2 de noviembre de 2007

LA CONVERSIÓN DE ZAQUEO


XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- C
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.
Un hombre
llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era
Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más
adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
-Zaqueo, baja
en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
El bajó en seguida, y
lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
-Ha
entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y
dijo al Señor:
-Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres;
y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Jesús le
contestó:
-Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de
Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba
perdido.

Lc 19,1-10

Quería ver a Jesús, "pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura".
Pero Zaqueo tenía sus impedimentos. Uno era el de la estatura. Otro era el de la gente, que no le dejaba ver. Pero Zaqueo era un hombre decidido, y encontró la manera de superar estos problemas.
Zaqueo era bajito y pecador. Zaqueo quería ver a Jesús, pero la gente se lo impedía. Esto también nos pasa a nosotros. Por una razón o por otra, Zaqueo soy yo.
Zaqueo subió a un árbol. Es un hombre dispuesto a superar dificultades.

1º Reconocer que no damos la talla. "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel es y justo para perdonarnos los pecados y para purificarnos de toda iniquidad" (1 Jn 1,8s). La aceptación y reconocimiento del propio pecado es condición esencial para el descubrimiento de Jesús como Salvador. Lo que quiere decir que la incredulidad incluye también el no querer reconocer la propia culpa y la necesidad personal de salvación.
Los hombres necesitamos mucho tiempo para convencernos de nuestro pecado y de nuestra debilidad, para renunciar a la autojustificación y a la autosuficiencia.
"Donde entra mucho el sol, dice santa Teresa, el alma ve su miseria... toda se ve muy turbia".
Charles Peguy (poeta y escritor francés, 1914) meditaba una vez por qué la gracia divina obtiene triunfos inesperados en el alma del pecador más grande, mientras que con mucha frecuencia permanece inactiva en las gentes más honradas: "La razón está precisamente en que las gentes más honradas, o en definitiva a las que así se denomina y que gustosamente se designan como tales, no tienen puntos débiles en su armadura. Son invulnerables. Su piel moral constantemente sana les procura un pellejo impenetrable y una coraza sin fallos. "Por eso no hay nada tan contrario a lo que (con un nombre un tanto vergonzoso) se denomina religión como lo que se suele llamar moral. La moral reviste al hombre de una coraza protectora contra la gracia".
"Cristo no habita sino en los pecadores",
llega a afirmar Lutero. No cuando te crees justo, sino cuando reconoces tu pecado, entonces te encuentras en la situación adecuada para que opere la salvación. Así el progreso se realiza "a la contra" de lo que espera el hombre, no cuando desaparecen nuestros defectos, sino cuando comprendemos mejor la gravedad de los mismos.
No hay que entender el pecado legalísticamente, sino como una incapacidad de amar, como fallo en el amor.
Por ello, cada vez que nos reunimos para celebrar el memorial de Jesucristo, empezamos reconociéndonos todos -todos- pecadores. No pedimos "por los pecadores" sino "por nosotros pecadores". Sin este primer paso, sin este inicial reconocimiento de nuestro pecado, no hay posibilidad de seguir adelante-

