31 de marzo de 2011

CUARESMA CON SAN AGUSTÍN: Jueves III Semana: El Dedo de Dios


Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: "Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios". Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: "Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. 

Lc 11, 14-23
¿Qué es el dedo de Dios? Busquémoslo en el Evangelio y lo encontraremos. ¿Qué significa la expresión "el dedo de Dios"? En efecto, Dios no tiene la forma corporal que poseemos nosotros o ve por una parte sí y por otra no, o está delimitado por la forma de sus miembros, él que está todo en todas partes y presente en todos. ¿Qué es, pues, este dedo de Dios? El Espíritu Santo. Presten atención. ¿Cómo lo probamos? Por el Evangelio. A veces sucede que un evangelista dice claramente lo que otro ha dicho de forma figurada. Hay un lugar en el Evangelio en el que los judíos dijeron del Señor que expulsaba los demonios en nombre de Beelcebul. En respuesta, el Señor les dijo: si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. 

Otro evangelista relata lo mismo diciendo: si yo los arrojo por el Espíritu Santo, entonces ha llegado a ustedes el reino de Dios (Mt 12,28). Un evangelista habla del dedo de Dios, otro nos lo expone lo mismo mostrándonos que el dedo de Dios es el Espíritu Santo. No busquemos en Dios dedos de carne; antes bien comprendamos por qué llama así el Espíritu Santo: porque por medio de él recibieron los apóstoles la diversidad de dones. En fecto, en los dedos se manifiesta la división de la mano y con ellos se cuenta y se distribuye. ¿Por qué, pues, celebran los judios Pentecostés? ¡Gran misterio, hermanos, y digno de toda admiración!. Si se dan cuenta, a los cincuenta días recibieron la ley escrita con el dedo de Dios y a los cincuenta vino el Espíritu Santo.

Sermón 272 B, 4.

30 de marzo de 2011

CUARESMA CON SAN AGUSTÍN: Miércoles III Semana: Enseñar el bien sin practicarlo... ¿por qué?



No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos. 

Mt 5, 17-19
...¿Cuántos fueron los peces? Arrastraron las redes, que contenían ciento cincuenta y tres peces. Y el evangelista añadió algo muy importante: Y, a pesar de ser tantos, es decir, tan grandes, no se rompió la red (Jn 21,11). Serán grandes, pero no habrá herejías, y no habrá herejías porque los peces serán grandes. ¿Quiénes son esos peces grandes? Lee las palabras del Señor en el Evangelio y encontrarás quiénes son. Dice, en efecto, en cierto lugar: No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos (Mt 5,17.19). Dice dos cosas: quien violare y enseñare; quien los viole viviendo mal, aunque enseñe el bien. Pero, ¿en qué reino de los cielos? En la Iglesia del tiempo presente, porque también a ella se la llama "reino de los cielos". En efecto, si no se llamara reino de los cielos también a esta Iglesia que reúne en sí a buenoy y malos, no diría el Señor en la parábola: El reino de los cielos es semejante a una red barredera que se echa al mar y coge peces de toda especie...
A veces en el mar nadan juntos peces buenos y malos; de idéntica manera, en este reino de los cielos, es decir, en la Iglesia de este tiempo, es considerado como el menor el que enseña el bien y practica el mal, pues en ella se encuentra también él. No está excluido de ella; está en el reino de los cielos, es decir, en la Iglesia tal cual es el tiempo presente. Enseña el bien y practica el mal, pero es necesario; es como un mercenario. En verdad les digo, afirma el Señor, ellos ya recibieron su recompensa (Mt 6,2). Sirven para algo, pues si de nada sirviesen los que enseñan el bien y practican el mal, no hubiese dicho el mismo Señor a su pueblo: Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen (Mt 23,2-3).

Sermón 251,3. 

29 de marzo de 2011

CUARESMA CON SAN AGUSTÍN: Martes III Semana: Perdonar siempre



Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?". Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de tí?'. E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos".


Mt 18, 21-35


«No te hastíes de perdonar siempre al que se arrepiente. Si no fueras tú también deudor, impunemente podrías ser un severo acreedor. Pero tú que eres también deudor, y lo eres de quien no tiene deuda alguna, si tienes un deudor, pon atención a lo que haces con él. Lo mismo hará Dios contigo... Si te alegras cuando se te perdona, teme el no perdonar por tu parte.

«El mismo Salvador manifestó cuán grande debe ser tu temor, al proponer en el Evangelio la parábola de aquel siervo a quien su señor le pidió cuentas y le encontró deudor de cien mil talentos... ¡Cómo hemos de temer, hermanos míos, si tenemos fe, si creemos en el Evangelio, si no creemos que el Señor es mentiroso! Temamos, prestemos atención... perdonemos. ¿Pierdes acaso algo de aquello que perdonas? Otorgas perdón» 
Sermón 114 A,2.

28 de marzo de 2011

CUARESMA CON SAN AGUSTÍN: Lunes III Semana: ¿Quién conoció verdaderamente al Señor?



Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino. 

