Acogiendo una significativa tradición, el Presidente de la República, Don Sebastián Piñera Echenique, ha querido iniciar su mandato, invitándonos a orar por nuestro país, como también por él y sus colaboradores en el Supremo Gobierno. En este año, en que celebramos el Bicentenario de nuestra Nación, quisiéramos incluir en nuestra Oración por Chile a los miembros de los demás Poderes del Estado, de manera que Dios bendiga generosamente cuanto emprendan en bien del país aquellos que han sido convocados a servirlo.
Orar por nuestra patria implica recordar a todos los chilenos. En las actuales circunstancias, compartiendo el dolor de tantos compatriotas, oramos de modo especial por los que más han sufrido y siguen sufriendo a causa de la devastadora destrucción que causaron los movimientos telúricos que golpearon buena parte del país, sobre todo a causa de las pérdidas de familiares y amigos muy queridos.
Por eso, junto a la Catedral Metropolitana, que ha sido testigo de la historia de nuestra Patria, nos dirigimos a nuestro Padre y Señor que creó el cielo y la tierra y en su designio sabio y amoroso nos ha acompañado y bendecido a lo largo de nuestra historia. Él nos ha sostenido, animado y fortalecido en las horas más duras de nuestra existencia. Nos acercamos a Aquel que protege a los débiles y a los pobres, y que inspira todo lo que es grande y noble; a Aquel que nos ha regalado la razón y la libertad; al que envió a su propio Hijo para que fuera nuestro hermano y nos reconciliara, y promoviera entre nosotros el amor en la verdad. Él fecunda con su Espíritu cuanto hacemos con generosidad, solidaridad y creatividad por la vida de nuestro pueblo y por el bienestar de cada chileno, sobre todo en estas horas de aflicción.
1. “Pídeme lo que haya de darte” fueron las palabras de Dios cuando Salomón, al inicio de su reinado, recurrió a la oración. Con la confianza que inspiran en nosotros esas promisorias palabras, nos dirigimos esta mañana al Señor. Salomón no le pidió honores ni riquezas, tampoco otra cosa en provecho de sí mismo. Le pidió algo en bien del pueblo: “un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” . Agradó a Dios la petición de Salomón y le concedió el don de la sabiduría. Hoy nos unimos a su petición, rogando al Señor que otorgue al Sr. Presidente de la República y a todos los servidores públicos, un corazón sabio, atento para escuchar y para discernir, y dispuesto siempre a hacer el bien.
Moisés, 250 años antes, con su larga experiencia de pastor del pueblo de Israel, ya le había enseñado que éste debía optar entre el camino que conduce a la vida y la felicidad y el camino de la muerte y la desgracia . Definía el primero como la ruta abierta por el amor a Dios y por sus mandamientos, que exigen respeto y amor al prójimo. Si el pueblo optaba por este camino, viviría, se multiplicaría y sería bendecido por su Dios.
Convencido de la fecundidad de dicha opción, exhortó a los futuros gobernantes a vivir con gran sobriedad y a llevar La Ley de Dios consigo, a leerla todos los días de su vida para ponerla por obra, de manera que su corazón no mirara con soberbia a los hermanos, ni se apartara de las palabras sabias y bondadosas de Dios .
2. Quienes no conocen las palabras reveladas de Dios ni se han acercado a las enseñanzas de Jesucristo, podrían sentir temor al escuchar que siempre queremos aprender de su sabiduría y sus mandamientos . Podrían pensar que así se cae en una teocracia rígida, oscurantista, contraria a los descubrimientos de la razón y a los impulsos del corazón humano, que busca la felicidad y opta por la libertad. Pero en Dios no hay contradicción entre sus mandatos, la libertad de sus hijos y la autonomía maravillosa que dio a su creación, dotándola de leyes propias que con sabiduría y rigor podemos descubrir y utilizar.
Sin embargo, no podemos ni queremos desoír la voz de la historia que nos previene contra el mal uso que hacen algunos gobernantes, recurriendo a la presunta voluntad de Dios para fundamentar la imposición absolutista de su propia voluntad. Contra ellos nos previno Jesucristo, advirtiendo que los jefes de las naciones suelen gobernarlas como señores absolutos, oprimiéndolas con su poder , es decir, desentendiéndose de la bondad y la misericordia que siempre inspira el querer divino, y del inmenso respeto a la libertad y a la vida que manifestó Jesucristo.
