HOMILÍA
I DOMINGO DE CUARESMA
En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre animales salvajes y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:
-Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia.
Mc 1, 12-15
Marcos cuenta de forma muy expeditiva la tentación presentándonos cuatro personajes (el Espíritu, Jesús, Satanás, los ángeles) y tres acciones: el Espíritu empuja a Jesús al desierto, Satanás lo tienta, los ángeles le sirven en medio de los animales salvajes que han vuelto a amansarse.
Entre el Espíritu y los ángeles, Satanás se ve casi acorralado: el Espíritu no impulsa más que hacia una victoria que convierte a la tierra en lo que era al comienzo: un paraíso en el que todo es armonía y bondad: "Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea" (Is11,6).
Pero la idea de la tentación recobra su fuerza desde la primera predicación de Jesús: "¡Convertíos!". La vida del hombre sobre la tierra será siempre un combate en contra de la tentación, esfuerzo continuo por convertirse.
Jesús no ha venido a librarnos de este combate; pedir que lo hiciera no sería una buena oración. Ha venido "para que vivamos" (Jn 10, 10) y esto supone luchas continuas contra el orgullo, contra las preocupaciones paganas y contra la sexualidad anárquica. Estas luchas sólo se acabarán cuando exhalemos el último suspiro.
¡Nos habría gustado tanto que las cosas fueran diferentes! Una hermosa conversión aplastante que hiciera de nosotros seres maravillosamente transformados, avanzando desde entonces con la cabeza bien alta por una camino de amor fraternal y de obediencia a Dios. Si soñamos con eso, no nos convertiremos nunca. La conversión, en sentido evangélico, es más modesta, más realista y continua.
Tiene ciertamente, ante todo, el aspecto de una franca transformación. Al salir de una predicación, de una meditación, de un retiro, cuando nos ha golpeado una enfermedad, la muerte de una persona querida, cuando nos ha entusiasmado un amor, descubrimos que vivíamos mal y nos decidimos realmente a cambiar. Será posible señalar la fecha de ese viraje, de ese cambio de dirección. La vida de algunos convertidos simbolizan, por la enormidad del cambio, lo que nos ocurre a nosotros en un nivel mucho más pequeño: final- mente, se le dice sí a Dios.
Pero lo que viene a continuación es desalentador. En los verdaderos convertidos el cambio sigue en pie, ellos van subiendo cada vez más. Nosotros sin embargo caemos de nuevo en la mediocridad e incluso en el mal. Nuestra conversión no era en el fondo más que una pequeña fiebre de santidad.
¿Dónde está el fallo? ¿Es que somos incurablemente gente mediocre y cobarde? Somos más bien personas que escuchan mal el evangelio, sobre todo cuando el texto es corto, como el de hoy, y corre el peligro de quedar mutilado. Jesús dice: "convertíos... y creer en la buena nueva". Tomar solamente la mitad es estropearlo todo; seguiremos viviendo soñando con la conversión y nada más. Quizás fuera necesario cambiar una palabra para marcar con energía la relación necesaria entre las dos ideas: "Convertíos CREYENDO en la buena nueva".
Creer. Ante todo creer. Lo primero no es arremangarse, sino creer que el reino de Dios se ha acercado a nosotros, que está al alcance de nuestra mano, con Jesucristo, y que la buena nueva es realmente una buena nueva: el mundo entero puede salvarse en Jesucristo. Tú, seas lo que seas y sea cual fuere tu situación actual, puedes ser salvado por Jesucristo. Esa salvación se ha dado ya. Si crees en eso, te has salvado.
Pero no estropeemos esta proclamación de Jesús de otra manera igualmente desastrosa: creyendo en la buena nueva... sin arremangarnos. La buena nueva nos dice que en adelante todo es posible y por tanto que podemos salir adelante. ¡Pero hay que salir adelante!.
La maravilla está en que no luchamos ya solos y en que estamos seguros de la victoria. "Los ángeles le servían". Los ángeles nos servirán y las fieras se amansarán. Nuestras conversiones fracasaban porque nadábamos con solo nuestro voluntarismo cándido y orgulloso. "Yo quiero convertirme". No: "concédeme que lo quiera, y lo querré contigo y por ti". Una verdadera conversión es la experiencia del reino, el descubrimiento vivido de que todo es posible si se le pide a Dios. Decid: "El reino está cerca" es decir: "Tú puedes pedir". Pero pide, intenta hacer esa petición.
ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984. Pág. 73
Al celebrar un año más la santa Cuaresma concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo, y vivirlo en su plenitud.
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