27 de abril de 2007

CUESTION DE AMOR




CUARTO DOMINGO DE PASCUA- C

Mis ovejas escuchan mi voz,

yo las conozco y ellas me siguen.

Yo les doy Vida eterna:

ellas no perecerán jamás

y nadie las arrebatará de mis manos.

Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos

y nadie puede arrebatar nada

de las manos de mi Padre.

El Padre y yo somos una sola cosa.

Jn 10,27-30

Este domingo el Evangelio es bastante breve. Sólo tres versículos que están tomados del capítulo décimo de San Juan que nos quieren hacer reflexionar sobre el papel de Cristo en nuestra vida y, a la vez cómo nos relacionamos con Él en el cotidiano. Vale la pena pensar, a estas alturas del Tiempo Pascual que aún estamos viviendo, sobre estas dos realidades. Vamos por partes.

Como primer acercamiento, tenemos que decir que el Señor utiliza imágenes tomadas del cotidiano que en aquella época para dar a conocer su mensaje: mujeres que hacen pan, campesinos que cultivan la tierra, padres con hijos que toman la herencia y se marchan, banquetes que se organizan y un sinnúmero de otras realidades que tal vez para nosotros no nos suenen al cien por ciento muy cercanas, y por eso es tarea de quien predica hacerlas entendibles a los que tienen la cortesía y la paciencia de escuchar en la Liturgia –si no es así, diremos que no se ha cumplido el objetivo de la homilía- o de leer, en el caso de estas líneas que se publican con el único fin que hemos mencionado más arriba. Hoy nos ponemos frente a una imagen muy querida para el Señor y para toda la Biblia: el Pastor con su rebaño. En una sociedad campesina como Israel, la imagen era profundamente presente y tenía el mérito de ser fácil de ser entendida: se veía un pastor con sus ovejas por el camino e inmediatamente podía recordarse la enseñanza que se había realizado sobre el pastor. ¿Qué significa esta imagen? Pongamos en paralelo los dos protagonistas de esta metáfora –la oveja y el pastor- y saquemos en limpio algo para nosotros.

La Oveja: La oveja es un animal que siempre vive en grupo y la vemos acompañada de su pastor la mayor parte del día, cuidándola. Un animal pacífico, que puede ser presa fácil de depredadores, especialmente del lobo. Este animal es imagen de nosotros, que somos guiados por el pastor... pero, ¿realmente somos así? Planteo esto porque hoy en día muchos pueden sentirse ofendidos al ser comparados con una oveja... ¿el hombre del siglo XXI, que con un click en su computadora es capaz de comunicarse con el otro lado del mundo, que puede modificar el clima del planeta –para bien o para mal- y es capaz de tantos adelantos tecnológicos aparece como... una oveja? ¿Ante Dios somos como ovejas? Bueno... se podría enojar alguno, pero la metáfora no pretende agotar todas las dimensiones que tiene el ser humano. Todas las comparaciones esconden algún grado de inexactitud. El ser oveja es algo que tiene que ver con la docilidad y la confianza que se espera de nosotros cuando, en el camino de la vida, caminamos junto al Buen Pastor. Confianza que nace al ver que, mientras vivo, estudio, trabajo y van naciendo sueños, ilusiones, planes a futuro y valores que guían mi vida, aparece en el fondo de mi ser una actitud ante Dios que me hace decir, como el Salmo, El Señor es mi pastor, nada me puede faltar (Sal 23,1). Nada me puede faltar porque, aunque me encuentre con problemas en la vida, una Luz y una Guía descubro en el camino que me dan confianza y me recuerdan que el dolor no será lo único que tendré que vivir en mi existencia. No será la oscuridad la última voz que escucharé en mi vida.

