I DOMINGO DE CUARESMA- A
En aquel tiempo, Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado por el demonio. Y después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, al final tuvo hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo:
"Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes".
Jesús le respondió:
"Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios"".
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo:
"Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Mandará a sus ángeles que te cuiden y te tomarán en sus
manos, para que no tropiece con las piedras tu pie"".
Jesús le contestó:
"También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"".
Luego lo llevó el diablo a una montaña muy alta y mostrándole la grandeza de todos los reinos del mundo le dijo:
"Todo esto te daré si te postras y me adoras".
Jesús le replicó:
"Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, sólo a él darás culto"".
Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.
Mt 4,1-11
Alessandro Pronzato
El Pan del Domingo
Ciclo A
Edit. Sigueme, Salamanca 1986.Pág. 52 Ss.
La página del evangelio que se nos propone en este primer domingo de cuaresma se coloca en un contexto bien preciso (el desierto) y tiene un contenido bien definido (las tentaciones): Es oportuno aclarar los términos. El desierto, en la tradición bíblica, es un término «ambivalente». En el antiguo testamento, en efecto, se entrelazan dos teologías del desierto. Según la primera, el desierto es el lugar de encuentro con Dios, de la intimidad con él, del diálogo contemplativo. Como una especie de prolongación del paraíso perdido. Aquí Yahvé llama a su pueblo para hacerle escuchar su palabra, para establecer con él una alianza. Pero el desierto es también una tierra inhóspita, árida, dura, donde todo habla de muerte. Es el anti-Edén. Dominio de los demonios. Lugar en donde es necesario afrontar el combate con el adversario.
Consiguientemente tierra de bendición y maldición al mismo tiempo. Oasis benéfico y prueba horrible. La tentación no es el escándalo y tampoco, genéricamente. Ia incitación al mal. Se trata de un poder en acción. Un poder con manos a la obra, con la intención precisa de romper, de separar. El verbo griego, y su equivalente hebreo que nosotros traducimos por "tentar", significan literalmente probar una cosa o a una persona, como intentando probar su resistencia, controlar su constancia. La imagen puede ser la de probar la reciedumbre de una tela. En el relato de Mateo el tentador por excelencia intenta separar a Jesús del proyecto del Padre, o sea del camino de un Mesías doliente, humillado, rechazado, para hacerle tomar un camino de facilidad, de triunfo y de poder. El diálogo se desarrolla a golpe de citas de las sagradas escrituras. El diablo, para separar a Jesús del camino de la cruz, le propone las varias esperanzas mesiánicas del tiempo.
Ante todo, un mesianismo concebido como esperanza terrena, limitado al bienestar económico (transformar las piedras en pan). O sea, reducir la esperanza de la salvación a un proyecto material. Seguidamente, un mesianismo bajo el signo de lo espectacular (tirarse abajo desde el alero del templo), que evite el camino difícil de la fe para abrirse hacia un escenario donde se obliga a Dios a continuas intervenciones milagreras, de tal manera que quiten toda clase de dudas. Finalmente, el mesianismo encarnado de los zelotas: el del poder de la política, de la acción revolucionaria. No el camino del amor y de la libertad, sino la vía más breve del dominio, de la fuerza (¡naturalmente para la mayor gloria de Dios!). Jesús rechaza decididamente estas sugerencias y ratifica su firme voluntad de seguir el camino establecido por el Padre, aunque no coincida con las esperanzas de sus contemporáneos.
Reafirma la propia fidelidad al proyecto divino, sin ninguna concesión a desviaciones a lo largo de las vías más breves del éxito y de la popularidad. Recuerda que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». O sea, que el hombre es algo más que el estómago y que la cartera. Que sus horizontes no pueden ser confiscados por la búsqueda exclusiva del bienestar económico, del placer. Que sus ideales no pueden ser sacrificados a las modas y a los conformismos. Que el hombre está en esta tierra no sólo para producir, consumir, acumular, hacer carrera. Que tiene que aprender a tener hambre y sed de Dios.
Recuerda que «está escrito: no tentarás al Señor tu Dios». O sea el camino de la fe pasa también a través de los silencios de Dios, la oscuridad, la duda, las contradicciones. La fe no se nutre de milagros sino de paciencia, espera, coraje. El creyente tiene que preferir la confianza a los prodigios. Recuerda, finalmente, que «está escrito: al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto». O sea, es necesario deshacerse de los ídolos unificar, centrar la propia vida en lo esencial. No ceder a la fascinación de las tonterías. No dejarse seducir por lo efímero. Resistir a los halagos de la vanidad. Decía Bonhoeffer: "En nuestros corazones hay lugar para una sola devoción total y podemos ser fieles a un solo Señor". Y ahora algunas observaciones.
