21 de septiembre de 2007

ADMINISTRADORES DE LO QUE TENEMOS

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- C



Decía también a sus discípulos: «Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: "¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando."
Se dijo a sí mismo el administrador: "¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas."
Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?" Respondió: "Cien medidas de aceite." El le dijo: "Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta."
Después dijo a otro: "Tú, ¿cuánto debes?" Contestó: "Cien cargas de trigo." Le dice: "Toma tu recibo y escribe ochenta."
El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.
Yo les digo: Háganse amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, les reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fueron fieles en el Dinero injusto, ¿quién les confiará lo verdadero? Y si no fueron fieles con lo ajeno, ¿quién les dará lo de ustedes? Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a Dios y al Dinero.»


Lc 16,1-13


Las lecturas de hoy nos ponen en una situación embarazosa, sobre todo en lo que respecta a nuestra vida privada… que a la larga no lo es tanto, si consideramos que muchas de nuestras decisiones afectan a los demás.

¿A qué nos referimos hoy? Precisamente, a una de las situaciones que forma parte importantísima de la vida de cada uno de nosotros, cada día: el uso del dinero. El dinero no hace la felicidad, dice la frase que de tan repetida es ya una frase cliché, y algunos añaden: pero la financia. Y no dejan de tener razón: con el dinero satisfacemos nuestras más importantes necesidades en el orden material –pan, techo y abrigo- y nos ayuda a tener una vida más grata y llevadera. Es lo que llamamos el bienestar.

Tú y yo tenemos el derecho de ser felices, ayudándonos en eso el uso del dinero y de los bienes materiales… digo siempre “ayudándonos” porque hay bienes de los que depende mucho más la verdadera felicidad: el amor, la presencia de personas queridas, amigos, una familia donde me sienta amado, respetado, aceptado… cosas que no se compran con el dinero. Una vida rica de bienes espirituales es aquello a lo que todos aspiramos, sin duda, y ojalá todos pudiéramos vivirlo. Algo de eso dice hoy la segunda lectura de nuestra Liturgia, donde San Pablo nos muestra cuál es el proyecto que Dios tiene para todos nosotros: Dios, nuestro Salvador (…) quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. (1Tim 2,3-4).

Este proyecto es común para todos. Todos tenemos el derecho de ser feliz y todos estamos llamados a una misma esperanza: la de alcanzar la Vida Eterna. Mira alrededor tuyo cuando participas en tu Comunidad Cristiana: no ves seres aislados, haciendo cada uno lo suyo… ¡no! ¿Qué ves? Ves hombres y mujeres, que salen de su casa, cargando en sus corazones alegrías y esperanzas, temores, dolores, sueños, y quieren escuchar la Palabra del Señor, ser enseñados y consolados, ser animados y fortalecidos; sentir la presencia de ese Dios de amor que Jesús, el Maestro, nos vino a mostrar con palabras y obras. Y quieren participar del mismo destino con Jesús, haciéndose uno en el momento único de la comunión con su Cuerpo y su Sangre, su Vida entera, para que todos tengamos Vida, la verdadera, en Él. Todos esperamos lo mismo.


Desde este punto regresemos al primer argumento: incluso las cosas materiales deben participar y orientarse a esa Vida Verdadera que esperamos y soñamos. Porque, si oro, alabo, pido y tengo una relación con el Señor, y la desarrollo en mi pertenencia a una Comunidad Cristiana, pero durante la vida de trabajo y en la familia me preocupo sólo del lucro, soy materialista y hasta acepto ciertas cosillas deshonestas con tal de acceder a más bienes materiales, ¿no es esto incoherencia, o contradicción, con lo que creo?

La primera lectura de hoy está tomada del libro del Profeta Amós, un hombre que predicó sobre un tema que no deja de ser actual: la desigualdad social (¡Qué no dirían de él si regresara a predicar en nuestros ambientes, nuestras sociedades o en nuestros países!). Amós veía la realidad social del Israel de su tiempo en estos términos: gente rica –nobles, empleados del gobierno, propietarios- que se hacía cada vez más rica y, por otra parte, pobres –gente del pueblo, trabajadores, artesanos, mujeres, niños- que vivían en la miseria y cada vez más se hundían en ella, por causa del enriquecimiento de los ricos. En este cuadro, Amós levanta la voz. Y ahora, miremos nuestra realidad con los ojos de Amós –que son para nosotros los ojos de la Palabra del Señor-. ¿Qué hallamos? Nos pueden ayudar las palabras de los obispos reunidos en Aparecida, cuando observaban la realidad de América Latina –no tan diferente de otras latitudes-:

