30 de enero de 2009

LA AUTORIDAD DE JESÚS

HOMILÍA

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

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En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la Sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar:

-- ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quien eres: el Santo de Dios.

Jesús le increpó:

-- Cállate y sal de él.

El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos:

-- ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen.

Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

Mc 1, 21-28

Louis Monloubou
Leer y Predicar el Evangelio de Marcos
Edit. Sal Terrae Santander 1981.Pág. 33 Ss.

 

Continúa el evangelio reflexionando sobre la enseñanza única traída por Jesús, y nos conduce a una reflexión que recae sobre Jesús mismo. Lo que el evangelio subraya no es la pasmosa familiaridad que Jesús hacía posible entre los hombres que le trataban y el Misterio presente en él. Los testigos directos de Jesús habían experimentado de tal manera en él esta familiaridad y se les había hecho cotidianamente tan evidente que no creían necesario preguntarse acerca de ella. Lo que, por el contrario, polariza su atención y sus pesquisas es ese Misterio del que Jesús es signo y presencia. A este propósito hace Marcos tres afirmaciones.

a) En Jesús está presente una realidad nueva, inaudita y con todos los indicios de ser de lo alto; esta realidad se manifiesta en su manera de tratar al espíritu inmundo. Este personaje vociferante es un "espíritu": forma parte de esos poderes sobre los que el hombre no tiene poder directo, por ser inasequibles para él; por lo mismo, su fuerza intangible, y además superior, resulta más temible. Es "inmundo". Tomada esta palabra en el sentido bíblico más amplio, significa todo lo que no es apto para la más mínima relación con Dios, que es "puro" y "santo". Así pues, este espíritu representa lo que hay de opuesto a Dios en una determinada realidad del mundo; es el símbolo de la incomunicabilidad que separa a Dios de esta realidad "mundana"; el símbolo de todo aquello que en el hombre, en cada uno de nosotros, está en radical oposición con Dios.

La fuerza de este espíritu es grande; lo indica su voz, o más bien su estruendoso alarido, así como la violenta agitación a que somete al hombre del que "sale"; esta fuerza del espíritu impresiona a la multitud, sobrecogida ante ella como se sobrecogen los hombres cada vez que sienten el poder irreprimible de un mal que les aplasta.

Lejos de impresionarse, y más lejos aún de asustarse, Jesús habla con autoridad al espíritu. No se dice que grite, pero su voz amenazadora se impone al vocerío del espíritu, cuyo "gran grito", bruscamente extinguido, pone fin al insólito alboroto. La "autoridad" de Jesús se ha impuesto al espíritu, como poco antes su fuerza se había impuesto a Satanás, que le "tentaba durante cuarenta días".

b) Ante aquella demostración de excepcional poder, la multitud reacciona. Nuestro texto carga el acento, ante todo, sobre esta reacción de la multitud, impresionada por la "autoridad" demostrada por Jesús. Esta "autoridad" es nueva (v. 27), al menos en el sentido de que nunca se había conocido autoridad tan grande en los escribas. Al comienzo y al final del relato se advierte una doble mención de esta inaudita "autoridad". Lo primero que impresiona, es la manera de enseñar que tiene Jesús, muy alejada de las distinciones, sutilezas e incluso contradicciones contenidas en la enseñanza de quienes no saben hacer otra cosa que referir las opiniones discrepantes de los grandes maestros. Jesús enseña como alguien a quien el Espíritu sugiere la proclamación de una palabra verdaderamente divina. Y por otra parte, es sorprendente la fuerza de autoridad con que Jesús condena a los malos espíritus. Dos manifestaciones de autoridad que parecen estar muy próxima la una de la otra: la palabra imperiosa que se impone a los demonios y le somete a su voluntad, es la misma que domina en el mensaje propuesto para hacer de él un testimonio personal. Hasta tal punto es sorprendente esta "autoridad", que su fama se difunde lejos, por toda la comarca de Galilea. No se puede por menos de hablar de un hombre que actúa como lo hace Jesús y que enseña con los acentos con que él enseña. Sin embargo, esa reputación que parece que nadie podría impedir y que se extiende por todas partes, estriba menos en un conocimiento claro sobre Jesús, que en las preguntas que se hacen acerca de él y en el interrogante provocado por su persona y su comportamiento. Todo el mundo está sorprendido, y nadie sabría decir quién es aquel personaje que trae revuelta a la región.

