20 de julio de 2007

ACOGER



XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada».


Lc 10,38-42



El valor de la hospitalidad es algo que pertenece a nuestra cultura más original, más ancestral. Recibir al forastero es dar la posibilidad de cobijar al que viene de viaje y se encuentra lejos de su patria por alguna razón en particular (exilio, persecución política, viaje de turismo, etc). Dar la mano al que no se encuentra en su entorno… y vaya que es difícil a veces encontrarse bien en lugares que tienen costumbres tan distintas a las tuyas, o simplemente un idioma diverso al tuyo. Allí apreciamos los rostros sonrientes de quienes nos acogen y tratan de hacernos sentir en casa.

Ni siquiera, tal vez, necesitaremos viajar para experimentar esto: nos toca muchas veces a nosotros ayudar al que tiene menos: alguna campaña para el comedor de mi barrio, ropa para los que no pueden comprársela, dinero para alguna campaña… son cosas en las que podemos ayudar y ojalá siempre lo podamos hacer, recordando que la medida de mi amor a Dios se ve en lo que hago por el hermano que está a mi lado, que camina, peregrino, pobre, necesitado de lo que a mí tal vez me sobra o tengo en abundancia.

El Señor no desconoce esa realidad… es misteriosa la primera lectura de esta domingo, ya que presenta la visita de estos tres hombres a la tienda de Abraham. Aparece el Señor en forma no de un solo hombre, sino de tres. Abraham, sentado al ingreso de la misma en la hora de más calor, los recibe y hace preparar una comida suculenta para estos tres peregrinos que vienen desde no se sabe dónde. Parece que Dios se deja atender, muchas veces, durante la vida. Dios se hace el peregrino, el caminante, el que transita nuestras vías, y metiéndose en la vida, deja una bendición por acá, una palabra por allá… de la manera más simple posible: a través de las relaciones humanas. Muchos piensan que Dios tiene que abrir el cielo, aparecer rayos y truenos y una voz fulminante desde el cielo para hablar… no. ¿Se acuerdan de esa hermosa lectura donde el Profeta Elías se dirigió al monte Horeb a hablar con Dios? Recordémosla:


El Señor le dijo: “Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor”. Y
en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las
montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en
el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el
terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba
en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla,
Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de
la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: “¿Qué haces aquí, Elías?”

(1 Reyes 19,11-13).

En la normalidad de los días, el Señor habla a través del cotidiano, a través de la vida, de las personas… a lo mejor a través de un defecto que me recuerda que tengo que superar esta o aquella cosa… del fallecimiento de un ser querido que me recordó que tal vez no estaba mi fe tan fuerte como para apoyarme en Dios en ese momento de dolor, quién sabe… Dios habla así. Pasa como peregrino por tu vida y la mía, se sienta a la mesa de mis alegrías y de mis tristezas, y me habla. Alguno debe estar pensando: Claro, claro… el Señor habla, estamos de acuerdo, ¡pero yo no lo escucho! Y aquí viene la segunda parte de esta reflexión, que la haremos mirando el Evangelio de este domingo.

Marta y María eran hermanas. Había un tercer hermano en esta familia, que es el famoso Lázaro, amigo íntimo del Señor, que el Señor resucitó de entre los muertos. Cómo no impresionarse ante el llanto de Jesús por su amigo cuando va a ver dónde lo enterraron y la fe de las hermanas que decían a la llegada del Maestro: Señor, si hubieras estado aquí, nuestro hermano no hubiera muerto (Toda la escena la podemos leer en Jn 11). Así era esta familia. Ante todo, amigos de Jesús y discípulos que tenían una tremenda fe en él. Vivían en Betania, un pueblo ubicado a poca distancia de Jerusalén, en el camino entre esta ciudad y Jericó, quedando tan cerca que se puede ir y volver caminando en el mismo día. Se sospecha que el Señor, cuando visitaba Jerusalén, se hospedaba en casa de los tres hermanos, quienes lo recibían con alegría… como lo escuchamos hoy: llega el Señor a la casa y Marta se pone inmediatamente manos a la obra para prepararle una buena comida. Vendría cansado, necesitaba atención, un lugar donde dormir, descansar luego de andar caminando, predicando, sanando… y allí, en esa casa, Jesús era atendido. Descansaba. Como todos nosotros necesitamos descansar. Esa familia de tres hermanos recibió el privilegio único de atender a Jesús y de conocerlo desde otra dimensión: desde el amigo, que disfruta de una buena compañía, de una buena conversación, de una cama donde dormir y descansar.