En esta mañana pedimos a Dios por el nuevo Gobierno y por todos los servidores públicos de nuestra Patria, para que realicen su voluntad de servir, y no de ser servidos, subordinando sus propios intereses al bien del país, inspirándose en Jesucristo, el Siervo de Dios, que lavó los pies a sus discípulos y pasó por la vida haciendo el bien . Así podrán abrirle siempre camino a la vida, la reconciliación y la felicidad. De manera particular pedimos que la acción del nuevo gobierno continúe vigorosamente en la línea trazada por el esfuerzo del país y por sus últimos gobernantes, esfuerzo que suscita toda nuestra gratitud, por procurar la derrota de la denigrante pobreza, y de todos los dinamismos sociales, económicos y culturales que conducen a ella o la mantienen.
3. Pero no se trata tan sólo de alcanzar ciertos niveles mínimos de vida, de producción y de convivencia. Siempre el inicio de un gobierno es un tiempo adecuado para anhelar y comprometernos con la realización más plena de nuestra vocación humana. Y como el horizonte cultural de nuestra patria es inseparable de la revelación judeo cristiana acerca de la dignidad inconmensurable de la persona, para expresar estos anhelos me valgo de la luz que la Biblia nos proporciona.
Ya “el libro del Génesis nos propone … la inalienable dignidad de la persona humana, que tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios; la sociabilidad constitutiva del ser humano, que tiene su prototipo en la relación originaria entre el hombre y la mujer, cuya unión es la expresión primera de la comunión de personas humanas; el significado del actuar humano en el mundo, que está ligado al descubrimiento y al respeto de las leyes de la naturaleza que Dios ha impreso en el universo creado, para que la humanidad lo habite y lo custodie según su proyecto.”
Gracias a Dios, este valor inconmensurable de la persona humana lo llevamos profundamente impreso en nuestra alma. Lo demostró el reciente terremoto. Palidece el valor de las cosas perdidas, por útiles que nos hayan sido, ante la certeza de la vida de los familiares y amigos, que nos es entrañablemente querida. En efecto, cuando lo meditamos, nos sobrecoge saber que cada persona fue creada y es vivificada por el mismo Dios a su imagen y semejanza, y fue amada y salvada en Jesucristo, por su amor hasta el extremo de dar su vida por nosotros
De esta visión, que muestra el valor inigualable de la persona, de su trabajo y de sus comunidades primarias, se desprende el trato que merece y hemos de dar a cada vida humana, ya desde su misma concepción, para que pueda desplegar plenamente, en bien propio y de la sociedad, los dones que Dios le ha dado. Le será más fácil hacerlo, si tiene acceso a un trabajo que la dignifique, a los bienes materiales y espirituales que la ayuden a crecer y a crear, a la educación de calidad, un derecho de todos, a la salud sin demora que necesita y anhela, y a la vida en sociedad, conformando una familia que sea cuna del respeto de los derechos humanos, y santuario de la vida, la confianza, el amor y la paz.
Naturalmente, no debemos esperar sólo del Estado el cumplimiento de estas metas. Son también nuestras: de cada ciudadano y de las comunidades que conformamos. Pero no es menos cierto que los gobernantes pueden propiciar oportunidades para el cumplimiento de las multiformes vocaciones de los ciudadanos, entregar los cauces, las instituciones y las legislaciones favorables, como asimismo, con ánimo subsidiario, el apoyo y las herramientas que otros no pueden dar. Es lo que le pedimos al Señor
4. Por eso, uno de los deberes prioritarios de todos nosotros, y particularmente del Estado, es la preocupación por los más débiles. Para ello le pedimos a nuestro Señor que otorgue a los gobernantes espíritu de justicia y entrañas de misericordia. Esto importa doblemente en las dolorosas y difíciles circunstancias en las cuales viven incontables chilenos después del reciente cataclismo. Que en sus proyectos nunca olviden a los más pobres y postergados, de manera que no sólo reciban subsidios del Estado para poder sobrevivir sino, sobre todo, las oportunidades y condiciones adecuadas que les faciliten el acceso a un trabajo dignificante, y los conviertan en gestores del progreso personal y social. Para ello confiamos en que los espíritus emprendedores reciban las facilidades necesarias para crear empleos, y se mantenga y crezca en ellos la adhesión a la justicia y la solidaridad.
