XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- C
En aquel tiempo, como algunos ponderaban la solidez del templo y la belleza de las ofrendas que lo adornaban, Jesús dijo:
"Días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra de todo esto que admiran: todo será destruido". Entonces le preguntaron:
"Maestro, ¿cuándo va a ocurrir eso?, ¿y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?"
El les respondió: "Cuídense de que nadie los engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: "Yo soy el Mesías, el tiempo ha llegado"; pero no les hagan caso. Cuando oigan hablar de guerras y de revoluciones, no tengan pánico, porque eso tiene que ocurrir primero, pero todavía no es el fin".
Luego les dijo:
"Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, y en diferentes países epidemias y hambre. Habrá también señales prodigiosas y terribles en el cielo. Pero antes de todo eso los perseguirán y los apresarán, los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa mía. Esto será ocasión de dar testimonio. Hagan el propósito de no preocuparse de su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría, a las que no podrá resistir ni contradecir ninguno de sus adversarios. Los traicionarán hasta sus propios padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, no caerá ningún cabello de su cabeza. Si se mantienen firmes conseguirán la vida".
Muchas sectas y grupos minúsculos utilizan el argumento del “fin del mundo” para asustar y remecer la conciencia de sus adeptos y de alguno que les abre la puerta porque justamente esa mañana que pasaban por el barrio, tocaron la puerta y escucharon ese sin fin de profecías con la Biblia en la mano. A menudo nos ponen como ejemplo situaciones como las guerras presentes –y buscan decirnos que eso estaba escrito en la Biblia, específicamente en el libro del Apocalipsis, que es un libro de cabecera para ellos- y que debemos hacernos parte de su grupo para poder salvarnos. Si no... sufriremos el castigo eterno porque seguimos al diablo. Qué decir cuando somos católicos... la ira de Dios descenderá sobre nosotros.
Espero que ninguno de los que recibe estas líneas caiga en los embates de esos grupitos que busca ganar adherentes por medio del temor. Hace mucho tiempo se hablaba así, y hoy ese tipo de predicación ya no sirve de nada. Es muy fácil –como dice el Señor hoy- decir que las guerras o las epidemias actuales son señales que viene el fin del mundo... pensemos un poco: cuando fue la Segunda Guerra Mundial y la bomba atómica, ¿acaso no habían razones más profundas para pensar que el mundo terminaba? O cuando dispararon al Papa, o cuando apareció el SIDA como epidemia universal... y el mundo todavía está girando.
Y es que cuando acabará la historia humana es sólo cosa de Dios... sólo lo sabe el Padre. Ni siquiera el Hijo –Jesucristo- lo sabe (Mc 13,32). Hay cosas que, dentro del misterio de Dios, están sólo reservadas al Padre, y esta es una de ellas. Entonces... ¿no sería extraño que, sabiéndolas sólo el Padre, aparecieran en las Escrituras? Queda bien claro entonces que la fecha en que el actual sistema de cosas terminará no aparece en la Biblia.
Ahora bien, y esta idea es importante: ¿Quiere decir que nos debemos despreocupar por el día a día y por nuestro proceso interior de ser más fieles a Dios? De ninguna manera. Hay muchos que dejaron de esperar, se les entibió la fe en la vida eterna –que es el tema de estos últimos domingos del Tiempo Ordinario: el próximo domingo celebraremos la Solemnidad de Cristo Rey y el domingo subsiguiente iniciaremos un nuevo año litúrgico-, y viven totalmente centrados en lo material... cuando se leen estas líneas tal vez todos estarán en desacuerdo con quienes viven así... pero el dinero siempre tiene un altarcito en nuestro corazón... sea pequeño, sea un poco más grande. Todos somos un poco materialistas y hay muchos que viven como si Dios no existiera. Claro, dentro de ese tipo de personas están los católicos a su manera que son presa fácil de los grupos que van a las casas a hablar del fin de mundo... se asustan y encuentran que lo que dicen estos hermanos está bien.
Por eso es bueno advertir y recordar, al mismo tiempo, que no podemos dormirnos en los laureles. El haber sido bautizado cristiano no significa tener el pasaporte a la vida eterna, con visa diplomática. Aquel día, muchos dirán: «Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?». Yo entonces les declararé: «Nunca os he conocido. Aléjense de mí, malvados» (Mt 7,22). Por eso, no debemos confiarnos con una fe tibia, o pensar que puedo llevar uns vida que con mis acciones traiciono el amor del Señor, del que me digo hijo, y vivo en una condición indigna de mi título de hijo, o hija. Cuando leemos estos evangelios que hablan sobre el fin de la historia nuestra, y la venida del Hijo de Dios, que juzgará a vivos y muertos –como lo proclamamos en el Credo cada domingo- debemos examinar cuánto empeño le estoy poniendo al ser cristiano, al ser discípulo, cuánto me estoy entregando a algo muy importante, que al fin y al cabo será la medida que usará el Señor para sondear si somos o no dignos de entrar y participar eternamente en el Reino de Gloria: El amor.
No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo (Mt 7,21). Lo que cuenta es esto: la manera en que, en mi vida, recojo los frutos de mi oración. ¿Oras mucho? ¿Alabas al Señor? Se te debería notar. Eso quiero decir. Como en la catequesis, cuando los niños cantan: Si en verdad eres salvo di “amén”... y todos los niños gritan ¡Amén!. La canción sigue, y más adelante dice: Si en verdad eres salvo certifícalo en tu vida... Certifícalo en tu vida, si eres Cristiano. Por eso, dice el Señor hoy, no te preocupes cuando te persigan, cuando tu fe esté a prueba, sea por las circunstancias, sea que te toque un momento de la historia en que por ser cristiano estén en peligro de muerte... las palabras las pondrá el mismo Señor en tu boca, en mi boca.
Esperar el momento en el cual el Señor clausurará la historia del mundo consiste en estar trabajando por su Reino, viviendo como cristianos, sin desanimarse o dejando de lado la fe porque el Señor se demora demasiado en llegar... puede llegar en cualquier momento, mañana o en mil años más. Lo importante es vivir como si fuera cada día el último de mi vida. Y esto significa vivir en plenitud, el momento presente, dando lo mejor de mí en cada momento, amando a los que tengo a mi lado –quién sabe... nadie sabe lo que pasará mañana- y sobre todo, estando bien con Dios, tratando de liberarte de las cosas que te hacen mal... no tanto porque si no lo haces, no te irás al cielo y perderás la Vida Eterna –que también es cierto-, sino porque no estás viviendo en armonía contigo mismo, con todos los dones que el Señor te ha dado, y que cada error es fuente de dolor, a la vez de hacer más difícil que el Señor pueda actuar en tu vida.
En resumen... ¿Crees en la Vida Eterna? Pues comienza a vivirla desde ya.
Concédenos, Señor, tu ayuda para entregarnos fielmente a tu servicio, porque sólo en el cumplimiento de tu voluntad podremos encontrar la felicidad verdadera.
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