajo, como para la vida eterna. El hombre "sólido" que entrara "justificado" en el Reino, "construido en Dios", es aquel que ha cumplido la voluntad del Padre.
Meteos mis mandamientos en el corazón
A S. Mateo le bastaba con remitirse al Deuteronomio para referir las palabras de Jesús sobre la actitud del discípulo deseoso de cumplir la voluntad del Padre. Este texto nos ayuda a captar mejor el aspecto constructivo de la obediencia al Padre.
En la primera parte del libro del Deuteronomio, Moisés explica ampliamente el significado de la Ley. Es, sobre todo, un don de amor dado por Dios que quiere construir su pueblo. La Ley sella la Alianza y garantiza su estabilidad y solidez, a la vez que recuerda constantemente el deber de fidelidad. Obedeciendo a la Ley, el Pueblo de Dios se va construyendo progresivamente. Se hace responsable de lo que es y de lo que llegará a ser. Por eso el texto que hoy consideramos está tan lleno de imágenes en sus recomendaciones: meter los mandamientos en el corazón, atarlos a las muñecas como señal, fijarlos en la frente como una marca distintiva.
El pueblo amado de Dios tiene, así pues, que hacer continuamente una opción y según la dirección de su elección sera bendecido o maldecido por Dios. Sin duda alguna se trata, sobre todo, de la fidelidad al Dios único y de la renuncia a los demás dioses. Pero se trata también de seguir los caminos trazados por el Señor: expresión que el Antiguo Testamento emplea muy frecuentemente y de un modo particular en los Salmos.
Cumplir lo que manda el Señor es construir la Alianza, es caminar por los caminos del Señor. Se trata por tanto de una actitud positiva y no solamente de una obligación pasiva. El cristiano de hoy se realiza, y realiza con el Señor la construcción de su Pueblo, siguiendo la voluntad del Padre.
No se equivocan del todo quienes a veces consideran al catolicismo como una religión del culto y un sacramentalismo. La equivocación está en juzgar al catolicismo por lo que hacen los católicos. Pero de hecho, el Señor se expresó con toda claridad y basta volver a sus palabras para caer en la cuenta de que ni la fe ni los sacramentos bastan para construir al cristiano y edificar el Reino. El constructor es el mismo Dios; El es el Señor de la Alianza y ésta solamente puede dar fruto y ocupar un puesto firme en el diálogo entre Dios y el hombre, a partir del momento en que el hombre consiente en elegir la voluntad del Padre.
Justificados por la fe
Este fragmento de la carta a los Romanos nos da la oportunidad de relacionar las enseñanzas de la lectura del Deuteronomio y del Evangelio. Aparentemente, S. Pablo entra en contradicción con la enseñanza de Cristo. Una lectura superficial de este texto podría inducirnos a creer que el Apóstol, lejos de barruntar la importancia de la práctica, cree, por el contrario, que toda la cuestión radical está en la fe; "pensamos que el hombre se hace justo por la fe, independientemente de los actos prescritos por la ley de Moisés".
Perplejidad: Jesús afirma según S. Mateo, que ni la fe, ni el clamor de la oración y de la devoción bastan para salvar al hombre; S. Pablo parece afirmar que la fe justifica independientemente de los actos...
Nos encontramos ante el problema protestante de la "sola fe" que justifica. Sabemos que la Iglesia católica no admite la expresión en su carácter absoluto. ¿Se separa en este punto del pensamiento de S. Pablo o el Protestantismo ha exagerado el alcance de la afirmación de S. Pablo?
No se trata de entrar ahora en discusiones teológicas, pero no podemos dejar de dar alguna respuesta al problema planteado, tanto más cuanto que el azar de la lectura continuada ha yuxtapuesto este texto de S. Pablo a los otros dos. O entra en contradicción con ellos o les proporciona una luz suplementaria e incluso necesaria.
