HOMILÍA
ASCENSIÓN DEL SEÑOR- B
En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo:
-Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.
A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.
El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.
Mc 16,15-20
En una conversación con un sacerdote ortodoxo, éste me hizo observar el poco interés espiritual que ponemos los católicos en el misterio de la ascensión.
- Es verdad que lo celebráis como un día de fiesta, pero me parece que su aspecto religioso propiamente dicho os pasa un poco desapercibido. Para nosotros, los ortodoxos, es una fiesta muy apreciada, muy hondamente vivida.
- ¿Por qué? - Porque ésa es la razón final de la venida de Jesús a la tierra: Dios se hizo hombre para que el hombre fuera divinizado. En la ascensión, se eleva la plenitud de su naturaleza humana, unida a su divinidad, y nos eleva a nosotros hasta Dios.
- Es natural, pero ¿seguimos unidos con él?
- ¡Desde luego! Más que nunca. Se trata de un misterio de ausencia-presencia. Cuando intentamos imaginarnos a un hombre que nos deja elevándose por las nubes, matamos el misterio de la ascensión: hacemos de él una ausencia, siendo así que es un misterio de presencia multiplicada. Marcos nos hace percibir muy bien todo esto yuxtaponiendo con toda claridad unas cosas contradictorias: "El Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el mensaje por todas partes y el Señor cooperaba confirmándolo".
Mateo habla solamente de presencia; es la última palabra de Jesús: "Yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo".
Lucas acentúa más bien la ausencia: "Se separó de ellos y lo llevaron al cielo" (Lc 24, 51). Lo subraya más aún en los Hechos: "Lo vieron subir, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos" (Hch 1, 9). Pero en su evangelio hace esta observación sorprendente: "Los discípulos se volvieron a Jerusalén llenos de alegría" (Lc 24, 52). ¿Alegres porque se habían llevado a Jesús? Se trata de un guiño revelador: "¡Cuidado! Esa ausencia se va a convertir en una presencia mayor". Por eso, en los Hechos, dos ángeles (hemos de entender a Dios) les echan un buen rapapolvos a los discípulos: "¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?" (Hch 1, 11) ¿Ausencia, presencia? ¿Buscar a Jesús en el cielo, trabajar con él en la tierra? El esfuerzo de fe que se nos pide consiste en que unifiquemos dos relaciones con Jesús aparentemente muy distintas.
Sí, Jesús "está a la derecha del Padre". Esto quiere decir: "en la gloria de Dios", y podemos soñar, hemos de soñar, con "levantar los ojos al cielo". Jesús resucitado sigue siendo un hombre, uno de nosotros; por consiguiente, ¡un hombre ha entrado en la gloria de Dios! Y nosotros con él, si creemos en la unidad de todos los hombres en Jesucristo. ¿Cómo no va a quedar ya imantada nuestra propia vida por esta vida de Jesús en el cielo, que nos atrae día tras día "fijando nuestro deseo, como dice magníficamente san León Magno, en donde la mirada es incapaz de llegar?".
¡La fe sí que llega! Durante su vida terrena, la gente vio, escuchó y tocó a Jesús. Pero ¿cómo? ¿Y con qué resultados? Fueron muy pocos los que sospecharon su misterio y trabaron relación con él. Cuando parece que "se marcha", en la ascensión, se convierte por el contrario en aquél que será la presencia para cualquier hombre que le abra su vida. Por eso precisamente Lucas podía decir: "Se lo llevaron al cielo y los discípulos volvieron llenos de alegría". Fueron ellos los primeros en realizar la experiencia de la nueva presencia. Lejos de perderlo, ganaban la facultad de vivir en adelante con él en una intimidad de pensamiento y de acción que palpamos tan bien cuando leemos los Hechos: "Yo estoy con vosotros".
La dificultad (¡tan grande!) es que fue necesario pasar del trato familiar, del rostro y de la voz, a la aproximación de la fe. Cito una vez más a san León: "La fe estaba llamada a tocar, no con una mano carnal, sino con una inteligencia sobrenatural, al Hijo único igual al que lo engendra".
Nunca se le pide tanto a nuestra fe como en este misterio de la ascensión, en donde esa fe tiene que aprender a vivir con Jesús en el cielo y en la tierra.
ANDRE SEVE
EL EVANGELIO DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984 Pág. 115
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