2º. La gente impide el descubrimiento de Jesús Pero antes de empezar a subir, Zaqueo tuvo que quitarse la chaqueta. Quiero decir: se despojó de su propia dignidad. Desafía el ridículo con tal de ver a Jesús. Lo mismo que un hombre que tiene que transportar un armario, se quita la chaqueta y la deja en la percha, así Zaqueo, el director de aduanas, se quita la chaqueta de su propia respetabilidad y la cuelga en las narices de la gente. Se "desviste" de su propia dignidad, compostura, seriedad, prestigio. Se libra de todas las trabas sociales. A Zaqueo le importan un bledo todos los comentarios hirientes de la multitud. Desafía a las burlas, a las risas, con tal de ver quién era Jesús. El que quiera ver a Jesús, tiene que llevar a cabo una acción de ruptura con la gente.
Nosotros, como Zaqueo, hemos venido aquí también para ver a Jesús. Nos lo impedía la gente: las preocupaciones, las diversiones, los programas, los compromisos, los trabajos de cada día. Superados estos impedimentos, estamos aquí, no tanto para ver a Jesús, cuanto para que Jesús nos mire.
El pasa siempre a nuestro lado. Y pasó Jesús. Pero Jesús no quería pasar, sino que quería quedarse con Zaqueo. Levantó los ojos Jesús para ver al pequeño Zaqueo. Y lo miró con simpatía y cariño, y llamó a la puerta de su corazón. «Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Este paso, mirada y llamada de Jesús son el principio de la salvación. Difícil escaparse a la mirada y a la llamada de Jesús. El pasa siempre a nuestro lado.
Todos lo sabían. Ahora viene el otro impedimento, el más importante. Zaqueo era «un hombre pecador». Todos lo sabían. Y su pecado se llamaba injusticia. Se había hecho rico a costa de los pobres. Por eso todos lo miraban mal. Ninguna persona justa se atrevía a entrar en su casa. Pero Jesús sí se atrevió a entrar. Ha venido precisamente para eso, para buscar y salvar a los pecadores. Los busca; estén en el árbol o en el pozo o en la piscina o en la cruz; o en el puesto de trabajo o en la plaza pública o en la taberna o en el hospital o en la cárcel o en la chabola. No le importan nuestros pecados, sólo le importa nuestra salvación.
Dejar un poco de «basura»
Con alegría Zaqueo hizo sus donaciones "puesto en pie" y en un clima de fiesta y gozo incontenible. No es nada heroico dejar un poco de "basura", cuando se ha encontrado el verdadero tesoro. Para aquél que ha conocido a Cristo todo lo demás resulta paja o tiranía inaguantable.
Es un hombre nuevo que, decidido, cambia radicalmente el rumbo de su vida y todos sus esquemas, su modo de pensar, su sistema de valores, su relación con la gente... Ha descubierto que puede "elevar" su estatura. Ha cogido la mano que Jesús le ha tendido y quiere caminar por su mismo camino. Hasta ahora sólo sabía usar y abusar del prójimo; ahora está decidido a compartir su vida y sus bienes con los pobres. Ha aprendido a decir "nosotros". Comprende que tiene que darle la vuelta a todo; comprende que el "tener" le impide "ser".
Lo malo para entrar en el Reino de Dios no es sólo la riqueza, sino especialmente, la "buena conciencia". La ventaja de Zaqueo frente a estos ricos, respetados en la sociedad, es que él no halla nada y a nadie que pueda justificar su riqueza. La marginación que padece le ayuda a no falsificar su conciencia, engañándose a sí mismo y teniéndose por un bendito de Dios. Considerado por todos como un pecador público, Zaqueo no se tiene a sí mismo por justo.
El gozo de la conversión. La conversión es la respuesta a la Buena Noticia, lo mismo que la fe. Es, por lo tanto, o debiera ser en cualquier caso, una respuesta gozosa. Zaqueo hace lo que debe y responde gozosamente al evangelio.
Su decisión se enmarca seguramente en una comida de fiesta, a la que se ha invitado Jesús. Podemos afirmar que aquello fue como una eucaristía y que toda eucaristía es un banquete en el que Jesús, el Señor, se sienta a comer con los pecadores. En efecto, la eucaristía es una fiesta de reconciliación. No sólo de los hombres con Dios por medio de J.C., su enviado, sino también de todos los hombres en J.C., que es el hermano universal. Si la fracción del pan es el símbolo del amor y de la convivencia fraterna, el vino es el símbolo de la fiesta que celebra dicha convivencia. Si el pan es la vida compartida, el vino es la abundancia de la vida que Jesús ha venido a traer a la tierra.

Señor de poder y de misericordia, que has querido hacer digno y agradable por favor tuyo el servicio de tus fieles, concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos prometes.

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