26 de julio de 2007

ORAR EN EL ESPÍRITU DE JESÚS






Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo entonces: «Cuando oren, digan:
Padre, santificado
sea tu Nombre,
que venga tu Reino;
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos
a aquellos que nos ofenden;
y no nos dejes caer en la tentación».
Jesús agregó: «Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a
medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos
llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde adentro él le responde:
“No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos
acostados. No puedo levantarme para dártelos”. Yo les aseguro que aunque él no
se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su
insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay algún padre entre ustedes que dé a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!».



Lc 11,1-13



La semana pasada recordábamos a Marta y María, las hermanas que formaban esa familia que Jesús frecuentaba, y recordábamos lo importante que es lo espiritual en nuestra vida cotidiana. Siempre tendremos cosas que hacer… pero, ¿no debemos hacer un alto en nuestras ocupaciones para entregarnos a lo que le da sentido al quehacer que hago? Por más que me guste mi profesión, o por más interesantes que sean los contactos que hago durante mi jornada, llega un punto en que nos cuestionamos por qué hago tal o cual cosa… y allí es necesario buscar el sentido de lo que me mueve a luchar, a vivir… que es lo que yo creo fundamentalmente. Además de la familia, el padre, la madre, la novia, el novio, la esposa, el marido, los hijos o los nietos, si miramos más allá, ¿Qué encontramos? Y desde acá, desde esta mirada más allá, comencemos a reflexionar sobre el Evangelio de este Domingo, que nos regala la posibilidad de sondear un elemento distintivo del creyente: la oración. El hombre que cree en Dios ora. Por esto es reconocido por los que no creen. ¿Por qué el creyente ora? Más que mirar desde fuera el tema, como si fuéramos científicos, miremos dentro de nosotros mismos y preguntémonos, como hoy te pregunto por medio de estas líneas: ¿Por qué oras? ¿Qué buscas cuando oras? ¿Qué esperas de tu oración? Preguntas que todos debemos hacernos, para tener claro, si queremos vivir una vida cristiana seria, sólida, en qué sintonía estamos escuchando a Dios.

Presento este tema porque tal vez esa fue la inquietud de los discípulos que un día vieron a Jesús orar (muchas veces lo vieron orar, a decir verdad) y ellos, que estaban siendo transformados por las palabras del Maestro, quisieron tener, al menos, un poco de esa profundidad con que Jesús se comunicaba con Dios, que llamaba su Padre. De allí nace esa petición profunda: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». La respuesta del Maestro es la oración del Padre Nuestro. Extraño, ni más ni menos, puede resultar al que no le gusta rezar, pero sí le gusta orar. Esto, entendiendo rezar como la repetición de fórmulas ya aprendidas para dirigirse a Dios. No es necesario repetir palabras para dirigirse a Dios. Yo le hablo con mis propias palabras. Bien. Una vez tuve la curiosidad de buscar todas las formas de oración posibles: son tantas, que realmente uno puede ser muy creativo a la hora de encontrarse con Dios –escuchando una canción, mirando la naturaleza, en silencio ante una imagen religiosa, leyendo la Biblia, rezando una novena o el Santo Rosario, meditando en silencio, pintando, escribiendo…- siendo unas más importantes que otras, como por ejemplo leer la Biblia, que es la Palabra de Dios. Personalmente no le tengo miedo a rezar –repetir fórmulas para dirigirme a Dios- como si fuera sólo repetir, y repetir… basta con que hagas tuyas las palabras de la oración, y ya estás orando. Como decía San Agustín: Cuando oren a Dios con salmos y cánticos inspirados, que sienta el corazón lo que dice la voz. Así de sencillo. Ahora bien, hagas lo que hagas para comunicarte con Dios, hay que hacerlo siempre de acuerdo con el cómo quiere Dios que ores. ¿Cómo saber cómo le gusta a Dios que yo ore? Pues, la respuesta la tenemos hoy. «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». Y el Maestro nos enseñó a orar la plegaria perfecta. Perfecta, porque, como dice San Agustín, está allí todo lo que podemos pedir a Dios. Y toda oración, cualquiera sea su metodología, debe estar dentro del espíritu del Padre Nuestro.

Ahora, en las líneas siguientes, quisiera compartir algunas pequeñas reflexiones acerca de esta oración, para poder exprimir un poco más lo que esta plegaria, tan archiconocida que se puede hacer insípida, esconde como riquezas. Como punto de partida, el Padre Nuestro es algo “distinto” al que oramos nosotros… simplemente porque esta es la versión de Lucas, mientras que nosotros utilizamos la que aparece en el evangelio de Mateo. No obstante la falta de algunas partes, esta versión mantiene lo esencial de la oración del Señor.

Padre Nuestro, que estás en el Cielo: Un libro entero podría escribirse sólo analizando esta frase, dos palabras profundamente significativas para comprender quién es el Dios que nos vino a mostrar Jesús: Es Padre –no sargento, ni un desconocido, no una energía sin rostro…- es tu Padre. Y es Nuestro, porque no sólo estamos llamados a vivir la maravilla de descubrir que el Dios que todo lo creó es mi Padre de manera personal, como en una cabina aislada del resto… somos hijos y por eso, hermanos. Por eso la oración del Padre Nuestro se reza en primera persona plural. No es sólo mío. Es tuyo, pero también de tu hermano.

