1 de abril de 2011

CUARESMA CON SAN AGUSTÍN: Viernes III Semana: La hermosura de la caridad


Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos». El escriba le dijo: «Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios». Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: «Tú no estás lejos del Reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. 

Mc 12,28-34

Una cosa puedo decirte con brevedad: Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Y también: Ama a tu prójimo como a ti mismo. Todo esto lo sintetizó el Señor, cuando estaba en la tierra, al decir en el Evangelio: De estos dos preceptos dependen la ley y los profetas (Mt 22,40). Progresa, pues, diariamente en este amor, orando y actuando bien, para que con la ayuda de Dios que te lo impuso y donó, se nutra y crezca, hasta que perfeccionándose te perfecciones a ti. Ésta es, como dice el Apóstol, la caridad difundida en nuestros corazones por el Espìritu Santo que se nos fue donado (Rm 5,5). Ella es de la que dice también: La caridad es la plenitud de la ley (Rm 13,10). Ella es la que obra por la fe, y por eso se dijo: Ni la circuncisión vale nada, ni el prepucio, sino la fe, que obra por medio de la caridad (Ga 5,6).

Con ella agradaron a Dios todos nuestros santos padres, patriarcas, profetas y apóstoles. Con ella lucharon contra el demonio hasta la sangre todos los auténticos mártires. Y porque en ellos no se resfrió y desmayó la caridad, por eso vencieron. Con ella progresan a diario todos los buenos fieles que desean llegar, no al reino de los mortales, sino al reino de los cielos; no a la herencia temporal, sino a la eterna; no a la plata y al oro, sino a las riquezas incorruptibles de los ángeles; no a algunos bienes de este mundo, en los que se vive con temor y que nadie puede llevar consigo cuando muere, sino a ver a Dios. La suavidad de Dios y el deleite de Dios superan la hermosura de todos los cuerpos, no sólo terrestres, sino también celestes; sobrepuja toda la hermosura de las almas, por muy justas y santas que sean; aventaja toda la hermosura de los elevados ángeles y virtudes, sobrepasa todo lo que puede decirse o pensarse de él. No desesperemos de tan gran promesa; antes bien, pensando en que es muy grande quien la hizo, creamos que se cumplirá en nosotros. Así nos dice el bienaventurado apóstol Juan: Somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos; sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos como es (1Jn 3,2).

Carta 189, 2-3.

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