2 de agosto de 2007

NI MUCHO, NI POCO



XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- C



Uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia». Jesús le respondió: «Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?». Después les dijo: «Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas».
Les dijo entonces una parábola: «Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha”. Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”.Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios».


Lc 12,13-21


Parece ser que todos los temas de estas semanas se manejan en una cierta congruencia. Estuvimos reflexionando acerca de escuchar la Palabra del Señor, sobre la oración y ahora… ahora el Maestro, en la liturgia de este domingo, nos propone pensar sobre el tema del dinero y las posesiones materiales.

Cuando se habla de dinero, puede pensarse que siempre es malo. Y no es así: ¿para qué nos sirve? Lógicamente, para vivir: pagar las cuentas de la casa, el médico cuando alguno en la familia se enferma, comprar la comida, pagar la casa o el arriendo de ella, tener ropa para vestirnos… y de vez en cuando darnos algún gusto como salir al cine, a tomarnos algo o salir de vacaciones. Es nuestro compañero en la vida, digámoslo así, porque cada vez más todo cuesta, y todo cuesta cada vez más.

Por eso, el dinero no es ni bueno, ni malo… depende de cómo se use, ciertamente. En el día de hoy la Palabra del Señor alerta sobre un abuso en el uso del dinero: la avaricia. Primero que todo, hay que dejar en claro una cosa, y lo voy a dejar en forma de pregunta: ¿Es malo juntar dinero? La respuesta es: depende. Claro, porque si estás juntando dinero para tu pensión de jubilación, o para asegurar la educación de tus hijos, estás asegurando tu futuro ante cualquier eventualidad que se presente y eso, ¡es obvio que no es malo!

Sin embargo, el problema aparece cuando nos encontramos con quienes acumulan sólo por acumular. Juntan dinero porque siempre parece que es poco y experimentan un miedo tremendo ante la posibilidad de perderlo… esto es ya peligroso… ¿peligroso para quién? Para ellos mismos. ¿Por qué? Porque están poniéndose anteojeras en sus vidas, como los caballos, que miran sólo hacia delante y no pueden observar aquello que está alrededor.

La primera lectura de hoy nos muestra, como en imágenes, las personas que trabajan duro durante la vida y luego dejan sus bienes en herencia a otros, y su juicio es categórico: eso es vanidad. Y aquí el autor del libro del Qohelet (o Eclesiastés) nos pone en la sospecha: acumular, ¿para qué? Si no corresponde a ser prudente y tener algún fondo ante cualquier emergencia… ¿para qué juntar por juntar?

Anteojeras, dijimos recién, tiene el hombre que sólo se preocupa en su vida en ganar dinero. Trabaja incluso horas extras, y junta dinero. Este tema, ojo, no es sólo de gente que hoy encontramos en las clases sociales acomodadas, sino que incluso entre la gente de bajos recursos podemos encontrar… hay que mirar el corazón: el materialista, el arribista, que está sólo pensando en tener más y se siente superior a su vecino, porque aparenta ser más que él, gastando sumas considerables de dinero en llevar una vida que no es la suya, sólo aparentando… ¿qué gana? Si alguna vez le falta el dinero, ¿qué va a pasar?

Por eso, dice el autor del Qohelet (o Eclesiastés), eso es vanidad. Porque el dinero pasa a ser una droga: tú crees que tienes el control sobre él, aseguras que puedes dejarlo, peor cuando haces la prueba… te sientes desnudo al no tener tu dosis diaria, o semanal, de droga. Con el dinero –así como con el tabaco, las drogas, el alcohol, entre otras cosas- pasa lo mismo.

Así, llegamos al Evangelio de este domingo. El Señor Jesús, siguiendo las palabras de sabiduría que encontramos en el Antiguo Testamento –como las de la primera lectura, que hemos apenas reflexionado- habla sobre el tema, con una frase clave para entender lo que la parábola nos va a decir: Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas. No quiero en este punto añadir más palabras a una enseñanza que es bastante clara… la parábola la podemos entender bien, así que les invito a escucharla el domingo y a leerla con atención… lo que sí quiero invitar a pensar es sobre cuál es el punto medio, el punto justo con el que podemos vivir bien nuestra relación con las riquezas.

Para esto, sugiero que nos ayude la misma Biblia: por ejemplo, en el libro de los Proverbios leemos:



Hay dos cosas que yo te pido, no me las niegues antes que muera: aleja de mí la falsedad y la mentira; no me des ni pobreza ni riqueza, dame la ración necesaria, no sea que, al sentirme satisfecho, reniegue y diga: “¿Quién es el Señor?”, o que, siendo pobre, me ponga a robar y atente contra el nombre de mi Dios.

Pro 30,7-9



Esto es, para mí, el punto justo. No se trata de inflarse en dinero –y luego creerse tan autosuficiente que diga, como dice el hombre que habla en la cita bíblica: “¿Quién es el Señor?”- ni tampoco ser tan pobre que tenga que llevar una vida indigna y ofender al Señor cuando cometa algo desesperado para garantizarme la subsistencia. El punto medio es simplemente este: dame la ración necesaria. Nada más, ni nada menos.

Alguno podrá estarse preguntando a estas alturas: pero, si el punto medio es el punto justo en cuanto al dinero… ¿Por qué el Señor en la Biblia dice que los pobres son dichosos? Es cierto, en la Biblia encontramos palabras de elogio a los pobres… y esto merece una explicación: la más consistente de las alabanzas a la pobreza la hallamos en Mt 5,2: “Felices los pobres de espíritu, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos”. ¿Cómo hay que entender esta frase? Tenemos tres posibilidades para hacerlo:

- Pobres de espíritu: ingenuos, gente simple por dentro, que no piensan detenidamente las cosas.
- Pobres de espíritu, pero por fuera son ricos. Llevan la pobreza “por dentro”.
- Pobres de espíritu porque eligen en su corazón no atarse con nada material de lo que les rodea, tengan mucho o tengan poco.



De estas tres posibilidades, la más acertada para explicar la frase de Jesús es la última. Un pobre de espíritu es quien comprende que no puede atarse a lo material, porque sabe que está perdiendo una parte importante de su vida: sabe que el ser humano es un ser que no sólo tiene lo material como respuesta a las problemáticas de su vida, y por eso busca más allá, pero para encontrarse con lo más profundo, lo que le da significado y sentido verdadero en su vida, deberá elegir no atarse a lo material, porque, como decía el autor de El Principito, lo esencial es invisible a los ojos. O sea, son felices los que tienen alma de pobres, los que eligen no atarse –y eso les hace ser generosos con los que menos tienen, solidarios y disponibles para dar- y por eso, ellos pueden tener a Dios por Rey. De ellos es el Reino de los Cielos.

Miremos este domingo si en nuestro interior el tema del dinero es algo de lo que me puedo desprender fácilmente o es algo que sólo reservo para mí, para comprar cosas y asegurar mi bienestar… mira tu corazón y juzga por ti mismo: ¿es verdaderamente Dios tu Rey? ¿O estás atado a otra cosa, que está tomando el lugar de Dios?


Recuerda, la clave es, en cuanto al dinero, ni mucho, ni poco.


Ven, Señor, en ayuda de tus hijos; derrama tu bondad inagotable sobre los que te suplican, y renueva y protege la obra de tus manos en favor de los que te alaban como creador y como guía.

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