HOMILÍA
VI DOMINGO DE PASCUA- B
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
-- Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.
Jn 15, 9-17
Después de habernos encarecido el amor que nos manifestó muriendo por nosotros con aquellas palabras: Nadie tiene mayor amor que el que entrega su vida por sus amigos,Jesús continúa: Vosotros sois mis amigos, si observáis lo que os mando (Lc 15,13-14). ¡Magnífica condescendencia! El siervo no es bueno, si no cumple las órdenes de su señor. Jesús, en cambio, quiso que fuesen sus amigos quienes ejecutasen las obras que prueban la fidelidad de los siervos. Se trata, como dije, de una condescendencia del Señor el dignarse llamar amigos a quienes son sus siervos. Sabéis que es obligación de los siervos ejecutar las órdenes de su señor. Lo prueba el que el Señor increpa en otra parte a los siervos con estas palabras: ¿Por qué me llamáis: Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo? (Lc 6,46). Cuando le llamáis Señor, demostrad lo que decís, cumpliendo lo que os ordena. Luego dirá al siervo obediente: Bien, siervo bueno; porque fuiste fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho; entra en el gozo de tu Señor (Mt 25,31). De esta manera, el siervo que es bueno, puede ser siervo y amigo.
Prestemos atención a lo que sigue: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. ¿Cómo hemos de entender que el siervo bueno es siervo y amigo si dice: Ya no os llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su señor? (Jn 15,15).Les da el nombre de amigos y les retira el de siervos; no han de permanecer ambos en la misma persona, sino que uno ha de sustituir al otro. ¿Qué significa esto? ¿Dejamos de ser siervos, cuando cumplimos los mandatos del Señor? ¿Dejamos de ser siervos, cuando somos siervos buenos? ¿Quién osará ir contra la Verdad que dice: Ya no os llamo siervos?Y señala la razón de sus palabras diciendo: Porque, el siervo no sabe lo que hace su señor. ¿Acaso el Señor no confía sus secretos al siervo bueno y fiel? ¿Por qué, pues, dice que el siervo ignora lo que hace su señor? Supongamos que es verdad, que ignora lo que hace su señor; ¿dejará de saber lo que le manda? Pues, si lo ignora, ¿cómo puede servirle? ¿Y cómo puede ser siervo el que no sirve? No obstante, el Señor dice: Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos. ¡Cosa maravillosa! No pudiendo ser siervos sin cumplir los mandatos del Señor, ¿cómo dejaremos de ser siervos cumpliéndolos? Si observando sus mandatos no soy siervo, y si no podré servirlo sino es cumpliendo sus mandatos, quiere decir que si le sirvo dejaré de ser siervo.
Comprendamos esto, hermanos. El Señor nos conceda comprenderlo y haga que realicemos lo que hayamos comprendido. Si sabemos esto, sabremos sin duda lo que hace el Señor, porque sólo el Señor nos hace tales y de esa manera entramos en su amistad. Como hay dos temores que crean dos categorías de temerosos, así hay dos clases de servidumbres, que originan dos tipos de siervos. Hay un temor que es arrojado fuera por la caridad, y hay otro temor casto que permanece por los siglos de los siglos (1 Jn 4,18 y Sal 18,10). Al temor que va reñido con la caridad aludía el Apóstol al decir: No habéis recibido el espíritu de servidumbre para recaer de nuevo bajo el temor (Rom 8,15). Al temor casto se refería al decir: No te engrías; más bien teme (Rom 11,20). En el temor que es excluido por la caridad está la servidumbre excluida también por la caridad, pues ambas cosas juntó el Apóstol cuando dijo: No recibisteis el espíritu de servidumbre para recaer de nuevo bajo el temor. Al decir: Ya no os llamo siervos, porque el siervo ignora lo que hace su Señor pensaba en el siervo sometido a esa servidumbre. No se refiere al siervo que posee el temor casto, al que dirá: Muy bien, siervo bueno, entra en el gozo de tu Señor, sino al que posee el temor que es excluido por la caridad, del que dice en otro lugar: El siervo no permanece por siempre en la casa, pero sí el hijo(Jn 8,35).
Ya que nos dio la facultad de llegar a ser hijos de Dios, (Jn 1,12), seamos hijos y no siervos, a fin de que, de un modo inefable, pero verdadero, los siervos podamos ser no siervos, es decir, siervos con el temor casto, grupo al que pertenece el que entra en el gozo de su señor, y no siervos con el temor que es excluido por la caridad, grupo al que pertenece el que no permanece en la casa por siempre. Para ser siervos, sin ser siervos, sepamos que esto es obra del Señor. Esto lo ignora el siervo que no sabe lo que hace su señor; y, cuando hace él algo bueno, se engríe como si fuera hechura suya y no del Señor, y se gloría en sí mismo y no en el Señor. De este modo, al gloriarse como si no lo hubiera recibido, se engaña a sí mismo (1 Cor 4,7). Nosotros, hermanos amadísimos sepamos que es obra suya, para poder ser amigos del Señor. Él no sólo nos hace hombres, sino también justos: no nos hacemos a nosotros mismos. Y ¿de quién es obra, sino de él mismo, el que sepamos esto? Porque no habéis recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para conocer los dones que Dios nos ha dado. Él es quien da todo lo bueno; y como esto es bueno, ciertamente lo da él, para que sepamos de quién procede todo bien y quien quiera gloriarse se gloríe en el Señor.
San Agustín
Comentario sobre el evangelio de San Juan, 85
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