Las tentaciones no se agotan en este prólogo de la vida pública. Toda la misión de Cristo estará atravesada, contrastada por las tentaciones. Y los «separadores» podrán ser, alternativamente, la muchedumbre, los jefes, ciertos grupos, o incluso (como en el caso de Pedro, en la inminencia de la pasión) los mismos discípulos. Jesús estará siempre obligado a aclarar el significado de su mesianismo, oponiéndose a las ideas corrientes y a los gustos de quienes lo rodean.
La fidelidad al proyecto del Padre será pagada con el precio de las incomprensiones, desgarros, soledad. Aún más, la escena que nos presenta el evangelio de hoy adquiere un profundo significado teológico si se ensambla con la perspectiva del «paso» de Israel por el desierto. Jesús es el nuevo Israel que ha de afrontar las mismas pruebas que el pueblo de la antigua alianza. Pero Cristo vence allí donde el primer Israel había fallado. Son, prácticamente, las mismas tentaciones. En el desierto, los israelitas murmuran continuamente y se rebelan porque están obsesionados con el problema del alimento y del agua. No se fían de Dios. En Masá y Meribá especialmente (segunda tentación) ponen a prueba, tientan a Dios. Quisieran un Dios hacedor de milagros en serie. Y si Dios no interviene inmediatamente, como ellos quieren, dudan de su presencia y de su misericordia. Finalmente, en vísperas de la entrada en la tierra prometida, no se contentan con la protección del único Señor. Emerge de nuevo la consabida tentación del becerro de oro. Piensan que estaría bien llegar a acuerdos, ganarse el favor también de los dioses agrestes de la fecundidad, de los varios Baales. Nunca se sabe...
Esta vez, gracias a Jesús, se supera la prueba. Y, con él, el pueblo de la nueva alianza entra en la tierra prometida de la salvación. Una última reflexión. La iglesia debe confrontarse continuamente con esta página del evangelio. Solamente con referencia a esta «prueba», la iglesia puede verificar la autenticidad de la propia misión y purificar la propia imagen de todas las incrustaciones que la deforman o la vuelven opaca. Sobre todo, aquí la iglesia encuentra fuerza para resistir a las solicitaciones «reductoras» en dirección de la facilidad, del éxito, del poder. Pero también el cristiano se ve obligado a arreglar cuentas con la escena que se desarrolla en el desierto, para recuperar el sentido genuino del propio deber y de la propia presencia en el mundo.
La enseñanza de Jesús resulta verdaderamente «ejemplar» y no consiente dudas o perplejidades. Un día, Jesús multiplicará los panes para quitar el hambre a la multitud. Pero ni siquiera entonces transformará las piedras en pan. Se servirá, en cambio, del don minúsculo, insuficiente ciertamente, «desproporcionado», de un muchacho. Como dando a entender que el verdadero milagro es el gesto del compartir. Más tarde Cristo será ensalzado, glorificado. No sobre el alero del templo. Sino sobre la cruz. Y no recogerá el desafío de soltarse y de «bajar». Salvará a los otros porque no aceptará salvar la propia vida, sino que estará dispuesto a perderla. Indicando así cuál es también el «paso» obligado del discípulo, que no puede eliminar del propio itinerario el camino incómodo del Calvario. Y poco antes lo encontramos de rodillas. No frente a Satanás. De rodillas ante los apóstoles, para lavarles los pies. Poniendo así al revés todos los criterios de grandeza humana. Y mostrándonos que la verdadera grandeza está en el servicio. Y quitándonos cualquier posibilidad de «instrumentalizar» a Dios mediante nuestros intereses egoístas y nuestros sueños de grandeza y de poder.
En una palabra, Jesús nos recuerda que cuando se dice Dios, la ligazón se hace inmediatamente con su voluntad. Y ese nombre no puede invocarse como soporte de nuestros mezquinos proyectos y de nuestras pequeñas codicias terrenas, aunque enmascaradas «con buen fin», y disfrazadas con motivaciones religiosas.
Al celebrar un año más la santa Cuaresma concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo, y vivirlo en su plenitud
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