24 de febrero de 2009

Cuaresma: Una Aventura del Espíritu

HOMILÍA

MIÉRCOLES DE CENIZAS

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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-- Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga.

Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará. Cuando recéis no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas para que los vea la gente. Os aseguro que ya han recibido su paga.

Cuando tú vayas a rezar entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu padre, que ven en lo escondido, te lo pagará. Cuando ayunéis no andéis cabizbajos, como los farsantes que desfiguran su cara para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya han recibido su paga, Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.

Mt 6, 1-6.16- 18

Hoy iniciamos una aventura: una aventura del espíritu, que puede ser más emocionante  y es ciertamente más seria y decisiva que cualquier aventura exterior. Justamente en estos  términos debemos afrontar la experiencia cuaresmal, que una vez más nos propone la  Iglesia, y que comenzamos desde este Miércoles de Ceniza.

La Cuaresma - como dijimos en la oración de apertura - es un "camino": un camino que  comienza desde la oscuridad y llega a la luz; un camino que comienza con pensamientos  melancólicos sobre la muerte y la destrucción aparente del hombre ("recuerda que eres  polvo y al polvo regresarás") y arriba al anuncio de la vida resucitada que iluminará de  alegría y de esperanza la noche de Pascua; un camino que en la partida nos ofrece el  programa áspero de la penitencia para hacernos después llegar a la serenidad de una  transformación de nuestro interior, como reflejo de la gran renovación de los corazones y  del universo obtenida para nosotros por el sacrificio y el triunfo de Cristo.

Este es el "camino de Dios", y va en sentido contrario a aquel al que trata de seducirnos  el "mundo"; el "mundo", comprende aquí en el sentido de "principado de Satanás" (Cf. Jn  12, 31).

El Enemigo del hombre y de la verdad — "homicida" y "mentiroso", como lo llama Jesús  (Cf. Jn.8, 44)— primero nos encandila con los espejismos apetecibles del placer sin ley, de  la prevaricación que parece querer asimilarse a la omnipotencia del Creador, de insólitos y  afectados paraísos terrestres. Pero después nos dirige y nos incita hacia el disgusto, la  desesperación, la disgregación física, la muerte sin consolación: de la ilusión a la  desilusión, ese es su recorrido.

Dios que nos ama, en cambio, nos lleva de nuestra oscuridad a su luz; nos mueve de la  consideración amarga de nuestras culpas, del confesar y del llorar, y de la incontestable  endeblez, a la espera de un estado de felicidad sin fin, hacia el cual somos encaminados  con la vida cristiana.

Bien mirado, este paso hacia la gratificadora certeza del perdón obtenido, de los  pensamientos de muerte a la exultación de poder alcanzar la verdadera vida, recoge y  reproduce el dinamismo que es propio del Sacramento del Bautismo.

Y, a decir verdad, nosotros sabemos que la Cuaresma es precisamente un itinerario  "bautismal". Lo es ante todo para aquellos que se preparan de hecho a ser regenerados por  el agua y el Espíritu Santo en la noche de Pascua (ellos son los catecúmenos, por los  cuales elevamos especiales oraciones); pero también para todos nosotros que en estas  semanas debemos redescubrir nuestra historia de Redención.

El Bautismo es un tema perenne en la espiritualidad de los discípulos de Jesús, su  riqueza es imborrable y siempre activa, y la guardamos en la profundidad de nuestro ser.  Pero en este tiempo nuestro, este tema asume una nueva actualidad.

Estamos llamados, ahora como nunca antes, a la comparación con tantos hermanos en la  humanidad que no son cristianos; y es importante que hagamos emerger y robustecer  nuestra propia identidad. Más todavía, estamos envueltos por una mentalidad ilustrada que  todo lo reduce a la pura naturaleza, y así no deja espacio a Cristo y a su acción de rescate  y renovación. Frecuentemente nos vemos enfrentados nada menos que con el retorno de la  vieja mentalidad pagana, por tanto no se distingue más al creyente del no creyente, y ahora  se llega incluso a no hacer mucha diferencia entre los hombres y los animales.

Es urgente entonces que regresemos a la plena consciencia de nuestra dignidad y de  nuestras riquezas.

Dios nos concede un nuevo nacimiento en el Bautismo. Así podemos reconocer en Él a un  Padre deseoso de hacernos partícipes de su herencia de amor, de luz, de alegría.

El Bautismo, incorporándonos a Cristo, nos permite volver a recorrer su mismo itinerario  victorioso y vivificante: "Fuimos, pues, con él sepultados por el Bautismo en la muerte, a fin  de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del  Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rom 6,4)

El Bautismo nos confiere el "sacerdocio real", nos agrega a la "nación santa", nos  introduce en el "Pueblo que Dios se ha adquirido" (Cf. 1Pe.2,9); por lo tanto nos hace  pertenecer a la Santa Iglesia Católica.

He aquí entonces el programa de esta Cuaresma.

Se trata de renovar nuestro Bautismo, en toda su verdad y en toda su belleza. Debemos  limpiar aquello que lo ofusca y cortar aquello que lo aprisiona y le impide fructificar.

Una superficialidad o una ausencia de una cultura religiosa, o al menos catequética,  escondiendo a nuestra mirada las sublimes realidades bautismales, lo ofuscan.

Las incoherencias, las componendas, las infidelidades lo tienen encadenado en la  inercia.

Que en esta Cuaresma sea más asidua y más comprometida la contemplación de la  Palabra de Cristo, para que el Bautismo resplandezca como merece ante nuestra mente.

Convirtámonos de una conducta culpable o incluso solamente mediocre, para que el  Bautismo pueda verdaderamente desarrollar toda su espléndida eficacia de gracia, de  caridad actuante, de alegría del alma.

Giacomo Biffi

Cardenal Arzobispo de Bologna (Italia)



Señor, fortalécenos con tu auxilio al empezar la Cuaresma, para que nos mantengamos en espíritu de conversión; que la austeridad penitencial de estos días nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal.

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