c) ¡Pero sí! Hay alguien que sabe decirlo: el "espíritu inmundo". Todas las teorías en torno a la psicología de tal personaje, quedarían aquí fuera de lugar. El evangelista se ocupa de otra cosa. Desea comunicar su profunda convicción de que Jesús es un misterio luminoso, a la vez que oscuro. Es un misterio oscuro, y muy oscuro, para las multitudes que sólo saben contemplar perplejas las acciones de Jesús, e intercambiarse las preguntas que sus palabras suscitan. Y sin embargo, es un misterio luminoso, y sucede con él lo que con toda claridad: que no puede pasar inadvertido. Los demonios, seres superiores, perciben esa claridad divina, imperceptible para los hombres y saben definir a Jesús: "eres el Santo de Dios", grita este demonio; y más adelante, proclama aquel otro con mayor conocimiento de las cosas: "Jesús, Hijo de Dios" (5, 2-15). Los hombres irán descubriendo, poco a poco, esta claridad; para comprender a Jesús necesitarán seguirle, hasta el compromiso personal, a todo lo largo de su aventura, particularmente en la última y decisiva etapa, la cual permitirá por fin dar respuesta a las cuestiones en las que, por el momento, no hacen sino tropezar, mientras que el enemigo sabe verlas con claridad.

"Al ser el demonio un ser espiritual, inmediatamente ve que Jesús es su enemigo personal. Experimenta casi físicamente la irradiación del poder irresistible que emana de Jesús. Comprende de una vez que para él está todo perdido. Pero las cabriolas de los demonios no son sino el reflejo visible de la personalidad invisible de Jesús. En efecto, al ser de orden espiritual la grandeza de Jesús, escapa a la percepción de las multitudes. Los demonios, que ven las realidades espirituales, son aquí los intermediarios de la revelación del Hijo de Dios. Son el espejo que refleja, en beneficio de los hombres, el rostro invisible del Mesías. Por eso, en la economía del evangelio de Marcos, estos encuentros demoníacos adquieren el valor de verdaderas epifanías. Son una manifestación indirecta y velada de la personalidad transcendente del Hijo de Dios". Se alcanza la cumbre cuando el demonio grita el Nombre de Jesús, es decir, su título de "Hijo de Dios". (·MINETTE-DE-TILLESSE: Le secret messianique dans l'Évangile de Marc. París, Le Cerf, 1979, p. 400).

El evangelio de Marcos es un libro demasiado rico, demasiado profundo y hasta demasiado sublime para que puedan sacarse de él aplicaciones fáciles. Sin embargo, parece haber querido responder a una sola pregunta que hoy nos preocupa a todos. Esta pregunta la habría formulado él así :¿Quién es Jesucristo? ¿Cómo pueden llegar los hombres a este conocimiento? Nosotros la formularíamos en otros términos, pero la pregunta seguiría siendo la misma.

Nosotros nos preguntamos: ¿Qué es evangelizar? ¿Cómo se puede conducir a los hombres a la aceptación del Evangelio? La respuesta que el libro anticipa no es simple; en cada párrafo proporciona un elemento de ella. Al lector atento corresponde reorganizar como elementos de un puzzle, los múltiples datos de esta meditación sobre el Evangelio, que no es sino una meditación sobre Jesucristo.


Señor: concédenos amarte con todo el corazón y que nuestro amor se extienda, en consecuencia, a todos los hombres.

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