Lc 4, 24-30

Se hallaba el Señor sentado a la mesa en casa de cierto fariseo soberbio. Estaba en su casa -como dije- pero no en su corazón. No entró, en cambio, a la casa del centurión, pero poseyó su corazón. Zaqueo, sin embargo, recibió al Señor en su casa y en su alma. Se alaba su fe manifestada en la humildad. Él dijo: No soy digno de que entres en mi casa. A lo que el Señor replicó: En verdad es digo que no he hallado fe tan grande en Israel (Mt 8,8.10); Israel según la carne, pues éste era israelita en el espíritu. El Señor había venido al Israel carnal, es decir, a los judíos, a buscar en primer lugar las ovejas allí perdidas, o sea, en el pueblo en el cual y del cual había tomado carne. No ha habido allí fe tan grande -dice el Señor-. Nosotros podemos medir la fe de los hombres; él que veía el corazón, él a quien nadie engañaba, dio testimonio sobre el corazón de aquel hombre al escuchar las palabras de humildad y pronunciar la sentencia de curación (...)

Los gentiles no lo vieron y creyeron; los judíos lo vieron y le dieron muerte. Del mismo modo que el Señor no entró con su cuerpo en la casa del centurión, y, sin embargo, ausente en el cuerpo y presente por la majestad, sanó su fe y su casa, de idéntica manera el mismo Señor sólo estuvo presente en el pueblo judío; en los otros pueblos ni nació de una virgen, ni sufrió la pasión, ni caminó, ni soportó las debilidades humanas, ni hizo maravillas divinas. Ninguna de esas cosas realizó en los restantes pueblos, y, sin embargo, se cumplió lo que respecto de él se había predicho: El pueblo al que no conocí es el que me sirvió. ¿Cómo, si faltó tal conocimiento? Tras haber oído, me obedeció (Salmo 17, 45). El pueblo judío lo conoció y lo crucificó; el orbe de la tierra oyó y creyó.

Sermón 62,3-4. 

26 de marzo de 2011

CUARESMA CON SAN AGUSTÍN: Domingo III de Cuaresma: La Samaritana, imagen de la Iglesia




Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber». Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú misma se lo hubieras pedido,  y él te habría dado agua viva».  
«Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?». Jesús le respondió:  
«El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna».  
«Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla». Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí». La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad». La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar».  Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad».  
La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo». Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo».  
En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella?» o «¿Por qué hablas con ella?».  La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:  «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?». Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro.  
 Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro».  Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen».  Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá traído de comer?».  Jesús les respondió:  «Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: “Uno siembra y otro cosecha”. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos».  
Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que hice». Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo».

Juan 4, 5-42.
Llegó, pues, a una ciudad de Samaria, de nombre Sicar, cerca del predio que Jacob dio a su hijo José. En él estaba la fuente de Jacob (Jn 4,5-6). Se trataba de un pozo, pero todo pozo es una fuente, aunque no toda fuente sea un pozo. Se llama fuente siempre que el agua mana de la tierra y sirve a las necesidades de quienes van por ella; si el manantial está a la vista y a flor de tierra se le llama simplemente fuente; si, por el contrario, está hondo y profundo, se le llama pozo, sin dejar de ser fuente.

Jesús, pues, fatigado del viaje, se hallaba así, sentado, sobre el brocal del pozo. Era aproximadamente la hora sexta. Ya comienzan los misterios. Pues no en vano se fatiga Jesús; no en vano se fatiga la Fortaleza de Dios; no en vano se fatiga aquel que nos restablece cuando nos hallamos cansados; no en vano se fatiga aquel cuyo abandono nos fatiga y cuya presencia nos fortalece. De todos modos, Jesús se fatiga; y se fatiga del viaje y se sienta; y fatigado se sienta en el pozo, a la hora sexta. Todo esto quiere sugerirnos algo, quiere indicarnos algo; reclama nuestra atención y nos invita a llamar. Ábranos a mí y a vosotros quien se ha dignado exhortarnos con estas palabras: Llamad y se os abrirá (Mt 7,7). Jesús se ha fatigado en el viaje por ti. Vemos que Jesús es la fortaleza y le vemos débil; le vemos fuerte y le vemos débil. Fuerte porque en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba al principio en Dios. ¿Quieres ver la fortaleza de este Hijo de Dios? Todo fue hecho por ella y sin ella nada se hizo; todo lo hizo sin cansancio alguno. ¿Quién es más fuerte que el que hizo todas las cosas sin cansancio alguno? ¿Quieres conocer ahora su debilidad? La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,1.3.14). La fortaleza de Cristo te hizo y su debilidad te rehizo. La fortaleza de Cristo ha llamado a la existencia a lo que no existía; la debilidad de Cristo ha impedido que se perdiese lo que ya existía. Con su fortaleza nos creó, con su debilidad nos buscó...

¿Por qué, pues, era la hora sexta? Por hallarse en la sexta edad del mundo. El evangelio cuenta como primera hora la primera edad del mundo, que va desde Adán hasta Noé; la segunda, la que va desde Noé hasta Abrahán; la tercera, desde Abrahán hasta David; la cuarta, desde David hasta la transmigración a Babilonia; la quinta desde la transmigración a Babilonia hasta el bautismo de Juan; de él parte la sexta que es la actual. ¿De qué te extrañas? Vino Jesús y, humillándose, llegó hasta el pozo. Llega fatigado, porque lleva sobre sí el peso de la débil carne. Era la hora sexta, porque estaba en la sexta edad del mundo. Llegó hasta el pozo, porque descendió hasta lo profundo de nuestra morada. Por eso se dice en los Salmos: Desde lo hondo he clamado hacia ti, Señor (Sal 129,1). Se sentó, ya lo he dicho, porque se humilló.