Pedimos al Señor que todos los que tenemos responsabilidades en la sociedad nunca olvidemos a los que no tienen trabajo, y ahora ni techo ni hogar; tampoco a los cesantes, los enfermos, los ancianos, los migrantes, y a todos los discriminados; y que les tendamos una mano a quienes sufren alguna adicción, y a todos los que han perdido su libertad y requieren recintos carcelarios que los ayuden a rehabilitarse lejos de toda violencia, y donde se ofrezca instrucción, formación, cultura y deporte, y aun el trabajo remunerado que les permita ayudar a sus familias. Esperamos un sistema penal que sea clemente con los más ancianos y con los enfermos más graves, y deseamos que todos los internos que han tenido una conducta intachable y no constituyen un peligro para la sociedad, puedan participar de la alegría del Bicentenario, recibiendo una reducción de sus penas o incluso la libertad condicional.
5. Oramos además para que el servicio de quienes nos gobiernen también se oriente al bien de quienes habitarán esta tierra en el futuro y querrán disfrutar del aire puro, el agua vivificante, la tierra incontaminada, la necesaria energía y la biodiversidad con que Dios nos rodeó. Asimismo pedimos a Dios la sabiduría necesaria para fomentar relaciones de aprecio y amistad, de solidaridad y mutua colaboración con los países hermanos.
Nuestra oración quiere abarcar la tarea prioritaria de todo Gobierno y de los demás Poderes del Estado, de garantizar la justicia y la equidad, acortando brechas que son injustas, y de promover la seguridad ciudadana, la reconciliación y la paz, el diálogo intercultural, la integración humana y participativa, la responsabilidad social de toda empresa, y el espíritu de amistad cívica en la sociedad. De manera especial le encomendamos al Señor el bienestar de los pueblos originarios de Chile, de modo que experimenten que somos hermanos, que sientan la valoración de su historia y sus aportaciones culturales, y tengan respuestas satisfactorias y pacíficas a sus justas demandas.
Todas éstas son tareas que nos desafían también en el ámbito “pre-político” . Las confesiones religiosas que representamos, nos comprometemos resueltamente a contribuir en estas tareas con nuestra oración y la educación que impartimos, como asimismo con la edificación de comunidades y obras que expresen y propaguen ejemplarmente las actitudes que sustentan el compromiso social, la colaboración siempre positiva a la vez que crítica, y la esperanza de los ciudadanos.
6. Nuestra oración acompaña siempre el cumplimiento de ese “deber del Estado” al cual nuestra Constitución da decisiva importancia: el deber de dar protección a la familia y propender a su fortalecimiento. Es una tarea de trascendentales repercusiones, pero difícil de cumplir, debido al momento crítico por el que pasa el matrimonio y la familia, “núcleo básico de la sociedad”, y por el cual atraviesa entonces la sociedad entera.
El grave descenso de la natalidad en Chile, los obstáculos que encuentran los jóvenes para comprometerse para siempre, el escaso apoyo efectivo de nuestra sociedad a la institución familiar, la destrucción permanente de incontables familias, la insuficiente educación al servicio y a la relación pacífica en la familia, en la escuela y en la vida pública, el sinnúmero de hijos que no nacen en un hogar constituido por un padre y una madre, son realidades muy preocupantes que deben ser abordadas con sabiduría y decisión, y encaminadas a soluciones adecuadas en nuestros programas de educación.
En este ámbito es tarea primordial del Estado, de los comunicadores sociales y de toda la sociedad civil, ayudar a la familia a constituirse y a cumplir con su misión, como también ofrecerle los medios adecuados para ello. Es decir, ayudarla a que sea unida y estable, próspera y feliz; a que los hijos tengan el respaldo afectivo y moral que necesitan, y los esposos no vivan afligidos ni agobiados; a que el hogar pueda ser centro de transmisión de los valores más nobles de nuestra cultura, comenzando con la trasmisión de la fe, y un lugar en que se ayude a superar sufrimientos y dificultades, gracias a la calidad de las relaciones humanas entre sus miembros y a su confianza en Dios; y a que sea también una escuela de ciudadanos que saben poner sus talentos al servicio de los demás, atentos a los más débiles .
7. Volvamos al profundo significado de nuestra presencia junto a la Casa de nuestro Padre Dios, donde se elevan nuestras oraciones, y donde Él nos acoge, nos habla y nos bendice, dando vigor a nuestras manos fraternas. Nos hemos reunido en este lugar porque nos importa la relación con Él. De hecho, fuimos creados para cultivar relaciones interpersonales con ese ser misterioso, colmado de amor y de verdad, que buscamos, y que sólo persigue nuestro bien. Para que lo encontremos nos envió a su propio Hijo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre, mano de Dios extendida para acogernos, perdonarnos, acompañarnos, guiarnos y bendecirnos. Si se condujera a nuestro pueblo hacia el olvido de Dios, en él ocurriría el eclipse de la bondad, la sabiduría y la verdad, que iluminan nuestra existencia, dan consistencia a la ética, a la vida y a nuestras esperanzas. Conscientes de ello, lo buscamos los que conocemos su nombre. Y aun sin compartir la fe en un Dios personal, también lo buscan, como Dios desconocido, los que hacen el bien, respetan la verdad y disfrutan cuanto hay de hermoso en el universo. A todos ellos, Dios no les deniega su gracia.
