18 de abril de 2008

YO SOY EL CAMINO



V DOMINGO DE PASCUA - A


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"No pierdan la paz, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi
Padre hay muchas habitaciones, si no, se lo habría dicho, porque voy a
prepararles un lugar. Cuando vaya y les prepare sitio, volveré y los llevaré
conmigo, para que donde estoy yo estén también ustedes. Y ya saben el camino
a donde yo voy".
Tomás le dijo:
"Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?"
Jesús le respondió:
"Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me
conocieran a mí, conocerían también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han
visto".
Le dijo Felipe:
"Señor, muéstranos al Padre y nos basta".
Jesús le replicó:
"Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al
Padre. ¿Entonces por qué dices: "Muéstranos al Padre?" ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?
Las palabras que yo les digo no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las
obras que hago yo, y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre".
Jn 14, 1-12

Eugène Ionesco declaraba hace pocos años: "El mundo ha perdido su rumbo, no porque falten ideologías orientadoras, sino porque no conducen a ninguna parte. En la jaula de su planeta los hombres se mueven en círculo porque han olvidado que se puede mirar al cielo... Como solamente queremos vivir, se nos ha hecho imposible vivir. ¡Miren Vds. a su alrededor!" Y el famoso historiador Arnold J. Toynbee confesaba: "Estoy convencido de que ni la ciencia ni la técnica pueden satisfacer las necesidades espirituales a las que todas las grandes religiones quieren atender. La ciencia no ha suplido nunca a la religión, y confío que no la suplirá nunca. ¿Cómo podemos llegar a una paz duradera y verdadera? Estoy seguro de que para la paz verdadera y permanente es condición imprescindible una revolución religiosa. Tengo para mí que ésta es la única clave para la paz. Hasta que lo consigamos, la supervivencia del género humano seguirá puesta en duda".

Es decir, que en este mundo tan tecnificado y consumista, tan racional y seguro, quedan todavía por llenar las grandes cavernas del corazón humano donde habita la necesidad de la paz, de la bondad, del amor y la justicia, de la felicidad verdadera. Asistimos -diríamos- a un doble movimiento. Por una parte aumenta la ciencia y la racionalidad, la técnica y los bienes, las riquezas..., pero por otra parte disminuye cada vez más el sentido y la felicidad de los hombres. La necesidad de Dios, de algo que esté más allá de los bienes y de las cosas, de los trabajos y del placer, sigue viva en el hombre del s. XX con idéntica o mayor fuerza que en el hombre primitivo e inculto de las cavernas. Muchos ateos convencidos y militantes, no han logrado nunca sacudirse de encima el problema de Dios. Feuerbach y Nietzsche, quienes por la proclamación pública de su ateísmo se creyeron más liberados que nadie, permanecieron hasta el final de sus días anclados en el problema de la religión. La utopía que Marx anunciara de la total "extinción" de la religión tras el proceso revolucionario ha sido desmentida por la misma evolución de los estados socialistas: sesenta años después de la revolución de octubre, y tras indescriptibles persecuciones y vejaciones de iglesias e individuos, el cristianismo en la Unión Soviética es una realidad en crecimiento más que en regresión; según los datos más recientes (quizá ya superados), uno de cada tres rusos adultos (y los rusos constituyen aproximadamente la mitad de todos los habitantes de la Unión Soviética) y uno de cada cinco ciudadanos soviéticos adultos es cristiano practicante (H. Küng).

La religión no es una ética, una moral, una teoría, una costumbre, un conjunto de ritos o prácticas religiosas. Lo religioso es una dimensión del hombre. La religión es la dimensión de profundidad del hombre, ese último reducto donde se debaten las opciones profundas ante la vida y la existencia.

Porque todo hombre es para sí mismo un misterio. La ciencia nos dice muchas cosas. Hoy no es posible el hombre enciclopédico que sabe todo lo que científicamente se puede saber en este mundo.

Sin embargo, las grandes verdades, que suelen ser las más elementales pero a la vez las verdaderamente vitales -las que clásicamente se llamaban las "verdades eternas"- quedan sin contestar por la ciencia. De lo más importante, de lo que realmente necesitamos para vivir, no sabemos nada. Esas verdades no pertenecen al ámbito de la ciencia sino al del misterio, y sólo se resuelven y perciben en la fe, en la creencia o en el ateísmo -que no deja de ser una fe.
Todos los hombres se preguntan: ¿Por qué la vida? ¿Por qué la muerte? ¿Por qué el amor y el egoísmo, la paz y el odio, la calma y la violencia, el hambre, la injusticia, la opresión, el dolor, el tiempo, la enfermedad, la vejez, la soledad, la frustración...? ¿Por qué? Sin embargo, hace dos mil años, un hombre nació en un lugar oscuro de Palestina y murió a los 33 años clavado en una cruz. Se llamaba Jesús. Muchos han dicho que era un iluso o un impostor.

Sin embargo, mil millones de hombres creemos en él. Creemos que fue un hombre nacido de mujer, pero creemos también que era Dios, el Hijo de Dios, que apareció entre nosotros suscitado por Dios para revelarnos su misterio, que es el nuestro. Murió, pero resucitó. Por eso, no sólo vivió, sino que sigue vivo, en un modo de existencia que nosotros también tendremos más allá de la muerte y de este cuerpo frágil. Muchos creemos en él porque en él hemos encontrado personalmente el Camino, la Verdad, la Vida. En él hallamos una respuesta a las preguntas esenciales del hombre, que nos satisface más que cualquier otra respuesta balbuciente que se haya aventurado en la historia de todos los pueblos.

Millones de hombres preguntan. Jesucristo es la respuesta. Haberla hallado personalmente -y no otra cosa-, eso es ser cristiano. Transmitir esa noticia a todos los hombres -lejanos y cercanos- eso es la Misión. Y la Misión comienza por nosotros mismos, en la medida en que nuestra propia vida nos manifiesta que en Jesucristo hemos encontrado realmente la solución de nuestras preguntas y un sentido nuevo y gozoso para nuestra existencia.

DABAR 1977/59

Señor, tú que te has dignado redimirnos y has querido hacernos hijos tuyos, míranos siempre con amor de Padre; y haz que, cuantos creemos en Cristo, obtengamos la verdadera libertad y la herencia eterna.

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