21 de mayo de 2012

Los documentos filtrados y la indignación vaticana



Ofrecemos una traducción propia del artículo del vaticanista Andrea Tornielli, quien en su blog Sacri Palazzi nos da sus impresiones del libro Sua Santità: Le Carte Segrete di Benedetto XVI. Para reflexionar sobre lo que significa atentar contra la privacidad de una persona -en este caso el Santo Padre- y las pugnas al interno del Vaticano que algunos aprovechan como fuente de ganancias.


Queridos amigos: He terminado recién de leer el libro Sua Santità. Le carte segrete di Benedetto XVI, que contiene los Vatileaks, documentos que una fuente interna al Vaticano entregó al periodista Gianluigi Nuzzi. Como sabrán, la Santa Sede reaccionó con extrema dureza, definiendo la operación como “un acto criminal”, anunciando que “cumplirá los pasos oportunos” y pidiendo también la colaboración internacional.

Es evidente y también comprensible la gran irritación del Vaticano, que ve publicados apuntes, memorandum, apuntes y cartas escritas hace pocos meses o pocas semanas. No sabiendo cuáles elementos legales puedan invocarse para ir contra la publicación, me parece obvio que la Santa Sede tiene un problema de seguridad interna y que el “acto criminal” fue realizado por alguien que trabaja al interno del Vaticano, que tuvo acceso a los archivos, que es alguien capaz de interceptar cartas que están en el escritorio del Papa, de su Secretario y del Cardenal Secretario de Estado. Alguien que sigue un proyecto preciso, cuyos contornos no son aún muy evidentes. Sin embargo, el problema viene de más arriba, y tiene que ver con quienes lo idearon.

Por lo que me parece, la investigación interna para descubrir a los responsables aún camina a tientas en la oscuridad, los tres ancianos cardenales encargados de la investigación (Herranz, Tomko y De Giorgi), recibieron los resultados del trabajo realizado por la Gendarmería Vaticana y me parece que no hay elementos precisos que inculpen a alguien en particular, no obstante no sea tan grande el número de personas que podían tener acceso a las cartas pasadas por la mesa del Papa y de su secretario. Desde este punto de vista, la institución de la comisión investigadora -anunciada con un mes de anticipación por el Sustituto Becciu y establecida el 25 de abril pasado, como también el comunicado de la Santa Sede, parecen ser un intento de evitar que filtraciones de documentos se repitan en el futuro. Sin embargo, tres meses después de las primeras filtraciones, la solución se ve todavía lejana, por el momento.

No se puede dejar de notar, por otra parte, que el duro comunicado vaticano pasa a ser un regalo involuntario para el autor del libro. Obviamente quien ha preparado la declaración, queriendo así mandar una señal precisa, no tenía esta intención.

Volviendo al libro, hay ciertamente un notable interés documental, por los papeles que pone a disposición. He podido constatar que no sale confirmado el cuadro que, en algún caso incluso yo, sin tener los documentos en la mano, en mi modo humilde y más fragmentado, había ilustrado. Por ejemplo, en el caso del encuentro entre el Papa y el Presidente italiano Giorgio Napolitano, el 19 de enero de 2009. Sobre aquel almuerzo -no cena- habló ampliamente el periódico italiano Il Giornale cuatro días después de ocurrido.

Es también interesante el apunte sobre el episodio, objetivamente inquietante, del automóvil de la Gendarmería Vaticana, con patente de la Santa Sede, que la noche del 10 de diciembre de 2009 fue abollado a golpes mientras sus ocupantes cenaban en un restaurante romano. En este caso, también se confirma la reconstrucción realizada por Il Giornale, como da testimonio un artículo escrito días después del incidente ocurrido la noche de Navidad de aquel año, cuando el Papa fue precipitado a tierra por una ciudadana suiza con problemas psíquicos.

Lo mismo vale para los párrafos dedicados al caso Williamson -el obispo lefebvrista que niega el Holocausto perpetrado por los nazis- y a la revocación de la excomunión de los obispos seguidores de Lefebvre: en el libro, Nuzzi propone de nuevo el informe del encuentro que se realizó en la Secretaría de Estado, hecho público en agosto de 2010 en el libro Ataque a Ratzinger. Lo mismo vale para la reconstrucción del desencuentro por el control del Toniolo y la voluntad de nombrar a Giovanni Maria Flick al lugar del Cardenal Tettamanzi, y por el debate y las tensiones internas generadas por el proyecto de comprar el Hospital San Rafael con los dineros del Instituto de Obras para la Religión -el Banco Vaticano.

Ofrecen en cambio nuevos detalles que completan un cuadro sólo en parte las cartas del ex director del diario de la Conferencia Episcopal Italiana, Dino Boffo, al secretario del Papa, mientras abren temas nunca antes vistos las comunicaciones relativas al nombramiento del Cardenal Angelo Scola a la sede de Milán, como otros documentos que hacen comprender algunas dinámicas internas en el Vaticano.

No estoy de acuerdo, sin embargo, sobre lo que escribe Nuzzi en la introducción y con lo que han afirmado quienes han presentado su libro en la prensa: cuando sostienen que es inoportuno preguntarse sobre quién fue el que extrajo del Vaticano un paquete tan macizo de documentos, en vez de centrarse en los documentos mismos. Es obvio que es necesario mirar los documentos que, reitero, contribuyen a reconstruir con mayor riqueza de detalles sucesos que ya conocíamos. Pero creo que sea igualmente importante, para descifrar las dinámicas internas de la Santa Sede, ponerse la pregunta sobre qué cosa sucedió y sobre qué pugna se está desarrollando en los palacios del Vaticano, sobre quién y por qué haya querido efectuar esta filtración de documentos sin precedentes. Y el señor Nuzzi me disculpará si me es difícil creer la explicación que da sobre la fuente “María” -bajo cuyo nombre se esconden el o los informantes que filtraron los documentos privados del Vaticano-, que decide hacer salir paquetes de documentos sólo porque quiere “transparencia”.

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