Quienes presidimos esta Oración Ecuménica –y no sólo nosotros- hemos recibido la vocación de ser amigos de Dios y de todos sus hijos, la vocación de buscarlo y encontrarlo, y de conducir a los suyos a los lugares de encuentro con Él. Fue Él quien tomó la iniciativa inaudita de acercarse al mundo para que lo conociéramos como Dios-con-nosotros. Proclamamos el gozo y la necesidad de vivir y colaborar con Él después de haberlo encontrado con su madre María en Belén, en Nazaret y en el Gólgota, en el monte de las bienaventuranzas, en el Cenáculo de la Última Cena y de Pentecostés… como en ese lugar de encuentro que es nuestra vida cotidiana.
Sabiendo que para nuestro pueblo la Palabra de Jesús y su persona han sido y serán su mayor bendición, en vísperas de la celebración del Bicentenario hemos reunido a miembros de nuestras confesiones cristianas para que escribieran de su puño y letra el Evangelio y los demás textos que guardan la memoria de Jesucristo. Miembros de las comunidades judías hicieron otro tanto con el libro de los Salmos. Lo que más queremos es que las sagradas Escrituras nos iluminen en los años y los siglos venideros, y que se prolonguen como Palabras vividas, fecundas en nuestras acciones, y así queden grabadas en nuestros corazones, como se grabaron ya en la vida de los profetas y de los discípulos de Jesús, y de manera eminente en María, la madre del Señor. Ellas convertirán cada vez más a los que adoramos a Dios, en bendición para una Patria que quiere acoger a todos sus hijos, y ser una casa y una mesa para todos, sin exclusión alguna. Para ella anhelamos que se multiplique la bendición que Dios nos regaló con grandes hombres y mujeres a lo largo de nuestra historia, con santos como el P. Alberto Hurtado y Teresita de Los Andes, con beatos como Laurita Vicuña y Ceferino Namuncura, con grandes historiadores, poetas, jueces, profesores, trabajadores, emprendedores, políticos y militares, con grandes obispos, y con tantos chilenos bondadosos y sabios de nuestro pueblo, que amaron y engrandecieron al País, y cuya vida fue muy fecunda gracias a su fe.
Por eso, en esta ocasión solemne también le pedimos al Señor que se escuche el silencioso anhelo de nuestro pueblo, del que se reúne a celebrar la Palabra del Señor y su Cena; del que prolonga el amor del Buen Samaritano, peregrina anualmente a los santuarios y comparte la esperanza en la vida plena y feliz para siempre. A nombre de esa inmensa multitud le pedimos a Dios que nuestro gobierno y los parlamentarios siempre acojan con respeto y decisión el espíritu religioso de los chilenos que nos enriquece y ennoblece. Que valoren y promuevan la enseñanza religiosa en las escuelas y liceos, y apoyen cuanto hacen por Chile y los chilenos, sobre todo por los que más sufren y esperan, las instituciones que convocan a quienes creen en Dios, respetan nuestra Constitución y contribuyen al bien común.
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Concluyo, excelentísimo Sr. Presidente, ofreciéndole a nombre de todas las comunidades religiosas que representamos, nuestros mejores deseos a Usted y al Supremo Gobierno que encabeza, como también a los legisladores, a los miembros del Poder Judicial y a los demás servidores públicos en los cuales el pueblo ha puesto su confianza. De corazón le deseamos que pueda prestar un fecundo servicio al país, y contar con la colaboración de todos los chilenos, también de los partidos de oposición, en todo cuanto emprenda en bien de nuestra Patria, sobre todo ahora, cuando ha despertado tanta solidaridad y debemos abordar juntos la gigantesca tarea de la reconstrucción material y espiritual de Chile después de las recientes desgracias.
Éste será, sin duda, el más audaz emprendimiento, el más significativo cambio, la más fecunda alianza que concierte las voluntades de los chilenos para reconstruir juntos el país, y realizar los designios asombrosos del Creador, que no son de aflicción sino de paz y fraternidad, en esta hermosa e inquieta geografía. Juntos lo podremos, ya que ¡Dios está con nosotros! y quiere que todos los chilenos tengamos vida y vida en abundancia.
† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago
Orar por nuestra patria implica recordar a todos los chilenos. En las actuales circunstancias, compartiendo el dolor de tantos compatriotas, oramos de modo especial por los que más han sufrido y siguen sufriendo a causa de la devastadora destrucción que causaron los movimientos telúricos que golpearon buena parte del país, sobre todo a causa de las pérdidas de familiares y amigos muy queridos.
Por eso, junto a la Catedral Metropolitana, que ha sido testigo de la historia de nuestra Patria, nos dirigimos a nuestro Padre y Señor que creó el cielo y la tierra y en su designio sabio y amoroso nos ha acompañado y bendecido a lo largo de nuestra historia. Él nos ha sostenido, animado y fortalecido en las horas más duras de nuestra existencia. Nos acercamos a Aquel que protege a los débiles y a los pobres, y que inspira todo lo que es grande y noble; a Aquel que nos ha regalado la razón y la libertad; al que envió a su propio Hijo para que fuera nuestro hermano y nos reconciliara, y promoviera entre nosotros el amor en la verdad. Él fecunda con su Espíritu cuanto hacemos con generosidad, solidaridad y creatividad por la vida de nuestro pueblo y por el bienestar de cada chileno, sobre todo en estas horas de aflicción.
1. “Pídeme lo que haya de darte” fueron las palabras de Dios cuando Salomón, al inicio de su reinado, recurrió a la oración. Con la confianza que inspiran en nosotros esas promisorias palabras, nos dirigimos esta mañana al Señor. Salomón no le pidió honores ni riquezas, tampoco otra cosa en provecho de sí mismo. Le pidió algo en bien del pueblo: “un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” . Agradó a Dios la petición de Salomón y le concedió el don de la sabiduría. Hoy nos unimos a su petición, rogando al Señor que otorgue al Sr. Presidente de la República y a todos los servidores públicos, un corazón sabio, atento para escuchar y para discernir, y dispuesto siempre a hacer el bien.
Moisés, 250 años antes, con su larga experiencia de pastor del pueblo de Israel, ya le había enseñado que éste debía optar entre el camino que conduce a la vida y la felicidad y el camino de la muerte y la desgracia . Definía el primero como la ruta abierta por el amor a Dios y por sus mandamientos, que exigen respeto y amor al prójimo. Si el pueblo optaba por este camino, viviría, se multiplicaría y sería bendecido por su Dios.
Convencido de la fecundidad de dicha opción, exhortó a los futuros gobernantes a vivir con gran sobriedad y a llevar La Ley de Dios consigo, a leerla todos los días de su vida para ponerla por obra, de manera que su corazón no mirara con soberbia a los hermanos, ni se apartara de las palabras sabias y bondadosas de Dios .
2. Quienes no conocen las palabras reveladas de Dios ni se han acercado a las enseñanzas de Jesucristo, podrían sentir temor al escuchar que siempre queremos aprender de su sabiduría y sus mandamientos . Podrían pensar que así se cae en una teocracia rígida, oscurantista, contraria a los descubrimientos de la razón y a los impulsos del corazón humano, que busca la felicidad y opta por la libertad. Pero en Dios no hay contradicción entre sus mandatos, la libertad de sus hijos y la autonomía maravillosa que dio a su creación, dotándola de leyes propias que con sabiduría y rigor podemos descubrir y utilizar.
Sin embargo, no podemos ni queremos desoír la voz de la historia que nos previene contra el mal uso que hacen algunos gobernantes, recurriendo a la presunta voluntad de Dios para fundamentar la imposición absolutista de su propia voluntad. Contra ellos nos previno Jesucristo, advirtiendo que los jefes de las naciones suelen gobernarlas como señores absolutos, oprimiéndolas con su poder , es decir, desentendiéndose de la bondad y la misericordia que siempre inspira el querer divino, y del inmenso respeto a la libertad y a la vida que manifestó Jesucristo.
En esta mañana pedimos a Dios por el nuevo Gobierno y por todos los servidores públicos de nuestra Patria, para que realicen su voluntad de servir, y no de ser servidos, subordinando sus propios intereses al bien del país, inspirándose en Jesucristo, el Siervo de Dios, que lavó los pies a sus discípulos y pasó por la vida haciendo el bien . Así podrán abrirle siempre camino a la vida, la reconciliación y la felicidad. De manera particular pedimos que la acción del nuevo gobierno continúe vigorosamente en la línea trazada por el esfuerzo del país y por sus últimos gobernantes, esfuerzo que suscita toda nuestra gratitud, por procurar la derrota de la denigrante pobreza, y de todos los dinamismos sociales, económicos y culturales que conducen a ella o la mantienen.
