30 de octubre de 2008

YO VIVIRÉ PARA SIEMPRE




CONMEMORACIÓN DE

TODOS LOS FIELES DIFUNTOS



Todo lo que me da el Padre viene a mí,
y al que venga a mí
yo no lo rechazaré,
porque he bajado del cielo,
no para hacer mi voluntad,
sino la de aquel que me envió.
La voluntad del que me ha enviado
es que yo no pierda nada
de lo que él me dio,
sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre:
que el que ve al Hijo y cree en él,
tenga Vida eterna
y que yo lo resucite en el último día.

Jn 6,37-40


Publicamos en esta ocasión una hermosa reflexión sobre la muerte, hecha por un hombre santo que no hace mucho cerró sus ojos: el P. Esteban Gumucio Vives, de la Congregación de los Sagrados Corazones. Su pluma guíe hoy nuestra meditación del evangelio dominical.

* * *



Algo le ha pasado a mi muerte con la Resurrección de Jesucristo


Algo le ha pasado a mi muerte futura con la
Resurrección de Jesucristo.
Antes que venga, yo puedo adelantarme
y ganarle “el quien vive” a la muerte.


Puedo decirle: “no me puedes robar la vida
simplemente porque yo puedo regalarla antes de tu
visita”...

Jesús me ha enseñado a darla entera, cuerpo y alma.

Cuando venga la muerte, se quedará con un cadáver; no conmigo.

Mi cuerpo ya es del Señor. Mis miembros vivos son del Resucitado
desde mi bautismo.
Soy uno solo: cuerpo y espíritu, uno solo en la vida verdadera.

La muerte no puede arrebatarme: estoy en las manos de la Vida,
para siempre, en la misma fuente de la Vida.


Ése que llevan al cementerio ya no soy yo:

que se quede la muerte diluyendo bajo tierra lo que es tierra.
No puede tocar a mi persona.
No puede mi amor ser consumido por los gusanos.
Aprendí de Cristo a darlo todo
y todo lo entregado quedará para siempre,
ciento por ciento en el Dios vivo.

“Oh muerte ¿dónde está tu victoria?”
Estoy aprendiendo a mirarte de frente,
a reconocerte vencida en la Cruz.
Afirmado en mi Señor Resucitado te miro,
como mira un niño la jaula de los leones
desde los fuertes brazos de su padre.

Todo entero incorporado al primer nacido de entre los
muertos,
comparto desde ahora la vida nueva de mi Señor y
Amigo:
En su cuerpo y en su sangre lo he puesto todo:
mi mundo, mis ojos, mis palabras, pensamientos;
mis luces, mis oscuridades, mis gozos y mis lágrimas;
mis acciones, sentimientos, mis anchuras, mis límites,
mi carne, mi espíritu y hasta las oscuras
profundidades de mi ser.
¿Qué te queda, muerte, sino un poco de polvo?…

Eres dintel solamente. La Puerta es mi Señor.
Quedan de este lado los tiempos, las duraciones, los
caminos.
Al atravesarte se rompen los límites y empieza
la inagotable novedad.

Voy con Cristo, me basta ahora su camino de pobres,
voy transfigurado, nuevo y yo mismo,
gratuitamente vencedor y vencido.

Cristo me arrebató, me tomó para sí: ya no soy tuyo,
muerte.
Así, humildemente vencida, te has hecho hermana:
“hermana Muerte”, pequeña, gris, servidora de
nuestra Pascua.


Escucha Señor nuestras súplicas para que, al confesar la Resurrección de Cristo, tu Hijo, se afiance también nuestra esperanza de que todos tus hijos resucitarán.

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