22 de abril de 2007

EL SANTO PADRE Y SAN AGUSTÍN



Benedicto XVI presenta a san Agustín como modelo de conversión para nuestros tiempos
Al celebrar misa en Pavía, la ciudad donde se encuentra su tumba


PAVÍA, domingo, 22 abril 2007 (ZENIT.org
).- Benedicto XVI presentó en la mañana de este domingo a su maestro teólogo, Agustín de Hipona, como modelo de conversión para nuestros tiempos, al visitar Pavía, donde se encuentra la tumba del santo. El Papa centró su homilía al celebrar al aire libre, en los Huertos Borromeos, de esa ciudad italiana, en el obispo y doctor de la Iglesia (354-430), a quien Joseph Ratzinger dedicó su tesis doctoral. Ante al menos 20 mil fieles, el obispo de Roma explicó que «dado que Jesús, el Resucitado, vive también hoy», existe un camino para seguirle: «la conversión». «Pero, ¿en qué consiste? ¿Qué hay que hacer?», se preguntó. Benedicto XVI respondió presentando el camino de conversión de Agustín, ilustrando las tres «conversiones» que experimentó en su vida, que, en realidad, constituyen «una grande y única conversión en la búsqueda del Rostro de Cristo y del camino junto a Él». La primera «conversión fundamental», explicó, «fue el camino interior hacia el cristianismo, hacia el “sí” de la fe y del Bautismo », aclaró en referencia a ese hecho decisivo en la vida del santo, que según algunos historiadores tuvo lugar en Pascua del año 387. Agustín «siempre estaba atormentado por la cuestión de la verdad. Quería encontrar la verdad», siguió aclarando el Papa en la homilía. «Siempre había creído --a veces más bien vagamente, a veces de manera más clara-- que Dios existe y que nos cuida. Pero la gran lucha interior de sus años juveniles consistió en conocer verdaderamente a este Dios y familiarizarse con ese Jesucristo, hasta llegar a decirle “sí” con todas las consecuencias». «Nos cuenta --indicó el sucesor de Pedro-- que, gracias a la filosofía platónica, había aprendido y reconocido que “en el principio existía la Palabra”, el “Logos”, la razón creadora. Pero la filosofía no le presentaba ningún camino para llegar hasta Él; este “Logos” era lejano e intangible». «Sólo en la fe de la Iglesia encontró la segunda verdad esencial: la Palabra se hizo carne. Y de este modo nos toca y nosotros le tocamos». La «segunda conversión» de san Agustín, tuvo lugar después de su bautismo, en Hipona, África, cuando había fundado un pequeño monasterio y fue consagrado sacerdote prácticamente por la fuerza, a petición popular. «El bonito sueño de la vida contemplativa se desvanecía, la vida de Agustín cambiaba fundamentalmente. Ahora tenía que vivir con Cristo para todos», evocó Benedicto XVI. «Tenía que traducir sus conocimientos y sus sublimes pensamientos en el pensamiento y en el lenguaje de la gente sencilla de su ciudad». «La gran obra filosófica de toda una vida, que había soñado, se quedó sin ser escrita. En su lugar, se nos dio algo más precioso: el Evangelio traducido en el lenguaje de la vida cotidiana». «Esta fue la segunda conversión de este hombre, que tuvo que realizar continuamente, luchando y sufriendo: ponerse siempre al servicio de todos; en todo momento, junto con Cristo; entregar la propia vida para que los demás puedan encontrar en Él la verdadera Vida», aclaró. Por último, la tercera conversión de san Agustín, tuvo lugar cuando descubrió que «sólo uno es verdaderamente perfecto y que las palabras del Sermón de la Montaña», las Bienaventuranzas, «sólo se realizan totalmente en una persona: en el mismo Jesucristo». Descubrió que «toda la Iglesia, todos nosotros, incluidos los apóstoles, tenemos que rezar cada día: “perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”», escribía san Agustín. «Había aprendido un último nivel de humildad, no sólo la humildad de introducir su gran pensamiento en la fe de la Iglesia, no sólo la humildad para traducir sus grandes conocimientos en la sencillez del anuncio, sino también la humildad para reconocer que tanto él como toda la Iglesia peregrina necesitaban continuamente la bondad misericordiosa de un Dios que perdona». «Y nosotros --añadía-- nos hacemos semejantes a Cristo, el Perfecto, en la medida más grande posible cuando nos convertimos, como Él, en personas de misericordia», indicó. El Santo Padre concluyó implorando que el Señor «nos dé a todos nosotros, día tras día, la conversión necesaria y de este modo nos conduzca hacia la verdadera vida».