3. Pero no se trata tan sólo de alcanzar ciertos niveles mínimos de vida, de producción y de convivencia. Siempre el inicio de un gobierno es un tiempo adecuado para anhelar y comprometernos con la realización más plena de nuestra vocación humana. Y como el horizonte cultural de nuestra patria es inseparable de la revelación judeo cristiana acerca de la dignidad inconmensurable de la persona, para expresar estos anhelos me valgo de la luz que la Biblia nos proporciona.
Ya “el libro del Génesis nos propone … la inalienable dignidad de la persona humana, que tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios; la sociabilidad constitutiva del ser humano, que tiene su prototipo en la relación originaria entre el hombre y la mujer, cuya unión es la expresión primera de la comunión de personas humanas; el significado del actuar humano en el mundo, que está ligado al descubrimiento y al respeto de las leyes de la naturaleza que Dios ha impreso en el universo creado, para que la humanidad lo habite y lo custodie según su proyecto.”
Gracias a Dios, este valor inconmensurable de la persona humana lo llevamos profundamente impreso en nuestra alma. Lo demostró el reciente terremoto. Palidece el valor de las cosas perdidas, por útiles que nos hayan sido, ante la certeza de la vida de los familiares y amigos, que nos es entrañablemente querida. En efecto, cuando lo meditamos, nos sobrecoge saber que cada persona fue creada y es vivificada por el mismo Dios a su imagen y semejanza, y fue amada y salvada en Jesucristo, por su amor hasta el extremo de dar su vida por nosotros
De esta visión, que muestra el valor inigualable de la persona, de su trabajo y de sus comunidades primarias, se desprende el trato que merece y hemos de dar a cada vida humana, ya desde su misma concepción, para que pueda desplegar plenamente, en bien propio y de la sociedad, los dones que Dios le ha dado. Le será más fácil hacerlo, si tiene acceso a un trabajo que la dignifique, a los bienes materiales y espirituales que la ayuden a crecer y a crear, a la educación de calidad, un derecho de todos, a la salud sin demora que necesita y anhela, y a la vida en sociedad, conformando una familia que sea cuna del respeto de los derechos humanos, y santuario de la vida, la confianza, el amor y la paz.
Naturalmente, no debemos esperar sólo del Estado el cumplimiento de estas metas. Son también nuestras: de cada ciudadano y de las comunidades que conformamos. Pero no es menos cierto que los gobernantes pueden propiciar oportunidades para el cumplimiento de las multiformes vocaciones de los ciudadanos, entregar los cauces, las instituciones y las legislaciones favorables, como asimismo, con ánimo subsidiario, el apoyo y las herramientas que otros no pueden dar. Es lo que le pedimos al Señor
4. Por eso, uno de los deberes prioritarios de todos nosotros, y particularmente del Estado, es la preocupación por los más débiles. Para ello le pedimos a nuestro Señor que otorgue a los gobernantes espíritu de justicia y entrañas de misericordia. Esto importa doblemente en las dolorosas y difíciles circunstancias en las cuales viven incontables chilenos después del reciente cataclismo. Que en sus proyectos nunca olviden a los más pobres y postergados, de manera que no sólo reciban subsidios del Estado para poder sobrevivir sino, sobre todo, las oportunidades y condiciones adecuadas que les faciliten el acceso a un trabajo dignificante, y los conviertan en gestores del progreso personal y social. Para ello confiamos en que los espíritus emprendedores reciban las facilidades necesarias para crear empleos, y se mantenga y crezca en ellos la adhesión a la justicia y la solidaridad.
Pedimos al Señor que todos los que tenemos responsabilidades en la sociedad nunca olvidemos a los que no tienen trabajo, y ahora ni techo ni hogar; tampoco a los cesantes, los enfermos, los ancianos, los migrantes, y a todos los discriminados; y que les tendamos una mano a quienes sufren alguna adicción, y a todos los que han perdido su libertad y requieren recintos carcelarios que los ayuden a rehabilitarse lejos de toda violencia, y donde se ofrezca instrucción, formación, cultura y deporte, y aun el trabajo remunerado que les permita ayudar a sus familias. Esperamos un sistema penal que sea clemente con los más ancianos y con los enfermos más graves, y deseamos que todos los internos que han tenido una conducta intachable y no constituyen un peligro para la sociedad, puedan participar de la alegría del Bicentenario, recibiendo una reducción de sus penas o incluso la libertad condicional.
