22 de mayo de 2009

Tiempo nuevo, signos nuevos

HOMILÍA

ASCENSIÓN DEL SEÑOR

En aquel tiempo se apareció Jesús a los Once, y les dijo:

-Id al mundo entero y proclamad el clip_image002Evangelio a toda la creación.

El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.

A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos.

El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban.

Mc 16,15-20


La fiesta de la Ascensión es además el principio de la misión. Jesús. antes de dejar su presencia carnal entre nosotros, envía a los discípulos al mundo entero para que continúen su obra y proclamen su evangelio «a toda la creación». Al marchar Cristo, empieza el compromiso cristiano.

La verdad es que los discípulos no estaban todavía muy preparados. Alguno preguntaba: «¿Es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?». ¿Es ahora cuando vas a solucionar nuestros problemas? ¿Es ahora, diríamos nosotros, cuando vas a solucionar los problemas de nuestra sociedad? ¿Vas a mandar desde el cielo nuevos diluvios de purificación, o una lluvia de panes para los hambrientos? ¿Es ahora cuando vas a solucionar mi problema? ¿Me conseguirás la gracia que necesito?

Jesús sabía la inmadurez y la debilidad de sus discípulos. Por eso, les promete que no les dejará solos, que recibirán la fuerza de lo alto, que «serán bautizados con Espíritu Santo» y que, llenos de este Espíritu, podrán realizar signos admirables. Los signos de que habla el evangelio no parecen muy adaptados a nuestra mentalidad. Habrá que hacer un esfuerzo para interpelar o actualizar. Porque lo que importa es el poder del Espíritu que acompaña, las manifestaciones pueden variar. Y así:

«Echarán demonios». Hoy no se cree mucho en ellos, aunque no deja de haber exorcistas. Se habla incluso del Papa -superexorcista- y algún que otro obispo. No sé la experiencia de cada uno. Yo no tengo sensación de haberme enfrentado con ningún demonio ni dentro ni fuera de mí. Pero sí puedo en todo momento enfrentarme con el mal que hay dentro y fuera de mí con las fuerzas diabólicas que dominan muchas de nuestras leyes, costumbres, poderes y estructuras.

«Hablarán lenguas nuevas». Hay movimientos que las cultivan. Yo no he tenido esta experiencia, por falta de fe, sin duda. Pero hay una lengua nueva que sí tenemos todos que hablar, la que hablaron los discípulos en Pentecostés, la lengua siempre nueva del amor. ¡El mejor signo!

«Cogerán serpientes en sus manos». No sé para qué serviría hoy. Desde luego, cuando vemos a las serpientes, sentimos un miedo y una repugnancia ancestrales. La serpiente es también el símbolo de la seducción, la astucia y el pecado. Pues a domesticar serpientes; que ninguna seducción nos engañe, que ninguna tentación nos muerda, que ningún miedo nos paralice.

«El veneno mortal no les hará daño». Ya en los primeros siglos algún filósofo descreído invitaba a los cristianos a beber veneno públicamente, para probar la verdad de este evangelio, a ver qué pasaba. No son éstos, sin duda, los espectáculos que Dios quiere, ni los que Cristo daba. Esto sería tentar a Dios. No sé. Pero el veneno que nos podría hacer daño es el que nos ofrezcan los demás: las injurias recibidas, las persecuciones sufridas, los odios que nos regalan, las humillaciones que nos hacen tragar. Si respondemos a todo con amor, ni esto ni nada nos hará daño.

«Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos». Nadie duda de que muchos siguen curando enfermos desde la fe. Sobre todo, se dan todo tipo de sanaciones espirituales y psicológicas. Grandes milagros, por nuestra falta de fe, no son frecuentes, ni es normativo. Pero sí podemos poner las manos sobre los enfermos y hacerles mucho bien y sanarles muchas de sus dolencias. Si somos capaces de transmitirles algo de ternura, de cercanía, de amor, de fe, seguro que recibirán mucha salud. Y de eso se trata. No son los grandes milagros lo que más importa, sino los pequeños signos salvadores, que, multiplicados, son, sin duda, el mayor milagro. Esos son los signos que acompañarán siempre a los discípulos de Jesús.

«El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo». Y se vino también al cielo de nuestro corazón. El está con nosotros. El es el tesoro más grande que tenemos, el valor más grande del mundo.


CARITAS 1994, 1.Pág. 266 s.

Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo.

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