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Ante la tumba de san Agustín, el Papa relanza su mensaje central: «Dios es amor»
Este es el núcleo de su pontificado, explica


PAVÍA, domingo, 22 abril 2007 (ZENIT.org).- Al visitar la tumba de san Agustín, en la tarde de este domingo, Benedicto XVI relanzó el mensaje central de su pontificado: «Dios es amor». «La humanidad contemporánea tiene necesidad de este mensaje esencial, encarnado en Cristo Jesús», aseguró, al concluir su visita pastoral a la ciudad de Pavía. «Todo debe comenzar de aquí y a aquí todo debe conducir: toda acción pastoral, todo tratado teológico», afirmó en la homilía que pronunció en la Basílica de San Pedro en el Cielo de Oro con motivo de la celebración de las vísperas con sacerdotes, religiosos y religiosas (muchos de ellos agustinos) y seminaristas de la diócesis del norte de Italia. Comenzó explicando que quiso «venir a venerar los restos mortales de san Agustín para expresar tanto el homenaje de toda la Iglesia a uno de sus “padres” más grandes, como mi personal devoción y reconocimiento por quien ha tenido tanta importancia en mi vida de teólogo y de pastor, pero diría aún antes de hombre y de sacerdote». Los escritos de San Agustín, obispo de Hipona, que vivió del 354 al 430, doctor de la iglesia, han marcado la vida de Joseph Ratzinger, quien en 1953 escribió su tesis doctoral sobre ese filósofo y teólogo. «Ante la tumba de san Agustín, quisiera volver a entregar espiritualmente a la Iglesia y al mundo mi primera encíclica, que contiene precisamente este mensaje central del Evangelio: “Deus caritas est”, Dios es amor». Este es «el mensaje que san Agustín sigue repitiendo a toda la Iglesia», aseguró: «el amor es el alma de la vida de la Iglesia y de su acción pastoral». «Sólo quien vive la experiencia personal del amor del Señor es capaz de ejercer la tarea de guiar y de acompañar a los demás por el camino del seguimiento de Cristo». «Os repito esta verdad como obispo de Roma, mientras, con una alegría siempre renovada, la acojo junto a vosotros como cristiano», confesó. «Servir a Cristo es ante todo una cuestión de amor», subrayó. «La Iglesia no es una mera organización de encuentros colectivos ni, por el contrario, la suma de individuos que viven una religiosidad privada». «La Iglesia es una comunidad de personas que creen en el Dios de Jesucristo y se comprometen a vivir en el mundo el mandamiento de la caridad que Él les dejó». «Es, por tanto, una comunidad en la que se educa en el amor, y esta educación no tiene lugar a pesar sino a través de los acontecimientos de la vida». El Papa concluyó lanzando un llamamiento a vivir la vida cristiana, que «tiene en la caridad el vínculo de perfección y que debe traducirse en un estilo de vida moral inspirado en el Evangelio, inevitablemente contra la corriente de los criterios del mundo, pero que siempre hay que testimoniar con un estilo humilde, respetuoso y cordial». Tras su peregrinación a los restos de san Agustín, y tras despedirse de la comunidad de los religiosos agustinos, el Papa tomó un helicóptero que le llevó al aeropuerto de Milán-Linate, desde donde regresó a Roma. La tercera visita pastoral de Benedicto XVI a Italia tuvo como metas las ciudades de Vigevano (donde celebró la misa en la tarde del sábado) y Pavía (donde mantuvo un intenso programa de encuentros públicos este domingo).

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