II DOMINGO DE CUARESMA- A
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y su hermano Juan, y se los llevó aparte a una montaña alta. Allí se transfiguró en su presencia y su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús. Entonces Pedro dijo a Jesús:
"Señor, ¡qué bueno es estar aquí! Si quieres, haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra,
y una voz desde la nube decía:
"Este es mi Hijo muy amado, en quien me complazco; escúchenlo".
Al oír esto, los discípulos cayeron en tierra, llenos de gran temor. Jesús se
acercó y tocándolos les dijo:
"Levántense, no teman".
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
"No cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos".
El segundo signo para este tiempo de Cuaresma es el Signo de la Gloria. Jesús se nos presenta hoy transfigurado, lleno de luz de la gloria del Señor, siendo testigos Pedro, Santiago y Juan. Un momento en que el Maestro deja entrever a sus discípulos, y en ellos también a nosotros, quién era realmente. Lo dice la voz del Padre, la misma que se escuchó mientras Jesús salía de las aguas del Jordán el día del Bautismo: "Este es mi Hijo muy amado, en quien me complazco; escúchenlo". Jesús aparece lleno de gloria, lleno de luz, conversando de tú a tú con los dos más grandes personajes del Antiguo Testamento: Moisés, el gran liberador del Pueblo, que recibió la Ley del Señor, y Elías, el más grande de los profetas del pueblo de Israel. Parece inevitable suspirar con Pedro, en ese momento en que parece que el cielo se puede tocar: "Señor, ¡qué bueno es estar aquí! Si quieres, haremos tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Vamos mar adentro, porque este momento, que nos parece simple, resume cuál es la verdadera gloria de Jesús, como signo, para nuestras vidas. Decíamos la semana pasada que estos signos tienen el valor de espejo para nosotros, en cuanto nos miramos a través de ellos y nos permiten revisarnos a la luz del Evangelio.
La gloria, por así decirlo, es algo que todos quisiéramos obtener: cada día más alto, avanzar, hasta llegar a una excelencia en lo que hago, en lo que trabajo, en lo que me esfuerzo por vivir. Parece legítimo cuando mi camino está orientado hacia adelante, hacia el futuro, aspirar siempre a metas más altas: unos estudios superiores, un cargo importante en alguna organización, algún oficio que manifiesta que, mientras pasa el tiempo, soy capaz no sólo de trabajar bien en las cosas más básicas, sino que puedo estar a cargo de otras personas. Ojalá todas nuestras metas y sueños se vieran satisfechas de esta manera.
El matiz que el Evangelio quiere recordarnos es el siguiente, y quisiera ejemplificarlo con el mismo texto de la transfiguración, esta vez en la versión que nos presenta san Lucas, que nos revela de qué conversaban Moisés y Elías con Jesús: dice Lucas que hablaban de la partida de Jesús, que iba a cumplirse en Jerusalén (Lc 9,31). ¿La partida? ¿Se referirá a su muerte y resurrección en Jerusalén? Exactamente. En medio de la gloria del Señor, hablaban de los días de sangre, muerte y de la posterior resurrección que tendrían lugar en la ciudad santa. En medio de la luz, se recordaba la sangre y la muerte, pero con la vida como final.
Para ser más claro todavía, en el evangelio de Juan, Jesús se refiere a su hora, esto es, al momento de su muerte y resurrección, como el momento de su glorificación. Mientras estaba sentado a la mesa con sus discípulos en la última cena, apenas Judas el traidor dejaba el salón para vender a su Maestro, Jesús les dijo: “Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado 31y Dios ha sido glorificado en él” (Jn 13,31). No se puede entender bien... la gloria, la muerte y el dolor, en Jesús, están en plena consonancia. Están juntas como en armonía perfecta. Vida y muerte.
Y este es el signo de la gloria: nuestras grandes metas y sueños no tienen que alcanzarse forzando nuestro presente, traicionando nuestros valores, como si la pretendida “gloria” consistiera en pisotear a quien está a mi lado haciéndome competencia, tratando siempre yo de parecer el más capaz, el más inteligente, el más simpático... cosas que funcionan en el ámbito laboral o en cualquier organización –incluída la Iglesia- pero ante Dios... he dicho recién eso de parecer el más capaz, el más inteligente. Parecer. Pero, ¿parecer significa necesariamente ser? No siempre. Como he dicho primero, en las organizaciones en que se trabaja con otros, a menudo para surgir la persona se alinea con otros, con amigos poderosos, con santos en la corte, para subir de posición. Y se ambicionan cargos y posiciones como si –decía Salustio, escritor romano del tiempo del siglo I antes de Cristo- los cargos en el ejército o en la magistratura fueran por sí solos ilustres y magníficos, y no fueran considerados según la virtud de quienes están en el cargo. Estar arriba no significa ser automáticamente el mejor. Porque una cosa es tener el poder, y otra muy distinta tener autoridad.
