Ofrecemos una traducción propia del artículo del vaticanista Andrea Tornielli, quien en su blog Sacri Palazzi nos da sus impresiones del libro Sua Santità: Le Carte Segrete di Benedetto XVI. Para reflexionar sobre lo que significa atentar contra la privacidad de una persona -en este caso el Santo Padre- y las pugnas al interno del Vaticano que algunos aprovechan como fuente de ganancias.
Queridos amigos: He terminado recién
de leer el libro Sua Santità. Le carte segrete di Benedetto
XVI, que contiene los
Vatileaks, documentos que una fuente interna al Vaticano entregó al
periodista Gianluigi Nuzzi. Como sabrán, la Santa Sede reaccionó
con extrema dureza, definiendo la operación como “un acto
criminal”, anunciando que “cumplirá los pasos oportunos” y
pidiendo también la colaboración internacional.
Es evidente y
también comprensible la gran irritación del Vaticano, que ve
publicados apuntes, memorandum, apuntes y cartas escritas hace pocos
meses o pocas semanas. No sabiendo cuáles elementos legales puedan
invocarse para ir contra la publicación, me parece obvio que la
Santa Sede tiene un problema de seguridad interna y que el “acto
criminal” fue realizado por alguien que trabaja al interno del
Vaticano, que tuvo acceso a los archivos, que es alguien capaz de
interceptar cartas que están en el escritorio del Papa, de su
Secretario y del Cardenal Secretario de Estado. Alguien que sigue
un proyecto preciso, cuyos contornos no son aún muy evidentes.
Sin embargo, el problema viene de más arriba, y tiene que ver con
quienes lo idearon.
Por lo que me
parece, la investigación interna para descubrir a los
responsables aún camina a tientas en la oscuridad, los tres
ancianos cardenales encargados de la investigación (Herranz, Tomko y
De Giorgi), recibieron los resultados del trabajo realizado por la
Gendarmería Vaticana y me parece que no hay elementos precisos que
inculpen a alguien en particular, no obstante no sea tan grande el
número de personas que podían tener acceso a las cartas pasadas por
la mesa del Papa y de su secretario. Desde este punto de vista, la
institución de la comisión investigadora -anunciada con un mes de
anticipación por el Sustituto Becciu y establecida el 25 de abril
pasado, como también el comunicado de la Santa Sede, parecen ser
un intento de evitar que filtraciones de documentos se repitan en el
futuro. Sin embargo, tres meses después de las primeras
filtraciones, la solución se ve todavía lejana, por el momento.
No se puede dejar
de notar, por otra parte, que el duro comunicado vaticano pasa a ser
un regalo involuntario para el autor del libro. Obviamente quien ha
preparado la declaración, queriendo así mandar una señal
precisa, no tenía esta intención.
Volviendo al libro,
hay ciertamente un notable interés documental, por los papeles que
pone a disposición. He podido constatar que no sale confirmado el
cuadro que, en algún caso incluso yo, sin tener los documentos en la
mano, en mi modo humilde y más fragmentado, había ilustrado. Por
ejemplo, en el caso del encuentro entre el Papa y el Presidente
italiano Giorgio Napolitano, el 19 de enero de 2009. Sobre aquel
almuerzo -no cena- habló ampliamente el periódico italiano Il
Giornale cuatro días después de ocurrido.
Es también
interesante el apunte sobre el episodio, objetivamente inquietante,
del automóvil de la Gendarmería Vaticana, con patente de la Santa
Sede, que la noche del 10 de diciembre de 2009 fue abollado a golpes
mientras sus ocupantes cenaban en un restaurante romano. En este
caso, también se confirma la reconstrucción realizada por Il
Giornale, como da testimonio un artículo escrito días después
del incidente ocurrido la noche de Navidad de aquel año, cuando el
Papa fue precipitado a tierra por una ciudadana suiza con problemas
psíquicos.
Lo mismo vale para
los párrafos dedicados al caso Williamson -el obispo lefebvrista que
niega el Holocausto perpetrado por los nazis- y a la revocación de
la excomunión de los obispos seguidores de Lefebvre: en el libro,
Nuzzi propone de nuevo el informe del encuentro que se realizó en la
Secretaría de Estado, hecho público en agosto de 2010 en el libro
Ataque a Ratzinger. Lo mismo vale para la reconstrucción del
desencuentro por el control del Toniolo y la voluntad de nombrar a
Giovanni Maria Flick al lugar del Cardenal Tettamanzi, y por el
debate y las tensiones internas generadas por el proyecto de comprar
el Hospital San Rafael con los dineros del Instituto de Obras
para la Religión -el Banco Vaticano.
Ofrecen en cambio
nuevos detalles que completan un cuadro sólo en parte las cartas del
ex director del diario de la Conferencia Episcopal Italiana, Dino
Boffo, al secretario del Papa, mientras abren temas nunca antes
vistos las comunicaciones relativas al nombramiento del Cardenal
Angelo Scola a la sede de Milán, como otros documentos que hacen
comprender algunas dinámicas internas en el Vaticano.
No estoy de
acuerdo, sin embargo, sobre lo que escribe Nuzzi en la
introducción y con lo que han afirmado quienes han presentado su
libro en la prensa: cuando sostienen que es inoportuno preguntarse
sobre quién fue el que extrajo del Vaticano un paquete tan
macizo de documentos, en vez de centrarse en los documentos mismos.
Es obvio que es necesario mirar los documentos que, reitero,
contribuyen a reconstruir con mayor riqueza de detalles sucesos que
ya conocíamos. Pero creo que sea igualmente importante, para
descifrar las dinámicas internas de la Santa Sede, ponerse la
pregunta sobre qué cosa sucedió y sobre qué pugna se está
desarrollando en los palacios del Vaticano, sobre quién y por qué
haya querido efectuar esta filtración de documentos sin precedentes.
Y el señor Nuzzi me disculpará si me es difícil creer la
explicación que da sobre la fuente “María” -bajo cuyo
nombre se esconden el o los informantes que filtraron los documentos
privados del Vaticano-, que decide hacer salir paquetes de
documentos sólo porque quiere “transparencia”.
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