Hay que subrayar un primer punto que ya lo subraya también S. Pablo en la primera frase del texto proclamado hoy: todos los hombres están dominados por el pecado. Habría motivos para caer en la desesperanza si la misericordia de Dios no interviniera. Pero el Señor ha manifestado su misericordia y concedido la justificación. La condición necesaria para que esta misericordia se realice en nosotros es la fe en Jesucristo. Dios ha querido este nuevo orden de cosas: la salvación en Jesucristo independientemente de la Ley antigua. Este camino nuevo de salvación ya había sido, por lo demás, anunciado por la Escritura, pues la Ley y los Profetas encuentran su realización en Jesucristo. Puesto que todos somos pecadores, puesto que no podemos salir por nosotros mismos de esta situación y puesto que las obras de la Ley que debemos cumplir con nuestras propias fuerzas están más allá de nuestras posibilidades, Dios nos da la salvación por su sola gracia, por la fuerza de la redención realizada en Cristo Jesús. Pero es preciso aceptar este don creyendo en quien nos lo proporciona por su muerte; Dios expuso en la cruz a Cristo para que, mediante la ofrenda de su sangre, se convierta en perdón para cuantos creen en El. Cristo es para nosotros justicia, santificación y redención (1 Co 1, 30). La nueva Alianza se ha concluido en la sangre de Cristo (1 Co 11, 25). A quien no había tenido experiencia alguna de pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que en El nosotros nos convirtamos en justicia de Dios (2 Co 5, 18.21). Para ser salvados precisamos, por tanto, acoger, en la fe, el amor de Dios para con nosotros y el don de salvación que nos hace en Jesucristo. S. Pablo insiste en esta gratuidad de la salvación y en nuestra fe como condición indispensable para que la salvación llegue a tomar cuerpo en nosotros. Pero es necesario interpretar con mucha prudencia el pensamiento de S. Pablo. Si situamos su pensamiento en el contexto de todos sus escritos, veremos cómo S. Pablo estaba muy preocupado por aquellos que se imaginaban poder hallar la salvación por sí mismos.
Y se detiene una y otra vez en subrayar la gratuidad del don de la salvación. Por tanto, es necesario creer. Pero ello nada quita, en la doctrina de S. Pablo, de la necesidad del esfuerzo humano. En su carta a los Gálatas recuerda el deber de actividad que tiene el cristiano y la necesidad de las obras para la salvación. Les enseña, en primer lugar, que deben producir los frutos del Espíritu que actúa en ellos y enumera los vicios que excluyen del Reino. Les recomienda crucificar la carne con sus pasiones y sus codicias (Ga 5, 22.25). Aunque el cristiano no está sometido a la Ley antigua, sí lo esta a la Ley de Cristo cuyo cumplimiento se realiza en primer lugar mediante la caridad (Ga 6, 2). Un poco después escribe: "Quien siembra en el Espíritu, recogerá, del Espíritu, la vida eterna... Practiquemos el bien para con todos..." (Ga 6, 8-10).
En la carta a los Romanos, S. Pablo les anima a renunciar al pecado (Rm 6, 2.6.12-14) y a los Filipenses les escribirá que es preciso trabajar con temor y temblor en su salvación (Flp 2, 12). Por lo demás, S. Pablo considera al predicador como aquel que exhorta a la obediencia de la fe (Rm 1, 5). Más adelante, en un bello desarrollo sobre la justicia de Dios anunciada por Moisés, S. Pablo volverá a escribir sobre la obediencia a la Buena Noticia (Rm 10, 16). Al final de su carta a los Romanos, hablando de las naciones paganas, mencionará otra vez la obediencia de la fe (Rm 16, 26). Es cierto que la fe en Cristo es la única manera de obtener la salvación, pero esta fe supone y consiste en la obediencia al Evangelio. La fe supone un compromiso de toda la existencia y si la fe sola puede salvar, porque solamente Cristo nos puede comunicar la salvación, es porque esa misma fe supone una respuesta a Cristo, una adhesión a su persona y a su Evangelio.
El cristiano se encuentra, pues, enfrentado a una opción que le libere y le haga responsable de su propia construcción y de la del Reino.
ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 6
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 9-21
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 15-19
Señor nos acogemos confiadamente a tu providencia, que nunca se equivoca; y te suplicamos que apartes de nosotros todo mal y nos concedas aquellos beneficios que pueden ayudarnos en la vida presente y futura.
Señor nos acogemos confiadamente a tu providencia, que nunca se equivoca; y te suplicamos que apartes de nosotros todo mal y nos concedas aquellos beneficios que pueden ayudarnos en la vida presente y futura.
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