Esa es la diferencia que nos puede liberar de vivir la vida tratando de escalar el monte con nuestras propias fuerzas, sólo quieriendo ocupar un lugar importante y desde ahí mandar a otros. Como el domingo pasado, mientras meditábamos la tercera tentación del Señor: ante todos los reinos de la tierra, sólo bastaba al Señor postrarse y adorar a Satanás, para que todo el poderío y todos los seres humanos llegaran a ser propiedad de Jesús. Todos los reinos, todos los poderes, para reinar dominando, para ejercer el poder como un déspota, mientras que el Maestro respondía claramente: "Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, sólo a él darás culto". Más adelante responderá aún más claramente de cómo vencer a esta tentación de creer que la gloria significa surgir para aspirar a más poder, más dinero y más honor personal: «Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve (Lc 22,24-27). El proyecto propuesto por Satanás sólo acarrea que el hombre se transforme en enemigo de su prójimo, dominándolo; mientras que el proyecto de Jesús pasa por recordar que el que está a mi lado es ante todo un hermano, y que cualquier ministerio, trabajo u obra, debo vivirla bajo el signo del servicio.
El verdadero camino para la felicidad pasa por vivir sirviendo. El Maestro pone el valor del servicio en primer lugar delante de quienes buscan el poder para dominar, y propone este mismo valor como antídoto contra nuestras tentaciones de pensar la verdadera gloria como dominación y poder. Un cristiano, sea en la Iglesia, sea en el trabajo, en el lugar de estudio, necesita ser siempre él mismo, poniendo todas sus capacidades al servicio de los demás... y si es verdaderamente una persona válida para un servicio mayor, le pedirán que haga cosas más importantes, basándose en sus capacidades personales. Por eso, esforcémonos en hacer bien lo que nos corresponde hacer, y hacer sirviendo a los demás. No haciendo de nuestro trabajo y de nuestro servicio una moneda para comprar la gloria, para comprar el poder.
Podríamos seguir meditando sobre este punto, que me parece muy importante, ya que en esto consiste la diferencia entre la palabra autoridad y la palabra poder: autoridad es aquello que hace posible que el poder se ejerza como un servicio, como un camino de vida, como Abraham, que es invitado a hacer un camino por el desierto, saliendo de su tierra, para llegar a ser el padre de un pueblo consagrado al Señor. ¡Una figura de gran autoridad! Sí, pero tiene que salir de su casa, dejar sus raíces, hacer un camino de grandes alegrías y grandes dolores... como Pablo, que nos invita a compartir con él los sufrimientos por la predicación del Evangelio. ¡Gran figura la de Pablo! Sí, pero en medio de las persecuciones y el martirio... como el Señor Jesús, que destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad, por medio del Evangelio (2Tm 1,10). ¡El Señor Jesús! Sí, destruyendo la muerte por medio de la muerte y resurrección... esa es la autoridad. Sólo viviendo una vida intensamente, con los dolores y alegrías que acarree la existencia, acumularemos esa autoridad que otros llaman sabiduría. Desde ahí nace la verdadera gloria, la gloria de Jesús, que nace de su fidelidad al Padre a toda prueba.
Miremos, a la luz del Evangelio, nuestras búsquedas de felicidad. Observemos si lo que anhelamos está de acuerdo con los valores de Jesús, o aún el prestigio, el honor y el poder están demasiado presentes en nuestros proyectos de vida.
Para ser más claro todavía, en el evangelio de Juan, Jesús se refiere a su hora, esto es, al momento de su muerte y resurrección, como el momento de su glorificación. Mientras estaba sentado a la mesa con sus discípulos en la última cena, apenas Judas el traidor dejaba el salón para vender a su Maestro, Jesús les dijo: “Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado 31y Dios ha sido glorificado en él” (Jn 13,31). No se puede entender bien... la gloria, la muerte y el dolor, en Jesús, están en plena consonancia. Están juntas como en armonía perfecta. Vida y muerte.