5. Oramos además para que el servicio de quienes nos gobiernen también se oriente al bien de quienes habitarán esta tierra en el futuro y querrán disfrutar del aire puro, el agua vivificante, la tierra incontaminada, la necesaria energía y la biodiversidad con que Dios nos rodeó. Asimismo pedimos a Dios la sabiduría necesaria para fomentar relaciones de aprecio y amistad, de solidaridad y mutua colaboración con los países hermanos.
Nuestra oración quiere abarcar la tarea prioritaria de todo Gobierno y de los demás Poderes del Estado, de garantizar la justicia y la equidad, acortando brechas que son injustas, y de promover la seguridad ciudadana, la reconciliación y la paz, el diálogo intercultural, la integración humana y participativa, la responsabilidad social de toda empresa, y el espíritu de amistad cívica en la sociedad. De manera especial le encomendamos al Señor el bienestar de los pueblos originarios de Chile, de modo que experimenten que somos hermanos, que sientan la valoración de su historia y sus aportaciones culturales, y tengan respuestas satisfactorias y pacíficas a sus justas demandas.
Todas éstas son tareas que nos desafían también en el ámbito “pre-político” . Las confesiones religiosas que representamos, nos comprometemos resueltamente a contribuir en estas tareas con nuestra oración y la educación que impartimos, como asimismo con la edificación de comunidades y obras que expresen y propaguen ejemplarmente las actitudes que sustentan el compromiso social, la colaboración siempre positiva a la vez que crítica, y la esperanza de los ciudadanos.
6. Nuestra oración acompaña siempre el cumplimiento de ese “deber del Estado” al cual nuestra Constitución da decisiva importancia: el deber de dar protección a la familia y propender a su fortalecimiento. Es una tarea de trascendentales repercusiones, pero difícil de cumplir, debido al momento crítico por el que pasa el matrimonio y la familia, “núcleo básico de la sociedad”, y por el cual atraviesa entonces la sociedad entera.
El grave descenso de la natalidad en Chile, los obstáculos que encuentran los jóvenes para comprometerse para siempre, el escaso apoyo efectivo de nuestra sociedad a la institución familiar, la destrucción permanente de incontables familias, la insuficiente educación al servicio y a la relación pacífica en la familia, en la escuela y en la vida pública, el sinnúmero de hijos que no nacen en un hogar constituido por un padre y una madre, son realidades muy preocupantes que deben ser abordadas con sabiduría y decisión, y encaminadas a soluciones adecuadas en nuestros programas de educación.
En este ámbito es tarea primordial del Estado, de los comunicadores sociales y de toda la sociedad civil, ayudar a la familia a constituirse y a cumplir con su misión, como también ofrecerle los medios adecuados para ello. Es decir, ayudarla a que sea unida y estable, próspera y feliz; a que los hijos tengan el respaldo afectivo y moral que necesitan, y los esposos no vivan afligidos ni agobiados; a que el hogar pueda ser centro de transmisión de los valores más nobles de nuestra cultura, comenzando con la trasmisión de la fe, y un lugar en que se ayude a superar sufrimientos y dificultades, gracias a la calidad de las relaciones humanas entre sus miembros y a su confianza en Dios; y a que sea también una escuela de ciudadanos que saben poner sus talentos al servicio de los demás, atentos a los más débiles .
7. Volvamos al profundo significado de nuestra presencia junto a la Casa de nuestro Padre Dios, donde se elevan nuestras oraciones, y donde Él nos acoge, nos habla y nos bendice, dando vigor a nuestras manos fraternas. Nos hemos reunido en este lugar porque nos importa la relación con Él. De hecho, fuimos creados para cultivar relaciones interpersonales con ese ser misterioso, colmado de amor y de verdad, que buscamos, y que sólo persigue nuestro bien. Para que lo encontremos nos envió a su propio Hijo, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre, mano de Dios extendida para acogernos, perdonarnos, acompañarnos, guiarnos y bendecirnos. Si se condujera a nuestro pueblo hacia el olvido de Dios, en él ocurriría el eclipse de la bondad, la sabiduría y la verdad, que iluminan nuestra existencia, dan consistencia a la ética, a la vida y a nuestras esperanzas. Conscientes de ello, lo buscamos los que conocemos su nombre. Y aun sin compartir la fe en un Dios personal, también lo buscan, como Dios desconocido, los que hacen el bien, respetan la verdad y disfrutan cuanto hay de hermoso en el universo. A todos ellos, Dios no les deniega su gracia.