Y llega una mujer (Jn 4,7). Es figura de la Iglesia, aún no justificada, pero a punto de serlo: éste es el tema de conversación. Viene sin saber nada, encuentra a Jesús y Jesús trabó conversación con ella. Veamos sobre qué cosa y con qué intención. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Los samaritanos no eran judíos; sino extranjeros, aunque vivían en regiones circunvecinas. Sería demasiado largo contar el origen de los samaritanos. Para no alargarme demasiado, dejando sin tocar quizá las cosas importantes, basta con que consideremos a los samaritanos como extranjeros. Y para que no se piense que mi afirmación tiene más audacia que verdad, oíd lo que dice el Señor Jesús de aquel samaritano, uno de los diez leprosos limpiados por él y el único que volvió a agradecérselo: ¿No eran diez los limpiados de la lepra? ¿Dónde están, pues, los otros nueve? ¿Ningún otro volvió a darle las gracias a excepción de este extranjero? (Lc 17,17).

Está lleno de significado el hecho de que esta mujer, que figuraba a la Iglesia, procediese de un pueblo extranjero para los judíos; en efecto, la Iglesia se formaría de los gentiles, que los judíos tenían por extranjeros. Escuchemos, pues, nosotros mismos en su persona, reconozcámonos en ella y en ella demos gracias a Dios por nosotros. Ella era la figura, no la realidad; ella misma fue primero símbolo y luego se convirtió en realidad, pues creyó en aquel que quería hacer de ella una figura nuestra. Vino, pues, a sacar agua. Había venido solamente a sacar agua, como suelen hacerlo los hombres y las mujeres.

Le dice Jesús: Dame de beber. Los discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La mujer samaritana le contestó: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides agua a mí que soy samaritana? Los judíos, en efecto, no tienen buenas relaciones con los samaritanos (Jn 4,7-9). He aquí la prueba de que los samaritanos eran extranjeros. Los judíos no se sirven jamás de sus cántaros, y como ella lo llevaba para sacarla, se extraña de que un judío le pidiese agua, ya que los judíos no suelen hacerlo. Pero, en realidad, quien le pedía de beber, tenía sed de la fe de aquella mujer.

Escucha ahora quién le pide de beber. Jesús le responde y le dice: si conocieses el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», seguramente se lo hubieras pedido tú a él y él te hubiera dado agua viva (Jn 4,10). Pide agua y promete agua. Se manifiesta como necesitando recibir y al mismo tiempo como desbordante para saciar. ¡Si conocieses el don de Dios! El don de Dios es el Espíritu Santo. Todavía le habla Jesús veladamente, pero poco a poco va entrando en su corazón.

Comentarios sobre el evangelio de San Juan 15,5-6.9-12

CUARESMA CON SAN AGUSTÍN: Sábado II Semana: El Hijo Pródigo


Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'. El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'. Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".

San Lucas 15,1-3.11-32.



«Imita aquel hijo menor, porque quizá eres como aquel hijo menor que, después de malgastar y perder todos sus haberes viviendo pródigamente, sintió necesidad, apacentó puercos y, agotado por el hambre, suspiró y se acordó de su padre. ¿Y qué dice de él el Evangelio?: “Y volvió a sí mismo”. Quien se había perdido hasta a sí mismo, volvió a sí mismo. Veamos si se quedó en sí mismo. Vuelto a sí mismo, dijo: “Me levantaré... e iré a casa de mi padres”. Ved que ya se niega a sí mismo quien se había hallado a sí mismo. ¿Cómo se niega? Escuchad: “Y le diré: `He pecado contra el cielo y contra ti... Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo´» 
Sermón 330,3.

25 de marzo de 2011

URGENTE: El Papa encarga los textos del Vía Crucis en el Coliseo de este año a la Madre directora de la Federación de las Hermanas Agustinas

Viernes, 25 mar (Radio Vaticana).- Los textos de las meditaciones del Vía Crucis de este año han sido compuestos por la Madre María Rita Piccione, directora de la Federación de las Hermanas Agustinas, y residente en el Monasterio de los Cuatro Santos Coronados de Roma. Según un comunicado de la oficina de prensa de la Santa Sede, Benedicto XVI ha encargado este año a la religiosa las meditaciones del Via Crucis, que como es tradicional tiene lugar en el Coliseo el Viernes Santo.

El esquema del Vía Crucis será el de las 14 tradicionales estaciones y las imágenes que ilustrarán las distintas estaciones han sido realizados por sor Elena Manganelli, también religiosa agustina del Monasterio de Lecceto, en Siena. No es la primera vez que una mujer redacta los textos del Vía Crucis. La primera ocasión fue en 1993 con las meditaciones de la abadesa de la abadía benedictina “Mater Ecclesiae” de Novara. También en 1995 cuando se encargó de ellas una religiosa de la comunidad protestante suiza de Grandchamp y en 2002 cuando los textos de las meditaciones fueron realizados por 14 periodistas acreditados ante la oficina de prensa de la Santa Sede. Entre estos representantes de los medios de comunicación había 5 mujeres entre las que se encontraba la mexicana Valentina Alazraki.

Anunciación del Señor: El mundo entero espera la respuesta de María




Has oído, Virgen, que concebirás y darás a luz un hijo. Has oído que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta: ya es tiempo de que vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, condenados a muerte por una sentencia divina, esperamos, Señora, tu palabra de misericordia.

En tus manos está el precio de nuestra salvación; si consientes, de inmediato seremos liberados. Todos fuimos creados por la Palabra eterna de Dios, pero ahora nos vemos condenados a muerte; si tú das una breve respuesta, seremos renovados y llamados nuevamente a la vida.