Y este es el signo de la gloria: nuestras grandes metas y sueños no tienen que alcanzarse forzando nuestro presente, traicionando nuestros valores, como si la pretendida “gloria” consistiera en pisotear a quien está a mi lado haciéndome competencia, tratando siempre yo de parecer el más capaz, el más inteligente, el más simpático... cosas que funcionan en el ámbito laboral o en cualquier organización –incluída la Iglesia- pero ante Dios... he dicho recién eso de parecer el más capaz, el más inteligente. Parecer. Pero, ¿parecer significa necesariamente ser? No siempre. Como he dicho primero, en las organizaciones en que se trabaja con otros, a menudo para surgir la persona se alinea con otros, con amigos poderosos, con santos en la corte, para subir de posición. Y se ambicionan cargos y posiciones como si –decía Salustio, escritor romano del tiempo del siglo I antes de Cristo- los cargos en el ejército o en la magistratura fueran por sí solos ilustres y magníficos, y no fueran considerados según la virtud de quienes están en el cargo. Estar arriba no significa ser automáticamente el mejor. Porque una cosa es tener el poder, y otra muy distinta tener autoridad.
Esa es la diferencia que nos puede liberar de vivir la vida tratando de escalar el monte con nuestras propias fuerzas, sólo quieriendo ocupar un lugar importante y desde ahí mandar a otros. Como el domingo pasado, mientras meditábamos la tercera tentación del Señor: ante todos los reinos de la tierra, sólo bastaba al Señor postrarse y adorar a Satanás, para que todo el poderío y todos los seres humanos llegaran a ser propiedad de Jesús. Todos los reinos, todos los poderes, para reinar dominando, para ejercer el poder como un déspota, mientras que el Maestro respondía claramente: "Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, sólo a él darás culto". Más adelante responderá aún más claramente de cómo vencer a esta tentación de creer que la gloria significa surgir para aspirar a más poder, más dinero y más honor personal: «Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve (Lc 22,24-27). El proyecto propuesto por Satanás sólo acarrea que el hombre se transforme en enemigo de su prójimo, dominándolo; mientras que el proyecto de Jesús pasa por recordar que el que está a mi lado es ante todo un hermano, y que cualquier ministerio, trabajo u obra, debo vivirla bajo el signo del servicio.
El verdadero camino para la felicidad pasa por vivir sirviendo. El Maestro pone el valor del servicio en primer lugar delante de quienes buscan el poder para dominar, y propone este mismo valor como antídoto contra nuestras tentaciones de pensar la verdadera gloria como dominación y poder. Un cristiano, sea en la Iglesia, sea en el trabajo, en el lugar de estudio, necesita ser siempre él mismo, poniendo todas sus capacidades al servicio de los demás... y si es verdaderamente una persona válida para un servicio mayor, le pedirán que haga cosas más importantes, basándose en sus capacidades personales. Por eso, esforcémonos en hacer bien lo que nos corresponde hacer, y hacer sirviendo a los demás. No haciendo de nuestro trabajo y de nuestro servicio una moneda para comprar la gloria, para comprar el poder.
Podríamos seguir meditando sobre este punto, que me parece muy importante, ya que en esto consiste la diferencia entre la palabra autoridad y la palabra poder: autoridad es aquello que hace posible que el poder se ejerza como un servicio, como un camino de vida, como Abraham, que es invitado a hacer un camino por el desierto, saliendo de su tierra, para llegar a ser el padre de un pueblo consagrado al Señor. ¡Una figura de gran autoridad! Sí, pero tiene que salir de su casa, dejar sus raíces, hacer un camino de grandes alegrías y grandes dolores... como Pablo, que nos invita a compartir con él los sufrimientos por la predicación del Evangelio. ¡Gran figura la de Pablo! Sí, pero en medio de las persecuciones y el martirio... como el Señor Jesús, que destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad, por medio del Evangelio (2Tm 1,10). ¡El Señor Jesús! Sí, destruyendo la muerte por medio de la muerte y resurrección... esa es la autoridad. Sólo viviendo una vida intensamente, con los dolores y alegrías que acarree la existencia, acumularemos esa autoridad que otros llaman sabiduría. Desde ahí nace la verdadera gloria, la gloria de Jesús, que nace de su fidelidad al Padre a toda prueba.
Miremos, a la luz del Evangelio, nuestras búsquedas de felicidad. Observemos si lo que anhelamos está de acuerdo con los valores de Jesús, o aún el prestigio, el honor y el poder están demasiado presentes en nuestros proyectos de vida.
Señor, Padre santo, tú que nos mandaste escuchar a tu amado Hijo, alimenta nuestra fe con tu palabra y purifica los ojos de nuestro espíritu, para que podamos alegrarnos en la contemplación de tu gloria.
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