CRISTO REY Y SEÑOR DEL UNIVERSO- C
Estando ya crucificado, las autoridades y el pueblo le hacían muecas a Jesús, diciendo: "A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido". También los soldados se burlaban de Jesús, ofreciéndole vinagre y diciéndole: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Había sobre la cruz un letrero en griego, latín y hebreo, que decía: "Éste es el rey de los judíos".Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús diciéndole: "¿No eres tú el Mesías?Sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro le reclamaba: "¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos, pero éste ningún mal ha hecho". Y añadió: "Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino". Jesús le respondió: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso".
Lc 23,35-43
Con la figura de Cristo como Rey y Señor del Universo finaliza en este domingo un año litúrgico más. Mejor dicho, comienza la última semana de este año litúrgico, que finalizaremos con propiedad el próximo domingo, Primero de Adviento de un nuevo tiempo, de un nuevo año para meditar, orar y aprender más a amar.
Este domingo, decía, la Iglesia nos propone a Cristo Rey... y nos propone la figura no de un rey lleno de riquezas, ni de lujos... nos recuerda la realeza de Cristo, colgado de una cruz. ¿No es esta la gran paradoja de la historia? Todo el evangelio nos presenta el Reino de Dios como algo que está cerca de nosotros, y en la predicación de Jesús se anuncia como algo cercano... los apóstoles, como nosotros, se imaginan un reino bellísimo, lleno de palacios y placeres, con un gran ejército que impondrá la justicia y la paz en este mundo, y ellos, los que creyeron en Jesús en primer lugar, se sentarían con él, a su lado, para juzgar a Israel y a todos los pueblos de la tierra... y sin embargo, la historia ocurrió de una manera totalmente distinta. Mi reino no es de este mundo, nos dijo, y se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz (Fil 2,7-8). No usó la fuerza para reinar... en el momento más supremo de su vida, su entrega en nuestras manos para ser asesinado en una cruel cruz, fue despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? (Is 53,3-8). Todo ello por confiar en el ser humano, todo ello por ser coherente hasta el final con su mensaje, con el Evangelio de paz, de justicia, de amor, de servicio... entregado sin imponer nunca la verdad con la fuerza. Querías ser amado con un libre amor, libremente seguido. (...) Tú mismo preparaste tu ruina: no culpes a nadie. Si hubieras escuchado lo que se te proponía... Hay sobre la tierra tres únicas fuerzas capaces de someter para siempre la conciencia de esos seres débiles e indómitos – haciéndoles felices – : el milagro, el misterio y la autoridad. Y tú no quisiste valerte de ninguna. El Espíritu terrible te llevó a la almena del templo y te dijo: "¿Quieres saber si eres el Hijo de Dios? Déjate caer abajo, porque escrito está que los ángeles tomarte han en las manos." Tú rechazaste la proposición, no te dejaste caer. Demostraste con ello el sublime orgullo de un dios; ¡pero los hombres, esos seres débiles, impotentes, no son dioses! Sabías que, sólo con intentar precipitarte, hubieras perdido la fe en tu Padre, y el gran Tentador hubiera visto, regocijadísimo, estrellarse tu cuerpo en la tierra que habías venido a salvar. Mas, dime, ¿hay muchos seres semejantes a ti? ¿Pudiste pensar un solo instante que los hombres serían capaces de comprender tu resistencia a aquella tentación? La naturaleza humana no es bastante fuerte para prescindir del milagro y contentarse con la libre elección del corazón, en esos instantes terribles en que las preguntas vitales exigen una respuesta. Sabías que tu heroico silencio sería perpetuado en los libros y resonaría en lo más remoto de los tiempos, en los más apartados rincones del mundo. Y esperabas que el hombre te imitaría y prescindiría de los milagros, como un dios, siendo así que, en su necesidad de milagros, los inventa y se inclina ante los prodigios de los magos y los encantamientos de los hechiceros, aunque sea hereje o ateo (...) Cuando te dijeron, por mofa: "¡Baja de la cruz y creeremos en ti!", no bajaste. Entonces, tampoco quisiste someter al hombre con el milagro, porque lo que deseaba de él era una creencia libre, no violentada por el prestigio de lo maravilloso; un amor espontáneo, no los transportes serviles de un esclavo aterrorizado. (F. Dostoievsky, El Gran Inquisidor)... este es Jesús, el Rey que Dios Padre propone a nuestra vida. Él es el Señor de tu vida, de mi vida, de nuestra comunidad de creyentes, llamada Iglesia... que cada vez que abraza la bandera fácil del poder temporal, para llegar más fácilmente con el Evangelio por medio del dinero, del llamar la atención con cosas maravillosas, o de la compañía de los poderosos de este mundo, se contamina... ¿no fueron estas las mismas tentaciones que nuestro Maestro debió soportar en el desierto, las mismas que el tentador nos lanza a nosotros? y cuando retoma el camino del Maestro, se hace más pura, más fiel, más evangélica, más de acuerdo con la voluntad del Señor, que proclamó felices no a los poderosos, a los satisfechos, a los que alcanzaron medios materiales o poder... sino a los pequeños, a los que creen en el bien de la humanidad, a los que sufren por ello, a los que quieren ser más buenos cada día, a los que eligen ser pobres... porque ellos son los que en el fondo tienen razón según el corazón de Dios. Si me permiten añadir algo, no diré sólo que esto debe orientar el caminar de la Iglesia, porque cuando se usa esta palabra, todas las miradas se dirigen al Vaticano... también, claro, pero para ti y para mí, cristiano, este es tu propio ideal de vida, es el camino que tu Maestro, nuestro Maestro, nos propuso con palabras y –más elocuente aún- con la vida entera.
Y todo esto, ¿Para qué? ¿Por qué la glorificación de lo débil, de lo que no cuenta en este mundo? Porque, en el fondo, Dios nos quiere recordar que lo que verdaderamente cuenta es no tanto cómo vienes, cómo te acercas a conocer y a abrazar a Jesús en tu vida, sino que cuánto podrás crecer, cuantas maravillas que el Señor puede hacer contigo, porque la última palabra de la vida de Jesús no es la muerte triste y sangrienta del Viernes, sino que la Vida verdadera que nació la mañana del Domingo, que perdura hasta hoy.
El nos ha liberado del poder de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo amado, por cuya sangre recibimos la redención, el perdón de los pecados. Porque Dios quiso que en Cristo habitara toda plenitud, y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, y darles la paz por medio de su sangre derramada en la cruz (Col 1,12-14.20), dice hoy la segunda lectura. El camino de la redención fue así: Dios mismo vino a nosotros y vivió todo: la alegría y el dolor, el gozo y la desesperación, para asumir completamente todo lo nuestro y destruir para siempre el dolor con la Vida que no tiene fin. Por eso, únete a Cristo. Ha pasado ya un año litúrgico que hemos vivido juntos, cada semana, con estas reflexiones... mirando hacia atrás, cabe ahora hacerse un examen de conciencia: ¿He podido conocer más a Jesús? ¿Me ha ayudado la lectura y la escucha atenta de la palabra de Dios? ¿Quisiera seguir con esta inquietud de continuar avanzando en los caminos del Señor?
Vamos entonces adelante. Permanezcamos en el Señor, unidos, como sarmientos a la vid, y vivamos un nuevo año litúrgico juntos, en el que, de la mano con el evangelista Mateo, conoceremos mucho más a nuestro Maestro y Señor, que más que nunca está con nosotros, y siempre lo estará, hasta el fin de los tiempos.
Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, rey del universo; haz que toda criatura, liberada de la esclavitud, sirva a tu majestad y te alabe eternamente.
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