Virgen llena de bondad, te lo pide el desconsolado Adán, arrojado del paraíso con toda su descendencia. Te lo pide Abraham, te lo pide David. También te lo piden ardientemente los otros patriarcas, tus antepasados, que habitan en la región de la sombra de muerte. Lo espera todo el mundo, postrado a tus pies.

Y no sin razón, ya que de tu respuesta depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación de todos los hijos de Adán, de toda tu raza.

Apresúrate a dar tu consentimiento, Virgen, responde sin demora al ángel, mejor dicho, al Señor, que te ha hablado por medio del ángel. Di una palabra y recibe al que es la Palabra, pronuncia tu palabra humana y concibe al que es la Palabra divina, profiere Una palabra transitoria y recibe en tu seno al que es la Palabra eterna.

¿Por qué tardas?, ¿por qué dudas? Cree, acepta y recibe. Que la humildad se revista de valor, la timidez de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal olvide ahora la prudencia. Virgen prudente, no temas en este caso la presunción, porque, si bien es amable el pudor en el silencio, ahora es más necesario que en tus palabras resplandezca la misericordia.

Abre, Virgen santa, tu corazón a la fe, tus labios al consentimiento, tu seno al Creador. Mira que el deseado de todas las naciones está junto a tu puerta y llama. Si te demoras, pasará de largo y entonces, con dolor, volverás a buscar al que ama tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por el amor, abre por el consentimiento. Aquí está -dice la Virgen- la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

San Bernardo, abad,
Sobre las excelencias de la Virgen Madre
(Homilía 4, 8-9)

¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?

3º DOMINGO DE CUARESMA
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: 
--Dame de beber. 
(Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.) 
La samaritana le dice: 
--¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? 
(Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) 
Jesús le contestó: 
--Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. 
La mujer le dice: 
--Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos 
 dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados? 
Jesús le contestó: 
--El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. 
La mujer le dice: 
--Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. 
Él le dice: 
--Anda, llama a tu marido y vuelve. 
La mujer le contesta: 
-- No tengo marido. 
Jesús le dice: 
--Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad. 
La mujer le dice: 
--Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén. 
Jesús le dice: 
--Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad. 
La mujer le dice: 
--Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo. 
Jesús le dice: 
--Soy yo, el que habla contigo. 
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: "¿Qué le preguntas o de qué le hablas?" La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: 
--Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías? 
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: 
--Maestro, come. 
Él les dijo: 
--Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis. 
Los discípulos comentaban entre ellos: 
--¿Le habrá traído alguien de comer? 
Jesús les dice: 
--Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores. 
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: 
--Me ha dicho todo lo que he hecho. 
Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: 
--Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.
Jn 4,5-42
"¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?" El pueblo judío había sentido la presencia y la fuerza de Dios que le había liberado de la esclavitud de Egipto. Y, guiado por Moisés, había emprendido el largo camino por el desierto hacia la gran promesa de una tierra que sería suya, donde viviría libre. Pero el camino se hace largo y difícil, el pueblo experimenta la terrible tortura de la sed. Por eso primero duda y después se rebela contra Moisés y contra su Dios. Y por ello se pregunta: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?". Una pregunta que es posible que también nos hagamos nosotros, sobre todo cuando nuestro camino se nos hace largo y difícil. O cuando somos nosotros quienes, por lo que sea, a veces casi sin ser conscientes de ello, nos hemos ido interiormente alejando de la presencia de Dios en nosotros. En este tercer domingo de Cuaresma, cuando empieza la etapa más importante de nuestro avanzar hacia la gran celebración de la Pascua, atrevámonos a preguntarnos si realmente creemos de verdad en la presencia de Dios en nosotros, en aquella presencia de su Espíritu que puede fecundar nuestra vida. Junto al pozo de Jacob, Jesús, cansado del camino, conversa con una mujer (y en aquellos tiempos no era normal que un hombre religioso hablara públicamente con una mujer desconocida. Un rabino decía: "Arroja la Ley al fuego antes de entregarla a una mujer"). Y con una mujer que por ser una samaritana era tenida por los judíos como un hereje. Más aún: con una mujer hereje cuya conducta moral no era precisamente ejemplar (había vivido ya con cinco hombres y el actual tampoco era su marido). Pero Jesús no sólo le pide agua a ella y conversa exactamente con ella, sino que a ella -mujer, hereje y con una historia de seis hombres- se le da a conocer como el Mesías, el Cristo, como el que es capaz de dar un agua que puede convertirse dentro de nosotros "en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". A nuestra pregunta de si "está o no está el Señor en medio de nosotros", Jesús responde que Él puede estar "dentro de nosotros" como un manantial de vida. Como una fuente de agua viva que ya no haga necesario nuestro constante y ansioso ir y venir buscando fuentes de amor, de verdad, de libertad, de vida... Jesús tiene la radical pretensión de ser Él la fuente inagotable y fecunda de amor, de verdad, de libertad, de vida... Y no sólo una fuente a la que nosotros vayamos a beber, sino una fuente que puede manar en nuestro interior, en nuestro corazón. Como hemos leído en la segunda lectura: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado". Este evangelio que hemos proclamado hoy, junto con los que escucharemos en los dos próximos domingos, son los que utilizaba la Iglesia antigua como mejor catequesis para aquellos hombres y mujeres que se preparaban para recibir el bautismo en la noche de la Vigilia pascual. ¿Por qué estos tres evangelios? Porque nos dan respuesta a la pregunta decisiva de la fe, la pregunta es ésta: ¿Quién es Jesucristo para nosotros? Una pregunta que nosotros también hemos de replantearnos en estas semanas de preparación para la Pascua. La respuesta de hoy es: Jesús es para nosotros la fuente interior de vida. Como el árbol fecunda la tierra, el agua que brota de esta fuente interior que es Jesús -que es su palabra, su ejemplo, su persona- puede fecundar toda nuestra existencia. Esto es lo que significó aquella agua de nuestro bautismo: un agua que se derramaba sobre nosotros para fecundarnos, para darnos vida, para que demos fruto según la voluntad de Dios que ha de ser nuestro alimento. En otro lugar de su evangelio, Juan nos transmite estas palabras de Jesús: "El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva". Y comenta inmediatamente el evangelista: "Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él" (Jn 7,38-39). Nosotros, gracias al amor de Dios, gracias a la fe, gracias al bautismo, tenemos en nuestras entrañas -en el corazón de nuestra vida- el Espíritu de Jesús. Más allá de nuestras dudas y dificultades, incluso cuando parece que nos hemos alejado de Él, el Espíritu de Jesús está en nosotros para ayudarnos, para guiarnos, para impulsarnos a vivir según su ejemplo de amor bondadoso y abierto. Renovar nuestra fe en esta presencia activa del Espíritu de Jesús es -en este camino cuaresmal hacia la Pascua- la primera respuesta a la pregunta: ¿quién es Jesús para nosotros?
J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1990/06
Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien,
que aceptas el ayuno, la oración y la limosna
como remedio de nuestros pecados, 
mira con amor a tu pueblo penitente 
y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos 
bajo el peso de las culpas.

