7 de marzo de 2008

EL SIGNO DE LA VIDA




QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO DE CUARESMA- A


Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo». Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea». Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá?». Jesús les respondió:
«¿Acaso no son doce las horas del día?
El que camina de día no tropieza,
porque ve la luz de este mundo;
en cambio, el que camina de noche tropieza,
porque la luz no está en él».
Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo». Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará». Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo». Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él».
Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo:
«Yo soy la Resurrección y la Vida.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí,
no morirá jamás.
¿Crees esto?».
Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo».
Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás». Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!». Pero algunos decían: «Este, que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?». Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
«Padre, te doy gracias porque me oíste.
Yo sé que siempre me oyes,
pero lo he dicho por esta gente que me rodea,
para que crean que tú me has enviado».
Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar».

Jn 11,1-44



Tu hermano resucitará

También ahora nos lo dice Cristo: "Tu hermano resucitará". Pero no se lo dice a los miembros de la Iglesia lo mismo que se lo decía a las hermanas de Lázaro. Estas confían pero quedan pasivas, no pueden hacer otra cosa que esperar el signo de Cristo. Ahora Cristo se lo afirma a la Iglesia; con toda ella, con cada uno de sus miembros que tienen la vida en sí mismos, dirige su oración al Padre. En el día del bautismo la Iglesia se dirige al catecúmeno lo mismo que lo hace al cristiano caído en el pecado:- "Lázaro, sal fuera". Cristo y la Iglesia dirán: "Desatadle y dejadle andar". A la sola voz de Cristo y de su Iglesia, caerán las ataduras del pecado.


Cristo es la luz del mundo (Jn. 11, 9-10) y ahora, a través de la Iglesia, es resurrección y vida del mundo (Jn. 11,25-26). La Iglesia se conmueve con Cristo ante Lázaro, el hombre pecador, y su oración le desata las ataduras del pecado, y lo devuelve a la vida. Que Cristo se estremezca ante Lázaro, que la Iglesia se estremezca con él, no debemos entenderlo únicamente como expresión de un profundo afecto humano y espiritual. En Cristo, Hombre-Dios, se da un profundo dolor ante lo que el pecado ha hecho del hombre. Recuerda Dios cómo creó a Adán a su imagen, cuerpo y alma, resplandeciente de vida y de belleza. Cristo se encuentra ante el fracaso de la primera creación. Junto con él, la Iglesia ha de conmoverse siempre al ver los efectos de la catástrofe inicial del género humano. Y los ve a cada paso; basta echar una mirada sobre el mundo pagano y sobre sus propios miembros, tocados en su vitalidad por el pecado.


En su 49 Tratado sobre San Juan, San Agustín comenta este episodio. En Lázaro ve a un gran culpable enterrado ya hace cuatro días. Insiste en esos cuatro días, en los que él reconoce el pecado original, el pecado contra la Ley natural, el pecado contra la Ley de Moisés, el pecado contra la Ley del Evangelio. "Esta interpretación dejará sus huellas en varios textos litúrgicos. El prefacio de la bendición de cementerios se referirá al 'peso cuádruple de los pecados'". Y un antiguo prefacio de este día recoge la misma expresión: "Según la fragilidad de su naturaleza humana, lloró a Lázaro, a quien devolvió a la vida por el poder de su divinidad y resucitó al género humano enterrado bajo la cuádruple carga de pecado".


