1 de junio de 2007

EL MISTERIO DEL HOMBRE Y DEL MUNDO



LA SANTÍSIMA TRINIDAD- C



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora:
cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena.
Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.


Jn 16,12-15


Por motivo de la temporada de exámenes a la que me encuentro sometido, esta semana la homilía será tomada de un texto preparado por el teólogo Javier Gafo.


Una de las grandes figuras de la mística cristiana es el alemán maestro Eckhart. Fue un hombre que supo reunir en el siglo Xlll el saber teológico, los cargos de gobierno en la orden dominicana y una profunda experiencia mística que refleja en sus escritos. Refiriéndose al misterio de Dios, el maestro Eckhart formulaba así su ciencia teológica y su experiencia espiritual: «Hablando en hipérbole, cuando el Padre ríe al Hijo, y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer, ese placer causa gozo, ese gozo engendra amor, y ese amor da origen a las personas de la Trinidad, una de las cuales es el Espíritu Santo».

Por supuesto, que todas estas metáforas no sirven para explicar racionalmente el misterio del Dios uno y trino, pero nos dan una imagen del Dios en quien creemos muy distinta de la que habitualmente está en nuestra mente: el famoso triángulo trinitario y los fríos conceptos, tomados de la filosofía griega, de naturaleza, persona, relación etc. Es un Dios cuyo misterio se refleja en vivencias humanas como las de la risa, el gozo y el amor… que nos resultan más entrañables que los rígidos e intelectuales conceptos escolásticos.

En la portada de nuestra sencilla hoja parroquial hemos reproducido uno de los más famosos iconos de la Iglesia oriental. Es de mediados del siglo XV, atribuido a Andrei Rublev y que se conserva en Moscú. Está inspirado en un pasaje del libro del Génesis, cuando Dios se apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré, mientras estaba sentado a la puerta de su tienda, porque hacía calor. Abrahán alzó la vista, vio a tres hombres de pie frente a él y les dijo: «Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo».

Es un relato deliciosamente primitivo, en el que se mezclan el único Dios y los tres caminantes que se acercan a Abrahán y le acaban prometiendo el hijo deseado, a pesar de que su mujer, Sara, estaba ya «seca».

La Trinidad ha tenido una gran influencia en la espiritualidad rusa. Como dice Pavel Florensjkij: «La Trinidad se ha entendido siempre, y todavía se la entiende así, como el corazón de Rusia: a la hostilidad y el odio reinantes venía a contraponerse el amor recíproco, desbordante del eterno y silencioso coloquio, en la eterna unidad de las esferas eternas».

Hay una frase del teólogo español, Xavier Pikaza que dice: «El misterio de la Trinidad nos descifra nuestro propio misterio». Es lo que también había dicho, con otras palabras, Y. Congar: «Tal vez la mayor desgracia del catolicismo moderno es haberse convertido en teología y catequesis sobre el “en sí” de Dios, sin insistir al mismo tiempo sobre la dimensión que todo ello encierra para el hombre».

Es verdad: hemos reducido el dogma de la Trinidad a un misterio que nos habla del incomprensible «en sí» de Dios y hemos perdido de vista el «en sí» del hombre que, al mismo tiempo, se nos manifiesta. Porque Jesús no es sólo la revelación del «Dios, a quien nadie ha visto jamás», sino, también, la revelación del misterio del hombre que no comprendemos.

-Voltaire decía que «Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y el hombre le ha pagado con la misma moneda». Nos ha faltado estar más a la escucha del misterio de Dios, revelado en Jesús, y nos hemos construido un Dios a nuestra imagen y semejanza, hecho sobre nuestros deseos de poseer, acaparar, dominar… E, igualmente, nos hemos olvidado de mirar a Dios para balbucear el misterio del hombre: hemos considerado que lo importante en el hombre es el dinero, la fuerza, la ciencia, el prestigio. Y apenas nos acordamos de que el hombre se asemeja al Dios que es amor cuando vive en el amor, cuando crea lazos, cuando no es un individuo aislado, encerrado en sí mismo, sino cuando intenta vivir la vida de amor que es la misma vida de Dios.