La actual concentración de renta y riqueza se da principalmente por los mecanismos del sistema financiero. La libertad concedida a las inversiones financieras favorecen al capital especulativo, que no tienen incentivos para hacer inversiones productivas de largo plazo, sino que busca el lucro inmediato en los negocios con títulos públicos, monedas y derivados (…) La empresa está llamada a prestar una contribución mayor en la sociedad, asumiendo la llamada responsabilidad social-empresarial desde esta perspectiva.


Es también alarmante el nivel de la corrupción de las economías, que involucra tanto al sector público como al sector privado, a lo que se suma una notable falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía. En muchas ocasiones, la corrupción está vinculada al flagelo del narcotráfico o del narconegocio y, por otra parte, viene destruyendo el tejido social y económico en regiones enteras.

La población económicamente activa de la región está afectada por el subempleo (42%) y el desempleo (9%), y casi la mitad está empleada en trabajo informal. El trabajo formal, por su parte, se ve sometido a la precariedad de las condiciones de empleo y a la presión constante de subcontratación, lo que trae consigo salarios más bajos y desprotección en el campo de seguridad social, no permitiendo a muchos el desarrollo de una vida digna. En este contexto, los sindicatos pierden la posibilidad de defender los derechos de los trabajadores.”
(DOCUMENTO DE APARECIDA, 69-71).


Desde esta perspectiva, ¿Podemos escuchar, también nosotros, la voz de Amós que proclama, desde su situación, la respuesta de Dios ante las injusticias del hombre: Ha jurado el Señor por el orgullo de Jacob: ¡Jamás he de olvidar todas sus obras!? Sí. Sin duda alguna. Dios se ha revelado en todos los tiempos como el protector de los más débiles y de los que sufren injusticia, y no nos quepa la menor duda que nuestros mismos problemas laborales y sociales, cuando sufrimos injusticia nosotros mismos por parte de otros, cuando debemos pelarnos el lomo para sacar un poco más porque el sueldo llega demasiado recortado, no quedarán sin justicia por parte de Dios.

Sin embargo, no nos quedemos sólo con esto. No se trata sólo de esperar en la otra vida la solución de todos nuestros problemas, mientras en la vida cotidiana sólo nos queda la cristiana resignación. No. Dios tiene hijos. No nietos.

Entonces, ¿qué? ¿De qué se trata este “hacer algo” para romper la cadena de la injusticia ligada al uso mezquino y a la acumulación de los bienes a los que todos tenemos derecho de gozar? Por una parte, es bueno recordar nuestro papel en la sociedad: somos ciudadanos, tenemos derechos pero también deberes. Y así como gozamos de derechos que a menudo el Estado otorga, no olvidemos de devolver la mano a nuestro país –independientemente de quién esté al poder, porque los gobiernos pasan, pero el país, que lo formamos nosotros, permanece… mejor o peor, pero permanece- tratando de ejercer los derechos y asumiendo los deberes. Gozar de sólo derechos pero no tener deberes es como el hijo que no quiere estudiar ni cooperar en la casa, pero a la hora de exigir, exige.

Y cuando se trata de derechos, uno indispensable es el ejercicio de mi responsabilidad electoral. Es decir, como votante. Muchos dicen: “yo no estoy inscrito en los registros electorales, o no voto en las elecciones –cuando en los países el voto no es obligatorio-, porque no creo en la política y el sistema está viciado. No quiero formar parte de ese circo”. Como opinión la respeto, pero, ¿no crees que por esa misma razón debieras involucrarte, para ayudarnos a sacar a los que están arriba aprovechándose de la riqueza de todos, y colocar en los puestos de autoridad a gente que, si no responde al cien por ciento de nuestras preferencias, al menos es un poco más honesta? El cristiano, al votar, debiera tener en cuenta todas esas cosas, y acordarse del Evangelio: ¿qué proyecto encarna? ¿Qué valores sigue? ¿Cuál es su planteamiento social? ¿Promoverá la desigualdad protegiendo a los que siempre están arriba o ayudará a que los más pobres lleven una vida más digna? Esto no es optativo, mis hermanos. Porque cuando los que tienen conciencia se duermen, los inconscientes eligen al que quieren, y el país es el que sufre. Por la acción de unos, y por la omisión de otros.