En el citado fragmento de su 49 Tratado sobre San Juan, san Agustín pone de relieve un aspecto importante. Ha demostrado lo esencial que es la fe para tener y para guardar la Vida, y es un punto doctrinal que desarrolla con vigor el evangelio de este día. No hay Vida sin fe; es una condición absoluta y su efecto es seguro. "El que cree en mí, aunque muera, vivirá". Pero Agustín se plantea otra cuestión: "Preguntará alguno: ¿Cómo podía Lázaro ser figura del pecado, y ser amado de esa forma por el Señor? Que escuche a Jesucristo que dice: "No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores". Si Dios no amara a los pecadores, no habría bajado del cielo a la tierra. Ahora bien, sabiendo esto Jesús, les dice: "Esta enfermedad no es de muerte, es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella". Esta glorificación del Hijo de Dios no ha aumentado su gloria, pero sí nos ha sido útil. Por eso dice: "Esta enfermedad no es de muerte", porque la muerte, incluso de Lázaro, no llevaba a la muerte, sino más bien al milagro que había de realizarse para conducir a los hombres a creer en Jesucristo y a evitar la verdadera muerte. Ved aquí cómo Nuestro Señor da una prueba indirecta de su divinidad contra quienes niegan que el Hijo sea Dios".


Insiste San Agustín en la glorificación del Hijo. Jesús responde, en efecto, a Marta: "No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?" (Jn. 11,40). Piensa uno en aquella frase tan conocida y tan bella de San Ireneo: "La gloria de Dios es el hombre viviente". Es el logro pleno de la alianza y de la segunda creación. El signo de la resurrección de Lázaro está precisamente en eso. Jesús se conmueve ante la primera creación, hundida en el desorden, la muerte y la corrupción. La gloria de Cristo resplandecerá, por encima de todo, en la Pasión, donde se revelará señor de la muerte y señor de la vida, realizándose una y otra en la hora que él quiere. El milagro de la resurrección de Lázaro supone toda esta obra de Jesús y constituye el signo de esa obra. El catecúmeno queda invitado a encontrar en esa gloria de Jesús, lo mismo que en la de la Iglesia, su propia gloria. Porque la glorificación de Cristo termina en los cristianos. "Y yo he sido glorificado en ellos", dice Cristo en su oración sacerdotal (Jn. 17,10).


La resurreción de Lázaro es el signo del restablecimiento de la creación en su esplendor primero. Al recibir el Cuerpo de Cristo, los cristianos cantan su propia resurrección, de la que es prenda la eucaristía: "Cuando el Señor vio llorar a las hermanas de Lázaro en el sepulcro, lloró también él en presencia de los judíos y gritó: Lázaro, sal fuera. Y salió, atado de pies y manos, el que había estado muerto durante cuatro días".

-Para que vosotros creáis

La elección de este evangelio ha estado influida por el deseo de poner de relieve una tipología bautismal: la resurrección de Lázaro, tipo de la de Jesús y de la nuestra, de nuestra resurrección a la vida divina en el bautismo, en medio de la espera de una resurrección definitiva. Nos encontramos en presencia de un signo que es muy representativo de la forma de pensar de Juan. Es respuesta a la fe y realizado para gloria de Dios. Es respuesta a la fe, pero también provocación a la fe. Es lo que subrayan las palabras mismas de Cristo (Jn. 11,11-26). Todo el evangelio de Juan -el evangelista mismo se cuida de subrayarlo -se ha escrito para provocar a la fe.


La fe de Marta está indicada en su lamento: "Si hubieras estado aquí... (Jn. 11, 21). Marta cree en el poder de Jesús; en presencia suya, todo se puede esperar. Su reflexión atesora todavía una esperanza: Jesús lo puede todo. Jesús empieza entonces su catequesis. Como la mayoría de las veces en San Juan, toma su punto de partida en un qui-pro-quo intencionadamente provocado por Jesús. Marta pasará de la fe en la resurrección en el último día, tal como creían los judíos, y según lo que las palabras de Jesús le parecían a ella significar, a la fe en Jesús, resurrección y vida para los que creen en él (Jn. 11,25-26). La resurrección de Jesús, anunciada por la de Lázaro, es signo de nuestra propia resurrección. Y he ahí a Marta dando el paso de la fe en un Cristo capaz de milagros, a la fe en la palabra de aquel que ha sido enviado por el Padre. Es el acto de fe de todo bautizado: creer en la Palabra, en Cristo muerto y resucitado. La segunda lectura subrayará esta fe en la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado que habita en nosotros y que nos hará resucitar de entre los muertos (Rm. 8,8-11).


