El cristianismo entró en Japón en 1549, de la mano de San Francisco Javier. A lo largo de su historia, la relación que la iglesia japonesa mantuvo con las autoridades políticas de turno fue marcando el rumbo de la evangelización en el Japón. En sus inicios, Oda Nobunaga (1534-1582) favoreció el crecimiento del cristianismo en el marco de una apertura comercial con las potencias extranjeras. Su sucesor, Toyotomi Hideyoshi (1536-1598), cambió de actitud y en 1587 publicó un edicto de expulsión de los misioneros, prohibiendo además la enseñanza del cristianismo. Diez años después, en 1597, tuvo lugar en Nagasaki la crucifixión de los primeros veintiséis mártires del Japón. En 1614, Tokugawa Ieyasu (1543-1616) promulgó un edicto de persecución contra el cristianismo, el cual — puesto en práctica con absoluto rigor — terminó con la religión cristiana en Japón. Las causas de dicha persecución obedecían a la actitud anticristiana de las sectas budistas, que luchaban por conseguir o conservar su preeminencia en el marco de la nueva situación política, y al temor del shogunato a ser dominado por las potencias extranjeras en un momento en que la unidad de la nación se estaba consolidando.
Las persecuciones se intensificaron bajo los regímenes de los siguientes shōgun — Tokugawa Hidetada (1579-1632) y Tokugawa Iemitsu (1604-1651) —, pereciendo los cristianos por miles. La ejecución por crucifixión, decapitación o muerte en la hoguera fue sustituida por otras torturas igualmente tremendas, tales como la ingurgitación de agua o el clavado de agujas y cañas en diferentes partes del cuerpo. En 1617 fueron ejecutados los primeros cuatro religiosos europeos; a partir de entonces, la persecución contra los cristianos se extendió por todo el Japón, concentrándose en la isla de Kyūshū — particularmente en Nagasaki. Se calcula que en la década de 1614 a 1624 fueron muertos más de 30.000 fieles cristianos en Japón.
En este marco, Santa Magdalena de Nagasaki — la primera japonesa elevada a la categoría de santa por el Vaticano — constituye el símbolo de la cristiandad japonesa perseguida. Nacida alrededor de 1610 cerca de Nagasaki— cuna de la cristiandad en Japón —, Magdalena pertenecía a una noble familia católica ferviente. Desde 1614, la iglesia japonesa vivía un clima de abierta persecución y — al igual que en los primeros siglos del cristianismo — el martirio era el horizonte y el ideal de los creyentes japoneses. Así, en 1622, cuando era todavía una niña, Magdalena presenció el martirio de sus padres, ejecutados por no renegar de su fe cristiana.
En 1602 habían llegado a Kyūshū los primeros cinco sacerdotes dominicos. Cuando, en 1609, fueron expulsados del feudo de Satsuma, se concentraron en Nagasaki y Ōmura. Sin embargo, a partir de 1614, su actividad evangelizadora se vio truncada por el edicto del shogunato, la cual se tornó progresivamente en algo clandestino. Motivada por la profunda espiritualidad de dos misioneros agustinos recoletos, los padres Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio, Magdalena decidió en 1625 consagrarse a Dios como terciaria, profesando los votos de obediencia y castidad. Mientras las persecuciones aumentaban y muchos de los creyentes renunciaban a la fe por miedo, Magdalena enseñaba el catecismo a los niños y pedía limosnas a los comerciantes portugueses para los pobres. En 1629 se refugió en las montañas de Nagasaki junto con sus dos mentores y varios cientos de creyentes, desde donde continuó ejercitando su apostolado. Su intención era profesar como religiosa en la orden dominica, pero las persecuciones no le permitieron cumplir con su objetivo. Cuando, en noviembre del mismo año, los dos misioneros fueron capturados y condenados a morir en la hoguera, Magdalena permaneció escondida, animando a sus compañeros de fe y dedicada a las labores piadosas.
Ante las frecuentes apostasías de fieles cristianos, aterrorizados por las torturas a las que eran sometidos, Magdalena tomó la decisión de desafiar al shogunato y — vestida con su hábito de terciaria — se presentó voluntariamente ante las autoridades en septiembre de 1634, confesando su fe cristiana. Llevaba consigo un pequeño atado de libros religiosos para orar y leer en la cárcel. Ni las promesas de un matrimonio ventajoso ni las amenazas de las torturas consiguieron doblegar el espíritu de la joven de veinticuatro años. Los suplicios comenzaron por la ingurgitación forzada de grandes cantidades de agua, que le eran hechas devolver luego violentamente, para seguir con la introducción de afiladas láminas de bambú entre las uñas y la carne de los dedos, con las que fue obligada a escarbar la tierra.
A comienzos de octubre de 1634, ante lo inútil de los esfuerzos para que renegara de su fe, Magdalena fue sacada de la cárcel junto con otros diez cristianos y sometida al tormento “de la horca y la hoya” (forca et fossa), cuyo solo nombre hacía temblar a los cristianos. Consistía dicho tormento en colgar a la víctima por los tobillos, de modo que la mitad superior del cuerpo quedara metida en un hoyo de aproximadamente 1 metro de diámetro y 2 de profundidad, el cual era cubierto con unas tablas ajustadas a la cintura a modo de cepo. La víctima era mantenida en esta posición durante días, hasta que moría por congestión. Magdalena fue conducida hasta el patíbulo a lomo de caballo por las calles de Nagasaki, con las manos atadas atrás del cuello. Soportó trece días el tormento al cual había sido sometida hasta que, la noche del 15 de octubre, una fuerte lluvia inundó el hoyo en el cual estaba semi-sumergida y murió ahogada. Sus verdugos quemaron su cuerpo y arrojaron las cenizas al mar.
En 1637, con el martirio del último grupo de misioneros, terminaría de hecho la presencia cristiana en Japón que hubiera comenzado en 1549. El país cerró sus fronteras al mundo exterior en 1640 y no volvería a abrirlas hasta 1853.
Junto con los llamados Dieciséis Mártires de Nagasaki, Magdalena fue beatificada el 18 de febrero de 1981 en Manila por el Papa Juan Pablo II y canonizada seis años después en Roma, el 18 de octubre de 1987. Santa Magdalena de Nagasaki, cuya fiesta se conmemora el 20 de octubre, es la patrona de los seglares agustinos recoletos.
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