El valor pedagógico de la confesión sacramental (Benedicto XVI)

CIUDAD DEL VATICANO, 25 MAR 2011 (Vatican Information Service).-Benedicto XVI recibió esta mañana en audiencia a los participantes en el curso sobre el fuero interno promovido por la Penitenciaría Apostólica, el dicasterio presidido por el cardenal Fortunato Baldelli y cuyo regente es monseñor Gianfranco Girotti.



  En el discurso que dirigió a los participantes el Santo Padre habló del "valor pedagógico de la confesión sacramental" sea para los sacerdotes que para los penitentes.



  Refiriéndose a los presbíteros afirmó: "La misión sacerdotal constituye un punto de observación único y privilegiado desde el que diariamente nos es dado contemplar  el esplendor de la Misericordia divina (...) De la administración del Sacramento de la Penitencia podemos recibir profundas lecciones de humildad y fe. Es un llamamiento muy fuerte para cada sacerdote a la conciencia de su identidad propia. Nunca, solamente, en virtud de nuestra humanidad podríamos escuchar la confesión de nuestros hermanos. Si se acercan a nosotros es solo porque somos sacerdotes, configurados a Cristo Sumo y eterno sacerdote, y por tanto capaces de actuar en su nombre y en su persona, de hacer realmente presente a Dios que perdona, transforma y renueva".



 La celebración del Sacramento de la Penitencia, por lo tanto "tiene un valor pedagógico para el sacerdote, en orden a su fe, a la verdad y la pobreza de su persona, y alimenta en él la conciencia de la identidad sacramental", subrayó el pontífice.



 "Ciertamente la Reconciliación sacramental es uno de los momentos en que la libertad personal y la conciencia de sí están llamadas a manifestarse de forma particularmente evidente", prosiguió el Papa hablando esta vez de los penitentes.  "Quizás es por esto -observó-  que en una época de relativismo y de consecuente atenuada conciencia del propio ser resulta debilitada también la práctica sacramental, El examen  de conciencia tiene un importante valor pedagógico: educa a mirar con sinceridad la propia existencia, a confrontarla con la verdad del Evangelio y a valorarla con parámetros no solo humanos, sino en perspectiva de la Revelación divina. La confrontación con los mandamientos, las Bienaventuranzas y sobre todo con el precepto del amor constituye la primera gran escuela penitencial"



"Queridos sacerdotes -concluyó el Santo Padre-  no dejéis de dar oportuno espacio al ejercicio del ministerio de la Penitencia en el confesonario; ser acogidos y escuchados constituye también un signo humano de la acogida y de la bondad de Dios hacia sus hijos. La confesión integral de los pecados, además, educa al penitente a la humildad, al reconocimiento de su fragilidad y al mismo tiempo a la conciencia de la necesidad del perdón de Dios y a la confianza en que la gracia divina puede transformar la vida".

CUARESMA CON SAN AGUSTÍN: 25 de marzo, Anunciación del Señor: María, virgen por libre elección de amor



En el sexto mes, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho». Y el Ángel se alejó. 
Lc 1,26-38

