14 de julio de 2010

Tolerancia 100 para los pederastas de la «zeja» (El caso Roman Polanski)

Por Juanjo Romero (Fuente: Blog De Lapsis)

¡Qué suerte tiene Roman Polanski de no ser sacerdote! En 1977 violó a una niña de 13 años, Samantha Geimer, en una sesión fotográfica en casa de Jack Nicolson. Polanski le prometió hacerle unas fotos para la revista Vogue, la emborrachó, la drogó y abusó de ella sexualmente.
Polanski tenía 43 años. Fue declarado culpable, y esperando la condena se fugó. En 2009 fue arrestado en Suiza y ayer la judicatura suiza negó su extradición a Estados Unidos. Quedan atrás los ignominiosos apoyos de Almodóvar y otros sectarios de la farándula.
Imaginemos que Polanski hubiese sido sacerdote. Describía muy bien esta fantasía Ignacio Aréchaga el año pasado:
Lo menos que puede decirse es que Polanski tiene suerte de ser un cineasta afamado. Imaginemos que hubiera sido un cura —o más bien un arzobispo, para mantenernos al nivel— , acusado de abusos sexuales sobre un menor en Estados Unidos. Cuando en 2002 estalló el escándalo de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes, la mayoría de los casos que entonces salieron a la luz pública habían sido perpetrados en los años 70, en la misma época del delito de Polanski, con adolescentes de edad similar a la de la víctima del cineasta. Pero entonces nadie les quitó importancia diciendo que eran «una historia antigua que ya no tiene sentido», como ha afirmado ahora el ministro de cultura francés, Frédéric Mitterrand. Al contrario, hubo satisfacción por el hecho de que por fin los culpables pagaran por su atropello. «Tolerancia cero» era y es la consigna.
Si Polanski fuera un cura, nadie le habría exculpado con argumentos como haber tenido una infancia trágica o por haber obtenido el perdón de la víctima, como se ha dicho a propósito del director polaco. Ni se habría minusvalorado la importancia del hecho calificándolo como «error de juventud» (¡un joven de 43 años!).
Si se tratara de un cura, el hecho de que la Iglesia no hubiera reaccionado se habría interpretado sin duda como un signo de querer echar tierra sobre el escándalo en vez de preocuparse por la víctima. Pero si es el Estado francés el que cierra los ojos durante 32 años, es solo un signo de que Francia es tradicional tierra de acogida.
En fin, echándole más imaginación, pensemos qué se habría dicho si 138 obispos firmaran una carta de apoyo al compañero acusado de un delito de violación de menor, aduciendo que es inconcebible que se pretenda juzgar a «un clérigo de renombre mundial». El escándalo sería tal que estimularía el ingenio de algún cineasta para hacer una película sobre el caso.
Mañana leeré el NYT, El País, El Mundo (José Manuel Vidal) o Público (Jesús Bastante), seguro que ellos sí le encuentran justificación al asunto.
Una vez más la Iglesia, la Iglesia de siempre, va por delante.

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