La primera lectura y el salmo están llenos de esas resonancias ecológicas. Nos hablan de la sabiduría de Dios formada antes de los abismos, de los manantiales y las aguas, que precedía a la tierra, la hierba y los terrones del orbe. Incluso, con gran audacia, presenta a esa sabiduría jugando como una niña con la bola de la tierra. Y el salmo es una plegaria de admiración hacia el nombre del Señor, al contemplar los cielos, la luna, las estrellas, las aves del cielo, los peces del mar que trazan sendas por los océanos…

Tenemos que decir, hoy también, que el misterio de la Trinidad no sólo nos descifra el misterio del hombre, sino que también nos descifra nuestra relación con el mundo. Porque se nos está reprochando frecuentemente a los cristianos de responsabilidad en la gravísima crisis ecológica que estamos padeciendo. Se nos recrimina que ninguna religión está tan centrada en el hombre y subraya más el dominio del ser humano sobre la naturaleza, como la que arranca del relato de la creación en el Génesis. Se insiste en que el famoso mandato del «dominad la tierra y sometedla» ha significado el impulso hacia unas actitudes de dominio despótico sobre la naturaleza creada.

Pero también se insiste en que el gran desarrollo tecnológico que ha originado la crisis medioambiental surge precisamente cuando la ciencia y la tecnología han sido más autónomas y han estado más al margen de las Iglesias cristianas. Y se subraya igualmente que el arranque de la crisis hay que situarlo en el Renacimiento, que es cuando comienza a imponerse una creciente comprensión de Dios como el omnipotente, dueño absoluto de la creación. Pero es un Dios al que se le retira al mundo de lo trascendente, abriéndose paso una concepción inmanente del mundo, que lleva a pensarlo sin Dios y donde el hombre, creado a imagen del Todopoderoso, se asemeja a Dios por su poder sobre el mundo, no por la bondad y el amor. Aquí se debe situar la figura de Descartes, para el que la ciencia convierte al hombre en «señor y propietario de la naturaleza», poniendo las bases para una relación del hombre con la naturaleza como de sujeto-objeto, como dominio-sometimiento. Ante la necesidad de una ética, y aún de una religión, que ofrezcan propuestas ante la crisis medioambiental se ha vuelto los ojos a las religiones primitivas y a las orientales. Sin negar el valor de estas tradiciones, debemos afirmar que los cristianos podemos encontrar en nuestra propia sabiduría pistas para una armónica relación con la naturaleza.

No basta con afirmar, como lo ha hecho la Iglesia evangélica, que «la tierra pertenece al Señor», no al hombre. Tenemos que recordar que el Dios trino no es un solitario, dominador del cielo y la tierra, sino un Dios comunitario, rebosante de relaciones. Padre, Hijo y Espíritu Santo viven dentro de la más perfecta comunidad de amor. Podemos asemejarnos a ese Dios no mediante el señorío y el sometimiento de la realidad creada, sino a través de la comunidad y de una reciprocidad rebosante de vida. No es cristiana, sino teísta, esa concepción en la que el Dios trascendente ha creado un mundo inmanente y cerrado. Dios Padre, a través de su Palabra y en el Espíritu Santo, ha creado el mundo.

Como consecuencia de ello, todo existe por, en y a través de Dios. Dios está presente por su Espíritu en todo; cada ser vivo existe en esa fuente de vida que es el mismo Dios. El Espíritu de Dios ha sido derramado y renueva la faz de la tierra. Esta visión de la creación, como reflejo de la vida íntima de Dios, hace al hombre más inmerso en la creación, crea en él una actitud más de admiración que de dominio. Es lo que expresaba también el salmo de hoy: «¡Qué admirable es el nombre y la presencia de Dios en toda la tierra!». Es lo que reflejaban también el canto de las criaturas de Francisco de Asís y «las montañas y los valles solitarios, nemorosos» de san Juan de la Cruz.

Por eso tenemos que volver a la risa, al placer, al gozo y al amor de Dios, o al viejo icono ruso, para comprender al hombre y su relación con el mundo. Allí, en nuestra antigua sabiduría podemos encontrar también reflejado el misterio de la Trinidad, el misterio más íntimo de Dios, el misterio del hombre, el mismo misterio del mundo.


Javier Gafo


Dios, Padre todopoderoso,
que has enviado al mundo la Palabra de la Verdad
y el Espíritu de la santificación,
para revelar a los hombres tu admirable misterio;
concédenos profesar la fe verdadera,
conocer la gloria de la eterna Trinidad
y adorar su unidad todopoderosa.

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