Santificado sea tu Nombre: Que tu Nombre sea reconocido como Santo, quiere decir esta frase. Pero, ¿quién va a hacer que el nombre del Padre del Cielo sea reconocido como Santo? Creo que esa tarea nos espera a nosotros… somos nosotros los hijos que amamos al Padre y queremos que sea amado por otros. Por eso, cuando rezamos esta frase, por rebote debemos pensar en responder: yo, con mi manera de ser, haré que los demás reconozcan que eres Santo.

Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo: Aquí está el centro de la oración del Padre Nuestro. Jesús, el Maestro bueno, el Señor, vino a proclamar el Reino de Dios. En eso se resume todo: Dios reina, y tiene que reinar en tu corazón. Aceptar el Reino de Dios en tu vida es dejar que Dios sea lo más importante para ti… sin miedos, porque no nos va a quitar nada de lo más querido para nosotros –muchos tienen ese temor ante Dios… valga recordar las palabras del Papa Benedicto XVI-:



Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo
que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se
abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las
grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad
experimentamos lo que es bello y lo que nos libera. Así, hoy, yo quisiera, con
gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida
personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo!
Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno.



Por eso, con absoluta confianza podemos orar esta frase, pidiendo que el Señor reine más y más en nuestra vida. Decir esta frase en el Padre Nuestro es confesar que mi corazón está dispuesto a dejar que el Señor sea mi Señor, lo más importante, bello, por quien amar, luchar y vivir.

Danos hoy nuestro pan de cada día: Si Dios es mi Padre, quiero que todos lo conozcan y amen, y lo confieso como mi Señor, dejo que Él tome mi pasado en su misericordia –el pasado que nadie puede cambiar, con sus alegrías y con sus frustraciones, lo deposito en sus Manos- mi presente en su amor –para que Él me acompañe en todo lo que soy y hago- y mi futuro en su providencia –para que me ayude en el camino que no conozco, que abra las puertas necesarias para encontrar la sabiduría en la vida, y me ilumine para reconocer esas opciones que se presentan. Por eso abandono en sus Manos lo más básico que un ser humano necesita: el alimento. Reconozco que con Él nada me puede faltar, aunque atraviese valles oscuros en mi camino, la cesantía, la marginación, la amargura… no, Él va conmigo.

Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden: Pedimos al Padre que nos perdone, de todo aquello que lo ofende a Él, a nuestro prójimo y a nosotros mismos. Reconocemos que la vida, camino que todos recorremos, tiene una valor supremos, que todos seguimos: el valor del Amor Supremo, con el que buscamos llenar nuestra existencia. Ese amor auténtico –que se manifiesta en la vida, en el respeto, en la libertad, en los valores- puede ser herido por acciones, pensamientos, sentimientos… que llamamos pecado. Sólo Él puede librarnos de la oscuridad que surge cuando buscamos un camino que parece más fácil pero que sólo nos encierra en nosotros mismos y nos hace perder la libertad verdadera… pero, también debemos perdonar a los que han sembrado la oscuridad, el temor, el odio, el dolor, en nuestra vida. No podemos responder al dolor con el dolor, al odio con el odio, si creemos que Dios –el Valor Supremo de nuestra vida- es Amor, Luz… parece ser lo más simple pagar con la misma moneda, pero, ¿es lo más liberador?

No nos dejes caer en tentación, y líbranos del mal: Somos conscientes que tendremos muchas ocasiones de ser tocados por el mal de los demás, o de mancharme la vida eligiendo lo que parecía lo más lógico, pero que luego me hizo ser esclavo de sentimientos, de cosas, y me sentí lejos de Dios. Por eso, pedimos al Padre que nos proteja en nuestro camino y no permita que la oscuridad reine en nuestro corazón.

Este domingo, tal vez, deba terminar pidiendo disculpas: el Padre Nuestro es tan profundo, que se corre el riesgo de hacerlo superficial cuando se hace un comentario, demasiado simplón como este. Por eso, sólo les pido una cosa: la oración –el diálogo con Dios- es una aventura ante todo personal. He querido compartir estas líneas tan sólo para incentivarlos a que cada uno se lance al viaje de la oración, siempre buscando a Dios en su vida. Todos tenemos que hacer ese viaje, cada día… y el Evangelio nos recuerda hoy que sólo en el Espíritu de Jesús –en las palabras del Padre Nuestro- podemos confiar que nuestra aventura llegará a su destino. Recuerda siempre el Padre Nuestro antes de orar.


«¡Oh Dios!, protector de los que en ti esperan;

sin ti nada es fuerte ni santo.

Multiplica sobre nosotros los signos de tu misericordia,

para que, bajo tu mano providente,

de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros,

que podamos adherirnos a los eternos».

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¿Quieres comentar esta noticia?