Decíamos que Marta se puso manos a la obra para atender al Maestro… pero la otra hermana, María, se instala a escuchar al Señor, sin fijarse en el trabajo que Marta tenía. Jesús hablaba, contaría los pormenores del viaje, lo que pensaba que hallaría en Jerusalén –si echamos un vistazo a los capítulos 9 y 10 del Evangelio de Lucas, nos daremos cuenta que Jesús iba en camino a la capital, desde Galilea- y en fin… mientras María escuchaba. Allí es cuando Marta se enoja y dice: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude». Y el Señor le responde: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada». ¿Qué significa esto? Veníamos hablando de la necesidad de tener oídos para escuchar lo que el Señor nos habla en la vida… y veamos, Marta tal vez no escuchó nada de lo que el Señor estaba contando… podemos imaginarnos los pensamientos de Marta en esos momentos: ¿Puse la olla con agua caliente?... hay que barrer el patio, han caído muchas hojas de los árboles… ¿estarán las camas hechas?... ojalá que el pan esté listo en el horno, hay que revisarlo… mientras María sí escuchaba. A menudo, nuestras preocupaciones de cada día toman un protagonismo excesivo en nuestros pensamientos, en nuestro diario vivir. Cuánta gente no duerme en la noche, porque a menudo piensan que es imprescindible para tal trabajo, para tal problema que hay que solucionar… y se cierra en sus problemas. Llegan a la casa por las tardes y se encierran en su mundo, sin permitirse disfrutar los momentos que ofrece la vida de familia. Es cierto que la vida es complicada, pero… ¿no sería mejor tratar de dar vuelta la hoja y dejar que con la mente más fresca, mañana, los problemas y las situaciones de cada día puedan ser solucionados? Eso, es cierto, no solucionará las cosas de la noche a la mañana, pero… las asumiré con mayor serenidad. Y tal vez con menos dramatismo.

Cuando nos centramos excesivamente en lo que tengo que hacer, me olvido de lo más importante que tengo en mi vida: ser. Somos seres, existimos, ante todo. El trabajo es una realidad, dentro de muchas otras más: el descanso –que no debiera sacrificarse tanto-, la vida familiar, la posibilidad de leer un buen libro y… lo que le da coherencia a mi vida, me hace abrir mi mente a la presencia de Alguien que toma mis problemas en Su Mano y me ayuda a luchar mejor: la dimensión religiosa del hombre. Todas esas cosas, en su conjunto, sin dejar ninguna de ellas de lado, es la variedad que hace nuestra vida algo con una riqueza desde dentro. Así, dejaremos de percibir que pasamos por la vida sólo haciendo cosas, sin darnos el tiempo –durante el día o durante a semana, desde lo sencillo- de ser: orar un poco, ir a la Iglesia los domingos… Dios dejará de ser un ser extraño y veremos que siempre ha estado conmigo, como peregrino, sentado en mi mesa. Repito: veremos. No sólo lo afirmaremos como una idea mental –como a veces se transforma la fe que se entibia- sino que creeremos firmemente que el Señor algo me enseñó en este acontecimiento, en esta dura prueba, en esta alegría… y simplemente, entenderemos de verdad lo que muchos dicen: Dios saca el bien incluso del mal.

¡Vive conscientemente! Dios está más cerca de lo que tú crees. Abre tus ojos, tus oídos y… recíbelo en tu casa.

Muéstrate propicio con tus hijos, Señor, y multiplica sobre ellos los dones de tu gracia, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren fielmente en el cumplimiento de tu ley.

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