9 de enero de 2009

EL SILENCIO DE DIOS



BAUTISMO DEL SEÑOR

En aquel tiempo, Juan predicaba diciendo:
"Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno de postrarme ante él para desatar la correa de sus sandalias. Yo los bautizo con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo".
Por esos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua, vio abrirse los cielos y al Espíritu que bajaba sobre él como una paloma. Se oyó entonces una voz que venía del cielo: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco".


Mc 1, 6b-11

J. Martí Ballester


Los cuatro evangelistas se refieren, directa o indirectamente, al bautismo de Jesús. Sólo uno, Mateo, cuenta los "escrúpulos" de Juan y el amistoso forcejeo entre bautizador y bautizado. Jesús que está decidido a cumplir en todo su rigor cada paso y el Bautista que considera casi fuera de lugar la ceremonia. No era Jesús muy ceremonioso que digamos, por lo que aquel bautismo debía ser algo más que una ceremonia.

El texto de Marcos que sirve hoy de lectura evangélica sólo insiste en la humilde lucidez de Juan Bautista ante el Mesías.

Lucidez confirmada por todo un aparato celeste en el que el trueno se hace voz: "Tú eres mi Hijo amado..." Las disquisiciones sobre el bautismo, su tradición veterotestamentaria y las variantes esenias quizá deban de dejar paso a una doble reflexión práctica: la actitud de los dos protagonistas de este bautismo, Jesús y Juan. Ambos adoptan una postura de humildad. Distinta humildad en cada caso: Jesús quiere dejar clara su misión de cargar sobre sí el pecado del mundo, de hacerse uno más entre los pecadores, según diría luego San Pablo; Juan se muestra inferior a Jesús, manifiesta su condición de mero precursor. Humildad por humildad, lucidez por lucidez. La salvación viene de Arriba (cielo que se rasga, visión de la paloma, voz celestial...), pero sus administradores terrestres evitan aparecer luminosos e impositivos. No es mal comienzo para la tarea de salvación universal.

El bautismo de Jesús es un acontecimiento tan desconcertante y aleccionador como su nacimiento, su pertenencia a una familia modesta y su vida esforzada y "vulgar", apenas rota por algunos milagros, y su muerte ignominiosa. Forman parte de la misma opción humana escogida por el Hijo de Dios. Vino a salvar a la humanidad desde la misma humanidad. La salvación viene de Arriba pero El quiso hacerla abajo. Con todas las consecuencias, excepto el pecado, como también diría Pablo. Es lo que se ha llamado siempre encarnación. La misma cuya estela han seguido sus mejores discípulos.

Esta economía divina, este modo de administrar la salvación, resulta sorprendente todavía hoy. Muchos seguidores del Salvador siguen, seguimos, sin entenderla, sin practicarla. Si el Salvador divino se hizo hombre para ponerla en práctica, muchos seudosalvadores humanos parecen querer hacerse dioses para continuarla. Con el fracaso consiguiente e inevitable.

APARICIONES:La humildad de Dios esconde el mismo misterio que su silencio tradicional ante los males del mundo. Hay quien no lo resiste. A eso se debe la proliferación de milagrerías y mensajes celestiales. No pasa día sin que alguien intente convencernos de que Dios, la Virgen o algún eximio bienaventurado han hablado para amenazar al mundo con catástrofes sin cuento (¡como si no hubiera ya bastante!) o adoctrinarlo con mensajes rigurosos.

SILENCIO: El silencio de Dios no es sino la prolongación del misterio de la Encarnación. Dios está donde estuvo: en la oscuridad del bautismo compartido, del pecado echado sobre sus espaldas como si de un pecador más se tratara. ¿Quién entendió la vida oscura de Jesús? Sabemos que ni sus discípulos, por lo menos en un primer momento, largo y desconcertante. Juan Bautista se puso nervioso cuando se le acercó Jesús para ser bautizado. Hubo de inclinarse ante la cariñosa pero firme voluntad del bautizando que, en realidad, era el único y gran Bautizador. Probablemente no entendió nada y a regañadientes de obediencia y respeto bautizó al Bautizador.

Hay que decir, en alivio de incomprensiones y dificultades, que la actitud de Jesús es un duro misterio para quienes, como los hombres de todas las sociedades, suelen actuar exactamente al revés de como Jesús hace. Quieren salvar desde arriba, autorizándose primero ellos para facilitar las cosas. Se presentan con gran boato y autoridad, con mucha seguridad y dominio. Es más: el pueblo acepta de mejor gana estas asunciones de poder que el ras de tierra de las salvaciones modestas, igualitarias. ¿No estamos siendo testigos, ahora mismo, de una especie de histeria de muchas gentes de la Iglesia de Jesús que siguen sin comprender legislaciones o tomas de postura colectivas que no sean las suyas, las de sus convicciones religiosas? Obsesionados por la ortodoxia no nos preocupamos de la ortopraxis. Obsesionados por repetir de memoria las enseñanzas teóricas de Jesús, palabra por palabra, parece que olvidamos la práctica vital de Jesús, suspiro a suspiro. Su talante, su modo de hacer, su afán humano. Sin meternos en honduras de que sea o no lo fundamental (¡el fundamento es El, entero!), una cosa es clara: cuando se repiten las palabras de Jesús sin tener también su estilo de vida, se corre el peligro de parecer un actor, un muñeco parlante o un disco rayado.

El Bautismo de Jesús es la fiesta del silencio de Dios. Es la fiesta del misterio, la humildad y la esperanza. Una esperanza que viene de Arriba y aquí es administrada con dulce tenacidad y muy humana comprensión. Tan humana, que llega a ser divina. Como la de El.


Dios todopoderoso y eterno, que en el bautismo de Cristo en el Jordán quisiste revelar solemnemente que él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo; concede a tus hijos adoptivos, renacidos del agua y del Espíritu, perseverar siempre en tu benevolencia.

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