5 de noviembre de 2009

6 de noviembre: Beato José Agustín Fariña, O.S.A., y Compañeros Mártires

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Traducción al español de un artículo mío aparecido en la Revista Madre del Buon Consiglio en 2007.

El 28 de octubre de 2007 tuvo lugar en Roma la beatificación más numerosa de la Historia: 498 mártires de la persecución religiosa que tuvo lugar en España durante los turbulentos años 30 del siglo pasado. El grupo más numeroso, entre laicos, sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas e incluso niños, estaba compuesto por 98 agustinos –una de las órdenes más golpeadas durante aquella persecución- provenientes de distintos conventos de la península ibérica. Entre este mosaico de historias y de respuestas fieles al llamado de Jesús de seguirlo hasta las últimas consecuencias encontramos un religioso agustino que vivió durante 21 años en Chile y que fue, en aquellas tierras, un modelo para los jóvenes que apenas se asomaban a la vida religiosa con su ejemplo de formador, padre espiritual y sobre todo por su tierna devoción a la Madre del Buen Consejo: hablamos del P. José Agustín Fariña.

El P. Fariña nació en Valladolid, España, el 20 de marzo de 1879. A la edad de 11 años entró en el Seminario de Las Palmas y cuatro años después en el Noviciado Agustino de la Provincia de Castilla, en la cual profesó los primeros votos religiosos de castidad, pobreza y obediencia el 25 de marzo de 1885. Al año siguiente fue enviado a Chile para ayudar a las comunidades agustinas de aquella nación, que en ese entonces habían concluído un proceso de renovación en la observancia de la vida comunitaria.

Desde ese momento podemos seguir el desarrollo de la vida y santidad del P. Fariña: concluyó sus estudios de Filosofía y Teología, emitiendo la Profesión de Votos Solemnes en la Provincia Agustiniana de Chile en 1898 y fue ordenado sacerdote en el Templo San Agustín de Santiago de Chile en 1902. La gran contribución de su ministerio fue particularmente marcado por su rol de Maestro de Novicios entre los años 1906 y 1917, y en la difusión de la devoción popular. conventotalcaEn el convento agustino de la ciudad de Talca (foto)–sede del Noviciado en el que era él el Maestro- llegó a ser director de la Pía Unión de la Madre del Buen Consejo y fundó en aquellos años una revista intitulada El Buen Consejo, en la que se difundí la espiritualidad cristiana y la devoción a María. Escribió también algunas obras devocionales: recordemos las Prácticas Diversas en Honor de María, Madre del Buen Consejo (1913) y Los Siete Sábados de la Virgen (1915). Pero su obra más conocida entre los agustinos de lengua española es el Tesoro del Novicio (1910), escrito y publicado en Chile y difundido también en España, verdadero vademécum destinado a los jóvenes que inician el camino de la vida religiosa agustiniana.

Talca 060 Número de la Revista “El Buen Consejo”, editada por el Padre Fariña en Talca.

Podemos conocer un poco el espíritu del Padre Fariña a través de estos versos, que dedica a la Virgen:

"Madre, yo vengo a llorar

a tu regazo querido,

que traigo mi pecho herido

y mis ojos hechos mar;

triste y hondo es el pesar

de que a tus plantas me quejo;

más sé que su amargo dejo

sabrá calmar tu dulzura,

pues eres, oh Virgen pura,

la Madre del Buen Consejo.”

En 1918 fue enviado a Europa para desarrollar otras labores, manteniendo siempre el deseo de regresar a Chile, su segunda patria. Lo encontramos en España como director espiritual y confesor en diversas comunidades y especialmente en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, donde en 1936 lo alcanza la persecución religiosa. Con otros 64 religiosos es tomado prisionero el 18 de julio y es juzgado por un tribunal popular que lo condena a muerte por ser religioso. El 30 de septiembre del mismo año fue fusilado junto a otros cincuenta agustinos en Paracuellos de Jarama, en las cercanías de Madrid.

Con su beatificación los agustinos chilemos estamos seguros que el Padre Fariña ha querido volver, después de tantos años, a su segunda patria: un buen amigo e intercesor, recordándonos que su martirio fue la conclusión de una vida consagrada enteramente a Jesús y al prójimo, santificada no sólo en la ofrenda de la vida en aquel instante supremo, sino también y sobre todo en la ofrenda simple de cada día, con la serena certeza de un Dios que siempre estuvo cerca de él, a la presencia de la Madre del Buen Consejo, su Madre, que amó y que hizo conocer, y al servicio de los hermanos.

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