La virginidad de María es también más grata y bienamable porque Cristo no la apartó, una vez concebido, de la posible violación del varón, para conservarla, sino que ya antes de ser concebido, la eligió para nacer de ella cuando ya la tenía consagrada a Dios. Así lo indican las palabras que María respondió al ángel que le anunciaba su concepción: ¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? Ciertamente no hubiese dicho estas palabras si antes no hubiese consagrado su virginidad a Dios. Pero, como las costumbres de los israelitas rechazaban esto, fue desposada con un varón justo, que, lejos de ajarla violentamente, había de custodiar su voto contra toda violencia. Y aunque sólo hubiera dicho: ¿Cómo puede ser eso?, sin añadir: ¿si yo no tengo relaciones con ningún hombre? estaría igualmente claro; en efecto, no iba a preguntar cómo una mujer había de dar a luz a un hijo prometido si se hubiera casado con la intención de usar del matrimonio.
Pudo también haber recibido orden de permanecer virgen para que el Hijo de Dios tomase en ella la forma de un siervo por un apropiado milagro. Pero consagró su virginidad a Dios aun antes de saber que había de concebir, para servir de ejemplo a las futuras vírgenes santas y para que no estimaran que sólo debía permanecer virgen la que hubiera merecido concebir sin la relación carnal. Así imitó la vida celeste en el cuerpo mortal por medio del voto y sin estar obligada; lo hizo por elección de amor y no por obligación de servidumbre. Por ello Cristo, al nacer de una virgen prefirió aprobar a imponer la santa virginidad en una virgen que, aún antes de saber quién había de nacer de ella, ya había determinado permanecer virgen. Y así quiso que fuese libre la virginidad en la mujer en la que él tomó forma de siervo.

La Santa Virginidad, 4,4.

24 de marzo de 2011

24 de marzo: Aniversario del martirio de Mons. Oscar Romero, Arzobispo de San Salvador



El 1 de marzo de 1980, menos de un mes antes del cobarde asesinato que cobró la vida de Mons. Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador, presidió una ordenación sacerdotal en la que nos regala una bella reflexión sobre la imagen del sacerdote en una Iglesia que, como recordamos, fue brutalmente perseguida por defender los valores de la justicia y de los derechos humanos en el contexto de guerra fría que vivió Latinoamérica durante los años 70 y 80. Pocas veces tenemos ocasión de leer con calma escritos de aquellos personajes de los que todo el mundo habla. Para conocer más de su vida invito al lector a otras páginas, que lo harán mejor que la nuestra en contar la vida del pastor martirizado. Hoy les presento estas líneas escritas por él. Buena lectura.


Querido Jaime,
queridos hermanos sacerdotes,
muy querido pueblo de Dios:

Para comprender la profundidad de este momento era necesario preguntarse hasta que amanecer en que Cristo después de una noche de oración, escogía los primeros sacerdotes del cristianismo. Y más todavía, sería necesario remontarse hasta la profundidades eternas de Dios, que Cristo compenetró un día cuando sus enemigos lo atacaban como a un endemoniado, como un revoltoso y dijo él que el Padre lo había elegido y enviado al mundo. En esas dos palabras está la esencia de nuestro sacerdocio. Escogidos para ser enviados.

En aquella eternidad de Dios donde brotó también el acto de crear una humanidad que proclama el mundo, surgió la idea de un pueblo sacerdotal, que estos hombres y mujeres que poblarían el mundo se elevaran en plegaria a Dios y que fueran misioneros de su amor entre la humanidad entera. De allí que los primeros vendrán inmediatamente después de la encarnación de Cristo. Es el pueblo de Dios, pueblo sacerdotal al que pertenecemos por nuestro Bautismo. Es el pan de Dios esto es primero: un pueblo sacerdotal que se llama Iglesia y que lleva una misión bien sublime que cumplir, una misión cultural, y una misión salvífica. Cultural, o sea, una humanidad que se eleve en culto, en reconocimiento hacia el Creador, de acción de gracias, de súplica, de reconocimiento de la majestad infinita. El culto es acto necesario de toda creatura que lleva corazón inteligencia y voluntad.

Pero no sólo es culto lo que Dios quiere. Quiere que ese pueblo que se eleva a él en culto y oración, sea también un pueblo misionero, un pueblo que vaya actuando la redención. ¡A salvar este mundo que se hunde en el pecado! Esta es la misión sacerdotal de la Iglesia. Por eso cuando Cristo se encarna, la encarnación no termina en aquel acto milagroso de las entrañas virginales de María sino que se prolongará a lo largo de toda la historia; todo hombre y mujer que vaya creyendo en este Cristo se va incorporando a él con el bautismo y Cristo sigue encarnándose para seguir haciendo ese pueblo que le rinda culto a Dios y que sea pueblo que lleva salvación de Dios a todo el mundo. Y de aquí surge una necesidad: hay necesidad de otros hombres que conserven ese hijo sacerdotal del pueblo de Dios. Y allí surge el sacerdocio ministerial.

Hombres entresacados de los hombres para que se ocupen en las cosas de Dios, para que se ocupen de dar al pueblo el sentido cultural y el sentido salvífico; hombres que sigan siendo como el Cristo que se encarna para seguir proyectando su encarnación en los pueblos, en las familias, en los diversos apellidos, en los diversos sectores, donde quiera que la humanidad necesita y comprenda la necesidad de salvarse y de elevarse a Dios. Así surge pues, el sacerdocio ministerial. Se necesita para eso hombres -que como acaba de decir la primera lectura- han sido conducidos por Dios desde el seno materno. Ya los hizo -dijo San Pablo- aptos para ese ministerio, ya nacemos por el designio de Dios hombres que vamos a ser dedicados al culto y a la palabra de Dios, al llamamiento de la salvación de los hombres. Pero para alimentar este pueblo, nuestra razón de ser, de inmolarse, no somos nosotros mismos. El sacerdocio debemos cuidarlo, pero no como una concesión nuestra, es un don de Dios para el pueblo. La misión que Cristo confió a su Iglesia no era para llenarse de complacencias en sí misma, para conservarse únicamente pura, sin mancha, sin arruga, sino que era una misión que tenía que llevar a punto.

