12 de marzo de 2010

Amor de Dios

HOMILÍA
IV DOMINGO DE CUARESMA

 En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos:
-Ese acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les dijo esta parábola:
Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre:
-Padre, dame, la parte que me toca de la fortuna.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna, viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces se dijo:
-Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi Padre, y le diré: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.»
Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
Su hijo le dijo:
-Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados:
-Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.
Y empezaron el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Este le contestó:
-Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.
El se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
-Mira: en tantos años cómo te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mijeres, le matas el ternero cebado.
El padre le dijo:
-Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado.
Lc 15, 1-3.11-32



Las cosas grandes no caben en las palabras y conceptos del hombre. Así, por ejemplo, el amor a Dios. Lo religioso no es hablar mucho de Dios, que lo puede hacer un ateo o increyente, sino hablar a Dios, invocarlo. La verdad es que Dios está en todas las páginas de la Biblia y en todos los pasos de la vida de Jesús, algo así como el aire necesario que se respira, pero no encontramos un pasaje que se detenga expresamente a definirlo, aunque aquí y allí encontramos rasgos de su rostro. Si me preguntáis por un texto concreto, que yo pueda preferir para describir el rostro de Dios, del Dios de la Biblia y de Jesús, os señalaría la figura del padre de la parábola del hijo pródigo, que los escrituristas de hoy nos dicen que no debe llamarse así, sino parábola del padre que tenía dos hijos. La figura central de esta parábola, en efecto, es el padre. Aquí Jesús nos retrata la figura de Dios, que bien conocía, y en última instancia, es él mismo. Dios nos dice cómo es Dios. No cabía un expositor mejor.
Nuestro Dios es un padre bueno, misericordioso y comprensivo. Es el padre del hijo pródigo. Es el Padre de Jesús, el abba, padre querido, el papá. Abba es el término familiar entre los judíos para designar al padre. Este Dios es el trasfondo de la vida de Jesús, lo que está debajo y la sostiene, aunque no se nombre. Jesús es la parábola de Dios. Más aún: Jesús es el mismo Dios, su palabra y su vida son el rostro de Dios. Para un creyente dice más la respuesta del niño del catecismo que a la pregunta de "¿Quién es Dios?" contesta: Jesús, que la definición del sabio diciendo que es acto puro, ser subsistente, eterno e infinito. Dios es el padre bueno que hace salir el sol lo mismo sobre los buenos que sobre los malos, y llover sobre el campo del justo y del pecador. Es este padre bueno de la parábola que doliéndole en el corazón respeta la libertad del hijo rebelde y lo deja ir, y que después lo sigue esperando, día tras día, y sin cansancio, con los brazos abiertos, para, al final, acoger al hijo con una inmensa alegría. Porque a este hijo, dice, lo habíamos perdido y lo hemos encontrado y porque, en el cielo, hay más alegría por un pecador que se convierte que por cien justos. Es un padre que llena el hueco de la madre, y por eso no se habla de ésta aquí. Padre y madre. Si en una palabra imposible, como quien intenta meter en una vasija el agua del mar, quisiéramos expresar el rostro de Dios, ésta sería ACOGEDOR.

Los dos hijos

Los primeros versículos del capítulo 15 de San Lucas son como una introducción a las tres parábolas (oveja perdida, dracma perdido e hijo pródigo) llamadas de la misericordia. Las dos primeras destacan la búsqueda del pecador por el Padre y la posterior alegría del encuentro, y la última, la acogida y la alegría.
En la introducción se habla de dos clases de personas: de los publicanos y pecadores y de los fariseos y maestros de la ley. Este es un punto clave para la interpretación inmediata y literal del texto. El hijo mayor, el bueno, son los fariseos y maestros de la ley, y el hijo menor son los publicanos y pecadores. Este es, diríamos, el análisis sociológico de que se parte, aunque, al final, y no sin cierta ironía. se produce una inversión respecto a buenos y malos. Porque, en última instancia, el hijo rebelde y pródigo es el que se acoge al perdón del Padre, y el hijo cumplidor y justo se encierra en sí mismo, rechazando la invitación a la alegría por el hermano recuperado. Es el bueno el que más necesita la conversión.
A la luz de todo el Evangelio está bien clara esta interpretación. Pero el texto de esta parábola que tiene este arranque tan concreto y particular se hace de pronto universal y válido para el hombre de todos los tiempos. El hijo menor es el hombre inquieto y rebelde que llevado por el ansia de libertad no puede soportar la presencia vigilante del padre y se marcha de casa pensando en otros paraísos. La libertad y el placer son su horizonte. La experiencia será dura, pero positiva. Un corazón bueno y sensible le vuelve a los brazos del padre. Conversión, recuperación, acogida, alegría. Es la trayectoria tantas veces descrita con emoción. Es el final bueno de la historia. El camino abierto para todos nosotros.
Muy triste es, en cambio, el final del hijo mayor. No quiere saber nada de fiestas y alegría. Se le ha secado el corazón de tanta justicia y cumplimiento, un caso perdido. Qué pena tiene que sentir el padre de este hijo que con su conducta demuestra no haber catado ni desde lejos lo que es el amor del padre, la libertad del hijo, la alegría sana y la madurez humana. Este hijo mayor no ha pisado los umbrales de la historia de la salvación, a pesar de frecuentar la sinagoga y el templo, de escuchar tantas veces la Palabra de Dios y oír muchas misas. De verdad, una pena.
¡Tan cerca del Padre y tan lejos de su corazón! En esta parábola está todo el Evangelio de Jesús, toda la historia de la salvación: la llamada de Dios y la respuesta del hombre.

MARCOS M. DE VADILLO
DABAR 1992, 21


Señor, que reconcilias a los hombres contigo por tu Palabra hecha carne, haz que el pueblo cristiano se apresure, con fe viva y entrega generosa, a celebrar las próximas fiestas pascuales.
 





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