25 de marzo de 2011

¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?

3º DOMINGO DE CUARESMA
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: 
--Dame de beber. 
(Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.) 
La samaritana le dice: 
--¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? 
(Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) 
Jesús le contestó: 
--Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. 
La mujer le dice: 
--Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos 
 dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados? 
Jesús le contestó: 
--El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. 
La mujer le dice: 
--Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. 
Él le dice: 
--Anda, llama a tu marido y vuelve. 
La mujer le contesta: 
-- No tengo marido. 
Jesús le dice: 
--Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad. 
La mujer le dice: 
--Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén. 
Jesús le dice: 
--Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad. 
La mujer le dice: 
--Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo. 
Jesús le dice: 
--Soy yo, el que habla contigo. 
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: "¿Qué le preguntas o de qué le hablas?" La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: 
--Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías? 
Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. Mientras tanto sus discípulos le insistían: 
--Maestro, come. 
Él les dijo: 
--Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis. 
Los discípulos comentaban entre ellos: 
--¿Le habrá traído alguien de comer? 
Jesús les dice: 
--Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores. 
En aquel pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: 
--Me ha dicho todo lo que he hecho. 
Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: 
--Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.
Jn 4,5-42
"¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?" El pueblo judío había sentido la presencia y la fuerza de Dios que le había liberado de la esclavitud de Egipto. Y, guiado por Moisés, había emprendido el largo camino por el desierto hacia la gran promesa de una tierra que sería suya, donde viviría libre. Pero el camino se hace largo y difícil, el pueblo experimenta la terrible tortura de la sed. Por eso primero duda y después se rebela contra Moisés y contra su Dios. Y por ello se pregunta: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?". Una pregunta que es posible que también nos hagamos nosotros, sobre todo cuando nuestro camino se nos hace largo y difícil. O cuando somos nosotros quienes, por lo que sea, a veces casi sin ser conscientes de ello, nos hemos ido interiormente alejando de la presencia de Dios en nosotros. En este tercer domingo de Cuaresma, cuando empieza la etapa más importante de nuestro avanzar hacia la gran celebración de la Pascua, atrevámonos a preguntarnos si realmente creemos de verdad en la presencia de Dios en nosotros, en aquella presencia de su Espíritu que puede fecundar nuestra vida. Junto al pozo de Jacob, Jesús, cansado del camino, conversa con una mujer (y en aquellos tiempos no era normal que un hombre religioso hablara públicamente con una mujer desconocida. Un rabino decía: "Arroja la Ley al fuego antes de entregarla a una mujer"). Y con una mujer que por ser una samaritana era tenida por los judíos como un hereje. Más aún: con una mujer hereje cuya conducta moral no era precisamente ejemplar (había vivido ya con cinco hombres y el actual tampoco era su marido). Pero Jesús no sólo le pide agua a ella y conversa exactamente con ella, sino que a ella -mujer, hereje y con una historia de seis hombres- se le da a conocer como el Mesías, el Cristo, como el que es capaz de dar un agua que puede convertirse dentro de nosotros "en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna". A nuestra pregunta de si "está o no está el Señor en medio de nosotros", Jesús responde que Él puede estar "dentro de nosotros" como un manantial de vida. Como una fuente de agua viva que ya no haga necesario nuestro constante y ansioso ir y venir buscando fuentes de amor, de verdad, de libertad, de vida... Jesús tiene la radical pretensión de ser Él la fuente inagotable y fecunda de amor, de verdad, de libertad, de vida... Y no sólo una fuente a la que nosotros vayamos a beber, sino una fuente que puede manar en nuestro interior, en nuestro corazón. Como hemos leído en la segunda lectura: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado". Este evangelio que hemos proclamado hoy, junto con los que escucharemos en los dos próximos domingos, son los que utilizaba la Iglesia antigua como mejor catequesis para aquellos hombres y mujeres que se preparaban para recibir el bautismo en la noche de la Vigilia pascual. ¿Por qué estos tres evangelios? Porque nos dan respuesta a la pregunta decisiva de la fe, la pregunta es ésta: ¿Quién es Jesucristo para nosotros? Una pregunta que nosotros también hemos de replantearnos en estas semanas de preparación para la Pascua. La respuesta de hoy es: Jesús es para nosotros la fuente interior de vida. Como el árbol fecunda la tierra, el agua que brota de esta fuente interior que es Jesús -que es su palabra, su ejemplo, su persona- puede fecundar toda nuestra existencia. Esto es lo que significó aquella agua de nuestro bautismo: un agua que se derramaba sobre nosotros para fecundarnos, para darnos vida, para que demos fruto según la voluntad de Dios que ha de ser nuestro alimento. En otro lugar de su evangelio, Juan nos transmite estas palabras de Jesús: "El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva". Y comenta inmediatamente el evangelista: "Decía esto refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él" (Jn 7,38-39). Nosotros, gracias al amor de Dios, gracias a la fe, gracias al bautismo, tenemos en nuestras entrañas -en el corazón de nuestra vida- el Espíritu de Jesús. Más allá de nuestras dudas y dificultades, incluso cuando parece que nos hemos alejado de Él, el Espíritu de Jesús está en nosotros para ayudarnos, para guiarnos, para impulsarnos a vivir según su ejemplo de amor bondadoso y abierto. Renovar nuestra fe en esta presencia activa del Espíritu de Jesús es -en este camino cuaresmal hacia la Pascua- la primera respuesta a la pregunta: ¿quién es Jesús para nosotros?
J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1990/06
Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien,
que aceptas el ayuno, la oración y la limosna
como remedio de nuestros pecados, 
mira con amor a tu pueblo penitente 
y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos 
bajo el peso de las culpas.

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