La razón de ser de la Iglesia es la misma de Cristo: me ungió, me escogió, me compactó para ir, para ser enviado. Un sacerdote pues, consistirá en estas dos cosas, ser compactado. Y eso estamos haciendo esta mañana. Dentro de poco vamos a tener el honor y el gusto, obispo y sacerdotes, hermanos tuyos de una familia nueva, de poner nuestras manos como quien deposita un tesoro, una herencia sobre tu responsabilidad, sobre tu conciencia. Voy a tener también el honor inmenso de usar el crisma, el signo de la unción que ungió a Cristo para hacerlo santo, santísimo. Y voy a ungir tus manos con ese crisma sagrado que te hará sacerdote para toda la eternidad.

Voy a apartarte, voy a ser tu instrumento, no soy yo quien lo hago, soy el humilde instrumento del Dios todopoderoso que ungió a Cristo en la eternidad y que hoy te va a ungir a tí, te va a escoger y te va a consagrar, te va a seleccionar del mundo para que seas un hombre consagrado definitivamente, no por un tiempo sino para siempre; profundamente, no solamente de ciertas capas de tu humildad sino en todo tu ser. Vas a ser un hombre ungido como la humanidad de Cristo, ungida, compenetrada por el espíritu de Dios. Ya no te pertenecerás a tí mismo, ya no perteneces a tu familia, ya no perteneces en cierto modo ni a la humanidad porque Dios te escoge y te unge y te hace una cosa suya y será la capacidad de llevar la bendición de Dios, la palabra de Dios, tienes que ser algo íntimo de él, consagrado, como decía Cristo: me escogió, me ungió, me santificó. Pero no para quedarse allí, sino para ser enviado…

Esa consagración que te aliena en cierto modo de lo humano es para que profundices más de lo humano, es para que desde allí vayas al mundo a llevar esa misión cultural y salvífica. Tú tienes que recoger siempre que celebres tu misa, en el signo del pan y del vino, el fruto de la tierra, el trabajo de los hombres, los sufrimientos, las esperanzas, los dolores, los anhelos de justicia de los pueblos, las esperanzas, las angustias de tantos que sufren o gozan y tendrás que decir: todo esto que no se pierda en la tierra, elevémoslo en culto a Dios. Se convertirán en el cuerpo y la sangre del Señor gracias a tu palabra que va a ser de tu misa el sacrificio de Cristo en el Calvario, darle ese sentido divino a todo el dolor y a toda la esperanza de la humanidad.

Además de celebrar la misa vas a rezar tu brevario, vas a orar. Es una esencia de nuestra vida sacerdotal: orar. Estar como Cristo noches en oración, encontrando en la profundidad del Padre el perdón para esta humanidad tan necesitada; la gracia que necesitamos en nuestras limitaciones; elevar con acción de gracias de tanta gente santa que hay en nuestro pueblo y pidiendo perdón para tanta gente mala que hay en nuestro pueblo también. Este será tu trabajo de culto ante Dios.

Pero no sólo es culto la misión del sacerdote, como no sólo fue culto la inmolación de Cristo…

…la familia que se disgrega con el pecado, salvada de la materialidad de las idolatrías de las cosas de la tierra para ser los hombres salvador de esas idolatrías, adoradores, del único Dios; salvados de las injusticias que atenazan la tristeza del pueblo, a los pueblos, y no tener miedo aunque el pueblo no lo comprenda como Israel cuando Moisés los sacaba de Egipto, suspiraban por los ajos y las cebollas de Egipto y echaban pestes contra el pobre Moisés: Nos hubieras dejado morir allá. Cuando no se comprende el sentido liberador de la salvación somos el blanco de aquellos que no quieren en la historia el caminar hacia la tierra prometida liberándose de esas esclavitudes en las cuales se ha acostumbrado a vivir. ¡Liberarse del pecado!

El sacerdote no puede tolerar el pecado. Donde quiera que se encuentre tiene que denunciarlo y desbaratarlo y sabe que muchas veces quedará asesinado y muerto por quienes se empeñan en entronizar el pecado. El sacerdote no puede ser un cómplice de la entronización del pecado. Por eso tiene que ser una misión salvífica, conflictiva. Y el domingo pasado nos decía Cristo en el evangelio: ¡Ay de vosotros si aquellos que se creen ser algo en el mundo os alaban, os elogian, os tienen en grande! porque así trataron a los falsos profetas cuando  adulaban sus oídos. ¡Dichosos vosotros cuando os persigan y calumnien por mi nombre porque vuestra recompensa es grande en el cielo!

Y en esto se conoce la autenticidad del verdadero profeta, del verdadero sacerdote, de la verdadera misión de la Iglesia: en que va predicando con la autonomía de la palabra libre del Señor la denuncia de todos los pecados y de todas las injusticias. Tu misión tiene que ser salvífica y no salva si no denuncia el pecado. Así como también estar dispuesto a ser denunciados sus propios pecados. El profeta también tiene que estar dispuesto a recibir los reproches de su mala conducta, de sus indignidades y tenemos por eso que vivir el esfuerzo de ser los principales seguidores de ese Cristo que nos pide una intransigencia, una radicalidad en el evangelio. Nadie que pone su mano en el arado vuelve a estar indigno del reino de los cielos. Dejad que los muertos entierren a sus muertos. Quien no me ama a mí más que a su propia familia, a sus propios seres, no es digno de mí. Son palabras tremendas, parecen inhumanas y sin embargo sólo se comprende que todo aquel que por mí lo deja todo, ganará el reino de los cielos y quien tiene miedo de perder su vida y no quiere meterse en los conflictos del evangelio, perderá su vida. Vale más esta radicalidad que nos hace fieles a esta misión del Señor.