La fe de María se sitúa en el mismo nivel. Ella no corre hasta el sepulcro de su hermano, como creen los judíos presentes, sino que se dirige a Jesús y se postra a sus pies. Oímos de boca de María la misma profesión de fe implícita que en su hermana: "Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto" (Jn. 11, 32).


Y el evangelista intenta mostrarnos a un Cristo conmovido, conturbado por una profunda emoción ante el dolor, tanto como ante esta manifestación de fe.

-Jesús y la muerte

Es importante subrayar cómo se comporta Jesús humanamente ante la muerte. Se conmueve y llora (Jn. 11 33-35). Sin embargo, si resucita a Lázaro es para manifestar la gloria de Dios. Si Marta cree, verá esta gloria de Dios (Jn. 11,40). Se trata también de provocar la fe y hacer pasar lentamente al signo de su resurrección que es signo de la nuestra, resurrección final que da a la muerte un nuevo sentido para el cristiano. Esta nueva significación nada quita a la humanidad de la compasión de Jesús ante ese brutal fenómeno de la muerte. No es este el lugar de razonar sobre la forma que Jesús tiene de considerar la muerte. El texto evangélico no se ha elegido para eso. Lo importante es la manera en que Jesús presenta la muerte y lo que la sigue, la resurrección como gloria de Dios. La muerte en adelante es para todo cristiano, paso a una nueva vida, paso de una vida corporal, animal, a una vida espiritual, paso que se hace en Jesús, mediante su Espíritu. Es lo que se expresa en la 2ª. lectura.

-El Espíritu y la vida

Ya la 1ª Lectura ha insistido en la voluntad de Dios de dar la vida (Ez. 37,12-14). San Jerónimo subraya que la utilización de esta profecía de Ezequiel muestra la fe de la Iglesia en la resurrección futura: No se utilizaría la imagen de la resurrección para representar la renovación del pueblo de Israel si no se creyese en la resurrección futura, ya que nadie concebiría la idea de confirmar una cosa incierta con otra inexistente" (·JERONIMO-SAN, Comentario sobre Ezequiel, 37, 14; CCL. 75, 515).


Pero, cuando oímos proclamar: "Os infundiré mi espíritu y viviréis", inmediatamente uno lo relaciona con la carta a los Romanos, elegida como 2ª Lectura (Rm. 8, 8-11). Porque en ambos casos se trata de un don y de la actividad del Espíritu que vivifica. Nosotros tenemos a Cristo en nosotros; en tal caso, por más que nuestro cuerpo esté destinado a la muerte a causa del pecado, el Espíritu es nuestra vida, toda vez que hemos sido convertidos en justos. En ese caso, el mismo que ha resucitado a Jesús de entre los muertos vivificará también nuestros cuerpos mortales por el mismo Espíritu que habita en nosotros.


Es el comentario más completo y más claro de toda esta liturgia del 5.° domingo. Bautizados, tenemos el Espíritu de Jesús en nosotros y estamos destinados a la resurrección y a la vida. Todo está ahí, y si queremos entender la actitud de Jesús ante la muerte, en el evangelio, debemos interpretarla a la luz de este luminoso comentario de Pablo. En adelante el cristiano no entiende ya la muerte como los demás; para él es comienzo de una vida, mejor aún, desarrollo de una vida que está ya en él, que ha sido hecho justo y tiene en sí a Cristo mediante su bautismo.


ADRIEN NOCENT

EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 3
CUARESMA

SAL TERRAE SANTANDER 1980.Pág. 115-119



Ven, Señor, en nuestra ayuda, para que podamos vivir y actuar siempre con aquel amor que impulsó a tu Hijo a entregarse por nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos...

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