Por otra parte, son sumamente valiosos los hermanos y hermanas que tienen la vocación –o la inquietud- de desarrollarse en la política y son cristianos. Ellos –que ojalá fueran muchos más que los que hay en este momento-, que se insertan en un medio donde están presentes tantos planteamientos de todo tipo, tienen el gran rol de contribuir a la transformación de las realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio –cuyas repercusiones sociales hoy tenemos ocasión de revisar- y además, tienen el deber de hacer creíble la fe que profesan, mostrando autenticidad y coherencia en su conducta (DOCUMENTO DE APARECIDA, 210). Porque hay tantos políticos que se dicen cristianos, pero con su actuar sólo hacen que la gente los rechace, rechace la política como servicio público y, además, deje de creer en Cristo.

Y por último –lo más importante-, unido al ejercicio de mi responsabilidad social, la manera que tengo de cambiar en algo la cadena de injusticia que a menudo se abate en nuestra sociedad es utilizando bien los recursos económicos que tengo. Como lo dice el Evangelio de hoy: Yo les digo: Háganse amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, les reciban en las eternas moradas. El ejemplo del administrador astuto que el Maestro pone hoy ante nuestros ojos es para seguirlo no en el uso corrupto de las riquezas –porque claro, viendo que ya no podía estar en su puesto, gestiona una serie de relaciones sociales en base a la corrupción para procurarse redes de protección cuando se halle en desgracia- sino en la astucia. Háganse amigos con el Dinero injusto, úsenlo bien, dice el Señor, para que, cuando llegue a faltar, les reciban en las eternas moradas. Es decir, úsenlo de tal manera que sean dignos de la Vida Eterna. Porque la gente corrupta, los injustos, los que explotan a sus trabajadores, con ese ritmo, difícilmente entrarán en el Reino de Dios. Ya generan un clima de desigualdad y malestar social… ¿y pretenden alcanzar el cielo?

Ahora bien, este Evangelio no pretende ser sólo para la gente que está en puestos importantes en el gobierno o en las empresas... es para todos nosotros… porque cada uno administra bienes y los usa de acuerdo con los valores que guían su vida –se supone-, y por esto dice el Señor: El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fueron fieles en el Dinero injusto, ¿quién les confiará lo verdadero?

Por eso, mira tu manera de gastar el dinero. ¿Tienen cabida los pobres, los que necesitan de tu ayuda? ¿O vivo una vida de apariencias, donde lo más importante es tener cosas, y seguir teniendo –sin pensar en los demás?, lo único que ganaremos con ese ritmo de vida es, entre otras cosas, endeudamiento y angustia en el porvenir, además de un pésimo ambiente en la familia, con tantas preocupaciones. Porque el bienestar, a fin de cuentas, ¿qué es? ¿Tener la última televisión digital que salió al mercado, cambiar cada año el automóvil o vivir en familia relaciones que privilegien el amor antes que las cosas materiales? Esas cosas financian la felicidad, podríamos decir, pero ¡ojo cuando pasan a ser lo más importante! Allí es cuando, a nivel micro, el tener es lo más importante para mí; y a nivel macro, los que están en posiciones importantes sólo acumulan para sí, mientras los pobres siguen siendo más pobres.

¿Cómo contribuir con mi granito de arena a una cultura de la solidaridad? Primero que todo, tratando de ser mejor que la gente que critico -¡primero yo!- y segundo, ejerciendo tus deberes de ciudadano tratando de ofrecer a tu nación gente que realmente valga la pena –y si eres político cristiano, trata de ser alguien que valga la pena. Porque de nada sirve criticar lanzando palabras al viento si no quiero yo mismo tomar la opción de cambiar. Tal vez te parezca poco –no eres político, ni empresario, ni nada, para que tu cambio tenga alguna trascendencia-, pero recuerda que tus familiares te ven y aprenden de ti, y tus acciones repercuten en mucha gente. Deja tu familia, tu barrio y tu sociedad mejor que como la encontraste. Serás fiel en lo poco, para poder ser fiel en lo mucho.


¡Oh Dios!, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna.

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