Querido Jaime me he acercado bastante a tu alma pero no conozco todo el fondo de tu riqueza espiritual y sacerdotal, pero estoy seguro que esta cita y tremenda herencia de la consagración sacerdotal y de la misión sacerdotal nace contigo en fidelidad. Hay un camino muy certero que Cristo escogió y es el que tenemos que escoger todos los que queremos dar buena cuenta al final de nuestra vida tenemos que seguir. Es lo que llama la teología la “kénosis”, es decir, el deshacerse, el humillarse, aquel Cristo que siendo riquísimo y siendo Dios se hizo pobre para salvar a los pobres y para salvar desde los pobres a toda la humanidad. No hay otro camino de salvación. Que no es demagogia cuando Cristo mismo dice: el espíritu del Señor sobre mí, me envió a que evangelizara a los pobres. No es en sentido de exclusivismo, es en sentido evangélico de llamamiento a todas las clases sociales para que sintamos el problema del pobre como si fueran nuestros propios problemas, como los sintió Cristo que siendo Dios y mereciendo mejor que nadie los honores de la tierra, quiso hacerse hasta indigno de la fe de un metro y nace como el más pobre entre los pobres para ser también pobre y sentenciado a muerte en la ignomia y el sufrimiento. Esta es la kénosis que nos habla: por eso Dios le dió un nombre grande sobre todo nombre ante el cual se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los profundos abismos. Nuestra verdadera gloria, nuestro verdadero prestigio es para mí no en que salgamos bien muchas veces sino en que Dios esté complacido de nosotros, en que Cristo vea como tratamos de seguir muy cerquita de su luz, de su humillación, de su pobreza.

Yo te aseguro, querido Jaime, que este sea tu sacerdocio, un sacerdocio que precisamente por apegarse a esa cruz, a esa pobreza, a esa kénosis del Señor, merecerá tu mayor prestigio porque no hay un sacerdocio más querido y más eficaz y más útil para la humanidad entera. Un sacerdocio que cumpla mejor la misión para la cual ha sido consagrado, que aquel que se identifica desde su propia consagración sin traicionar nunca su identidad sacerdotal, sin cambiar nunca su finalidad sacerdotal por otras cosas de la tierra sino va sobre sal, levadura, luz, fermento a todas las cosas de la tierra, incluso a aquellos esfuerzos más difíciles que hoy se hacen en nuestro pueblo por liberarse. Pero el sacerdote tiene que hacerlo desde su propia identidad sacerdotal pero con toda la entereza valiente de su evangelio que reclama la justicia del Reino de Dios.

Vamos a proceder pues a este acto tan significativo dándole gracias a nuestro Señor y de manera especial quiero agradecer a tus queridos padres, tu familia, porque no hay duda que un sacerdote siempre es el producto de la fe, de la caridad del buen ambiente que se sembró en la familia. Es pues una gloria también para ellos como para todos aquellos que te hemos conocido desde hace poco tiempo y que están aquí, estamos aquí como amigos; o tus nuevos amigos que son los seminaristas que hoy has convidado y que han venido de Chalatenango y con los cuales han compartido ya las existencias de aquella gente, la vida santa que por allá se vive también. Todo esto constituye ya, tu familia sacerdotal. No es traicionar tu apellido ni tu sangre sino apostar y no perder.

¡Quién se siente más orgulloso hoy que tus queridos padres! sabiendo que sus propias entrañas se prolongan en una vida sacerdotal y que en tu nueva familia espiritual, tus nuevos hermanos sacerdotes se van a acercarse a poner sobre tu cabeza y tu conciencia el carácter sacerdotal, vas a encontrar el apoyo en la oración de este pueblo, razón por el cual somos nosotros sacerdotes.

Yo les pido queridos hermanos, pueblo de Dios por el bautismo y la confirmación, que acompañemos siempre íntimamente a los sacerdotes, dejemos de juzgarlos, los comprendamos y que como ellos que encabezan este desfile de pueblo de Dios en el culto y en la salvación del culto, todos los sigamos con la fidelidad del evangelio, con la franqueza de que si alguna vez no cumplimos bien con nuestro deber, nos ayuden con sentido de caridad, con sentido de compulsión. Se está jugando el destino entero de la Iglesia, a todos nos interesa que los sacerdotes sean siempre sacerdotes  y que sean siempre auténticas sus palabras para enseñar los caminos del Señor y que no nos engañen como aquellos falsos maestros que San Pablo denunciaba, que por  adular los oídos falso, no se comprometen con las dificultades del mundo. Y que entre todos pues, concluyamos. Este es el anhelo que yo pongo en la conciencia de todos ustedes queridos hermanos sacerdotes. religiosas y fieles. Construyamos una Iglesia que sea como la que el Señor dio al establecer que su hijo se hiciera hombre, y en torno de eso irá creciendo esta encarnación que somos todos nosotros, pueblo de Cristo, para que levante en oración y en culto al Señor y para salvar de la integridad del evangelio a este mundo tan necesitado de salvación.