Quienes presidimos esta Oración Ecuménica –y no sólo nosotros- hemos recibido la vocación de ser amigos de Dios y de todos sus hijos, la vocación de buscarlo y encontrarlo, y de conducir a los suyos a los lugares de encuentro con Él. Fue Él quien tomó la iniciativa inaudita de acercarse al mundo para que lo conociéramos como Dios-con-nosotros. Proclamamos el gozo y la necesidad de vivir y colaborar con Él después de haberlo encontrado con su madre María en Belén, en Nazaret y en el Gólgota, en el monte de las bienaventuranzas, en el Cenáculo de la Última Cena y de Pentecostés… como en ese lugar de encuentro que es nuestra vida cotidiana.
Sabiendo que para nuestro pueblo la Palabra de Jesús y su persona han sido y serán su mayor bendición, en vísperas de la celebración del Bicentenario hemos reunido a miembros de nuestras confesiones cristianas para que escribieran de su puño y letra el Evangelio y los demás textos que guardan la memoria de Jesucristo. Miembros de las comunidades judías hicieron otro tanto con el libro de los Salmos. Lo que más queremos es que las sagradas Escrituras nos iluminen en los años y los siglos venideros, y que se prolonguen como Palabras vividas, fecundas en nuestras acciones, y así queden grabadas en nuestros corazones, como se grabaron ya en la vida de los profetas y de los discípulos de Jesús, y de manera eminente en María, la madre del Señor. Ellas convertirán cada vez más a los que adoramos a Dios, en bendición para una Patria que quiere acoger a todos sus hijos, y ser una casa y una mesa para todos, sin exclusión alguna. Para ella anhelamos que se multiplique la bendición que Dios nos regaló con grandes hombres y mujeres a lo largo de nuestra historia, con santos como el P. Alberto Hurtado y Teresita de Los Andes, con beatos como Laurita Vicuña y Ceferino Namuncura, con grandes historiadores, poetas, jueces, profesores, trabajadores, emprendedores, políticos y militares, con grandes obispos, y con tantos chilenos bondadosos y sabios de nuestro pueblo, que amaron y engrandecieron al País, y cuya vida fue muy fecunda gracias a su fe.
Por eso, en esta ocasión solemne también le pedimos al Señor que se escuche el silencioso anhelo de nuestro pueblo, del que se reúne a celebrar la Palabra del Señor y su Cena; del que prolonga el amor del Buen Samaritano, peregrina anualmente a los santuarios y comparte la esperanza en la vida plena y feliz para siempre. A nombre de esa inmensa multitud le pedimos a Dios que nuestro gobierno y los parlamentarios siempre acojan con respeto y decisión el espíritu religioso de los chilenos que nos enriquece y ennoblece. Que valoren y promuevan la enseñanza religiosa en las escuelas y liceos, y apoyen cuanto hacen por Chile y los chilenos, sobre todo por los que más sufren y esperan, las instituciones que convocan a quienes creen en Dios, respetan nuestra Constitución y contribuyen al bien común.
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Concluyo, excelentísimo Sr. Presidente, ofreciéndole a nombre de todas las comunidades religiosas que representamos, nuestros mejores deseos a Usted y al Supremo Gobierno que encabeza, como también a los legisladores, a los miembros del Poder Judicial y a los demás servidores públicos en los cuales el pueblo ha puesto su confianza. De corazón le deseamos que pueda prestar un fecundo servicio al país, y contar con la colaboración de todos los chilenos, también de los partidos de oposición, en todo cuanto emprenda en bien de nuestra Patria, sobre todo ahora, cuando ha despertado tanta solidaridad y debemos abordar juntos la gigantesca tarea de la reconstrucción material y espiritual de Chile después de las recientes desgracias.
Éste será, sin duda, el más audaz emprendimiento, el más significativo cambio, la más fecunda alianza que concierte las voluntades de los chilenos para reconstruir juntos el país, y realizar los designios asombrosos del Creador, que no son de aflicción sino de paz y fraternidad, en esta hermosa e inquieta geografía. Juntos lo podremos, ya que ¡Dios está con nosotros! y quiere que todos los chilenos tengamos vida y vida en abundancia.
† Francisco Javier Errázuriz Ossa
Cardenal Arzobispo de Santiago
12 de marzo de 2010
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