BAUTISMO DEL SEÑOR- A
En aquel tiempo, Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara. Pero Juan se resistía, diciendo:
"Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice?"
Jesús le respondió:
"Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere".
Entonces Juan accedió a bautizarlo. Al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios, que descendía sobre él en forma de paloma y oyó una voz que decía, desde el cielo:
"Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias".
Mt 3,13-17
Jesús se despidió de su madre, que ya venía dándose cuenta, con intuición de madre, que el corazón de su Hijo vivía lejos. Y desde Nazaret, en Galilea, se fue al Jordán, en Judea, para ser bautizado por Juan. Entra en el río sin pecado personal y cargado con los pecados del mundo, como el Cordero que comienza a purificar a la humanidad, esposa suya, para lavar sus iniquidades.
"Mirad a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre El he puesto mi espíritu" Isaías 42,1.
"Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre El. Y vino una voz del cielo que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto" (Mateo 3,13), que eleva la categoría de siervo, a Hijo amado y predilecto. Son dos textos de las lecturas de hoy, luminosamente paralelos y coincidentes:
1: "Sobre El he puesto mi Espíritu", dice Isaías. 2: "El Espíritu bajaba como una paloma y se posaba sobre El", nos relata San Mateo.
Para Isaías Jesús es: "Mi elegido, a quien prefiero". Para Mateo: "El amado, mi predilecto". Se da pues un progreso de Revelación en el Evangelio: El Padre REVELA AL HIJO, que viene a su vez, a revelar al Padre.
El Siervo de Yahvé viene a realizar la misión trascendental de renovar la alianza de Dios con Israel, repatriar a los exiliados y establecer el espíritu de la verdad en medio de todas las naciones paganas. Para expresarlo Isaías se sirve de la terminología propia de la creación: "Yo te he formado y te he hecho", dice el Señor del Siervo de Yavé, según la lectura de Isaías.
En el Génesis, en efecto, cuando Dios se dispone a crear al hombre, dice: "Hagamos al hombre" Estamos pues ante la creación del hombre nuevo, réplica del primer hombre. Por tanto, si es creado un hombre nuevo, ahora comienza un Mundo Nuevo, una creación Nueva, un Orden Nuevo, una alianza nueva, que será sellada con la Sangre derramada en la Cruz, Bautismo de sangre, que el Bautismo en el Jordán está anunciando. Y así como en la nueva Creación el Espíritu se cernía sobre las aguas, en la nueva creación que comienza hoy, el Espíritu se posa sobre Jesús.
Todo será nuevo desde ahora: Los ciegos abrirán sus ojos a la luz de la revelación del Padre, que les irá descubriendo Jesús. El amado Hijo, nos revelará a sus hermanos, que somos hijos del Padre por adopción, amados en El y herederos por El.
Como Rey, en contraste con los de su tiempo, Jesús, implantará el derecho y la justicia, según Dios y no según los hombres, trascendiendo los mismos conceptos modernos impregnados de legalismo. Santificará y justificará, no con las normas y principios sociológicos, sino a través de una actividad salvífica a todos los niveles. Su actuación no seguirá los esquemas de los poderes temporales, pues "Su reino no es de este mundo". Tampoco actuará con modos militares; ni gritará en medio de las plazas.
Como Sacerdote, debe enseñar lo mismo que como rey debe implantar. Como Profeta debe ser el altavoz del Padre ante todos los pueblos. Por eso Juan confiesa que: "Yo os bautizo con agua. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego", que es juicio salvador y transformante. Fuego purificador, que quema el pecado y transforma a los hombres en Dios.
Viene a transformar a los hombres desde dentro, a partir de su interioridad. Va a salvar a cada hombre, reavivando la mecha que está a punto de extinguirse, haciendo la revolución verdadera querida por Dios, por la acción dinámica del Espíritu que vive en él, con mansedumbre y humildad, reformando a las personas, una a una, llegando a lo más íntimo de su ser, haciéndolos hijos cada vez más plenos del Padre. Esa es la revolución que Jesús va a comenzar con el Espíritu, la revolución de la santidad, que comienza por sacar a los presos de la cárcel de sus pecados para crear hombres interiores, adoradores de Dios en espíritu y verdad. Creando una caña nueva allí donde hay una resquebrajada, no aplastando, sino sanando y curando. Dedicando una atención singular a las personas, una a una, en el brocal del pozo de Jacob, o entregado a la formación de sus primeros discípulos, o en la conversación nocturna con Nicodemo.
Así actuará Dios por Jesús, por sus sacramentos, por la Iglesia como comunidad salvífica, intercesora y mediadora universal. Ese es el sentido del bautismo de la Iglesia, que nos hace hijos de Dios.
Por eso pudo decir Pedro: "Cuando Juan predicaba el bautismo, Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien" (Hechos 10,34). "Todo lo ha hecho bien"
"Soy yo el que necesito que Tú me bautices" confiesa Juan. -"Debemos cumplir lo que Dios quiere", responde Jesús. Su obsesión es hacer la voluntad del Padre. Y ese debe ser el programa de todo cristiano. Así es como Jesús entró en el Jordán, como el Siervo de Yahvé que personaliza a todo el pueblo de Dios. Igual que el pueblo de Israel entró en el Jordán y lo atravesó para entrar en la tierra prometida, entra Jesús en el Jordán a la cabeza de su pueblo nuevo, para llevarlo a la tierra nueva que mana leche y miel. Jesús entró en el río. Y porque se sumergió en el río nuestro de nuestra vida, el Padre dijo que le amaba, porque cumplía su voluntad. Jesús entró en el río para hacer un río nuevo en un mundo nuevo con hombres nuevos, nacidos de las aguas del bautismo.
Como Rey, en contraste con los de su tiempo, Jesús, implantará el derecho y la justicia, según Dios y no según los hombres, trascendiendo los mismos conceptos modernos impregnados de legalismo. Santificará y justificará, no con las normas y principios sociológicos, sino a través de una actividad salvífica a todos los niveles. Su actuación no seguirá los esquemas de los poderes temporales, pues "Su reino no es de este mundo". Tampoco actuará con modos militares; ni gritará en medio de las plazas.
Como Sacerdote, debe enseñar lo mismo que como rey debe implantar. Como Profeta debe ser el altavoz del Padre ante todos los pueblos. Por eso Juan confiesa que: "Yo os bautizo con agua. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego", que es juicio salvador y transformante. Fuego purificador, que quema el pecado y transforma a los hombres en Dios.
Viene a transformar a los hombres desde dentro, a partir de su interioridad. Va a salvar a cada hombre, reavivando la mecha que está a punto de extinguirse, haciendo la revolución verdadera querida por Dios, por la acción dinámica del Espíritu que vive en él, con mansedumbre y humildad, reformando a las personas, una a una, llegando a lo más íntimo de su ser, haciéndolos hijos cada vez más plenos del Padre. Esa es la revolución que Jesús va a comenzar con el Espíritu, la revolución de la santidad, que comienza por sacar a los presos de la cárcel de sus pecados para crear hombres interiores, adoradores de Dios en espíritu y verdad. Creando una caña nueva allí donde hay una resquebrajada, no aplastando, sino sanando y curando. Dedicando una atención singular a las personas, una a una, en el brocal del pozo de Jacob, o entregado a la formación de sus primeros discípulos, o en la conversación nocturna con Nicodemo.
Así actuará Dios por Jesús, por sus sacramentos, por la Iglesia como comunidad salvífica, intercesora y mediadora universal. Ese es el sentido del bautismo de la Iglesia, que nos hace hijos de Dios.
Por eso pudo decir Pedro: "Cuando Juan predicaba el bautismo, Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien" (Hechos 10,34). "Todo lo ha hecho bien"
"Soy yo el que necesito que Tú me bautices" confiesa Juan. -"Debemos cumplir lo que Dios quiere", responde Jesús. Su obsesión es hacer la voluntad del Padre. Y ese debe ser el programa de todo cristiano. Así es como Jesús entró en el Jordán, como el Siervo de Yahvé que personaliza a todo el pueblo de Dios. Igual que el pueblo de Israel entró en el Jordán y lo atravesó para entrar en la tierra prometida, entra Jesús en el Jordán a la cabeza de su pueblo nuevo, para llevarlo a la tierra nueva que mana leche y miel. Jesús entró en el río. Y porque se sumergió en el río nuestro de nuestra vida, el Padre dijo que le amaba, porque cumplía su voluntad. Jesús entró en el río para hacer un río nuevo en un mundo nuevo con hombres nuevos, nacidos de las aguas del bautismo.
"Apenas se bautizó Jesús, se abrió el cielo, descendió el Espíritu sobre Jesús, como una paloma y se posó sobre él. Y el Padre proclamó que es su Hijo Amado". El Bautismo de Jesús culmina con una teofanía, en un momento imponente y trascendente en el que se manifiesta la Familia Trinitaria presente y actuante. El Padre y el Espíritu Santo presentan las credenciales de Jesús ante Israel y ante el mundo.
"El bautismo de Jesús inaugura su misión de Siervo Doliente. Se deja contar entre los pecadores; es ya el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de los pecados. Así mana de El el Espíritu para toda la humanidad. Se abren los cielos, que el pecado de Adán había cerrado. El cristiano se incorpora sacramentalmente a Cristo por el bautismo, que anticipa su muerte y su resurrección. Debemos entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús para subir con El, renacer del agua y del Espíritu en hijos amados del Padre y vivir una vida nueva"
Vida nueva que el mismo Cristo alimenta y robustece con su Pan y Vino, sacramento para la vida del mundo. "La voz del Señor que se oye sobre las aguas torrenciales, es potente y magnífica y descorteza las selvas" (Salmo 28), destruye las cortezas de las selvas de nuestros pecados, para que le recibamos con santidad y justicia.
J. MARTI BALLESTER
Dios todopoderoso y eterno, que proclamaste solemnemente que Cristo era tu Hijo amado, cuando fue bautizado en el Jordán y descendió el Espíritu Santo sobre él; concede a tus hijos adoptivos, renacidos del agua y del Espíritu, perseverar siempre fieles en el cumplimiento de tu voluntad.
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