Muchas personas, sin embargo, no saben que hay un Pastor. O lo saben sólo con la mente, sin sentirlo en el corazón, y cuando leen estas cosas, o las escuchan en sus respectivas iglesias por boca de sus ministros, piensan que son bellas palabras que no tienen ninguna relación con la vida, o creen que su vida está tan desordenada que parece que no tuvieran ya remedio... en otras palabras, ¿Cómo se hace para volver a tener ese sentido de Dios en la vida cotidiana? La cosa pasa, según mi experiencia, por dar tiempo a Dios en el día. Se trata de dejar unos minutos, mientras se viaja al trabajo, al lugar de estudio, en la casa o en cualquier lugar, para orar. Aunque no se sienta al principio es necesario alguna vez comenzar. Como el enfermo en el hospital, que luego de una cirugía no tiene ganas de comer, y de regreso a su cama comienza con cosas livianas que debe comer aunque no tenga ganas, pero esa pequeña porción de comida le ayuda a volver a sentir el gusto y la necesidad de comer. Poco a poco pasará de una sopa de pollo a un flan, luego a un poco de arroz con pollo, hasta normalizar su dieta con cosas más sustanciosas y más sabrosas. Como dice el dicho: enfermo que come, no muere. Lo mismo con el cristiano: al que ora, no se le muere la fe. Sólo se necesita fuerza de voluntad, cada día, y veremos que no es tan difícil. Ni siquiera se trata de memorizar oraciones larguísimas como si fuera sólo esa la única manera de orar. Ante todo, la oración es la posibilidad de hablar con Alguien que sabemos que nos ama. Y con el amigo hablamos normalmente... como ahora, que podemos decir: Gracias, Señor, por este día. Que sintamos cada día tu presencia en nuestra vida, para poder vivir con más confianza y con más amor, amén. Hemos acabado de orar. Las oraciones que conocemos –especialmente el Padre Nuestro, que es una oración que el mismo Jesús compuso para que pudiéramos comunicarnos a nuestro Padre del Cielo- sin duda nos ayudan y nos regalan aún más el gusto de estar en comunicación con Dios, así como los lugares que frecuentamos y que nos ayudan a entrar en comunión con ese Alguien que nos trasciende: un santuario, un lugar de nuestra casa, las montañas, un parque... De eso se trata. Pueden creerme que no es tan difícil. Todos podemos orar, y la práctica hace al maestro.

He hablado de la oración cuando debería estar tratando el tema de la oveja... ¿por qué? Simplemente porque la oración nos dará la posibilidad de levantar la cabeza y no ver sólo el camino, sus piedras, la hierba, los peligros y la oscuridad que a veces se ve más adelante y que nos llena de temor, sino que, levantando la cabeza observaremos el Pastor que camina con nosotros, conoce de sobra el camino porque ya ha sido transitado por él -¿acaso no recordamos que murió y resucitó, y de nuevo está con nosotros?- y nos lleva a lugares donde encontraremos, antes o después de afrontar las sendas peligrosas, un poco de descanso (Sal 23, 2).

El Pastor: Sólo quien ha sido oveja entenderá de sobra lo que significa ser pastor. Porque quien ha pasado por las necesidades, ha experimentado la confianza en otros pastores, ha conocido tal vez la negligencia de algunos que se hacían llamar pastores sin serlo, y por sobre todo ha hecho la experiencia de caminar junto al pastor, podrá ser sabio, prudente y humilde si alguna vez le corresponde ser pastor. Jesús es Pastor de nuestras vidas: nos conduce como el Evangelio lo dice hoy. Y lo seguirá siendo aun después de la muerte, cuando nos encontremos con Él, como lo manifiesta la segunda lectura. Si alguien pretende ser un buen pastor, que asuma la manera de ser de Jesús. Es un enorme esfuerzo de conversión para el que desempeña esa misión, por lo que es sano que quienes son acompañados por el pastor deben siempre orar por él. Dice San Agustín en su Regla: De ahí que, sobre todo obedeciendo mejor, no sólo se compadezcan de ustedes mismos, sino también de él; porque cuanto más elevado se halla entre ustedes, tanto mayor peligro corre de caer.

Un pastor debe caminar detrás de su rebaño –como los pastores de ovejas en Israel; David era pastor y, cuando el Señor lo llama a ser Rey del pueblo, le dice: Yo te saqué del campo de pastoreo, de detrás del rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel (2 Sam 7,8). No debe caminar adelante, porque corre el riesgo de no conocer a sus ovejas ni de saber cuándo el lobo podría atacar por la retaguardia. Un pastor mira desde atrás, para conocer los peligros y guiar mejor a sus ovejas. Ellas conocen su voz, mientras que él sabe muy bien quién es cada una, cómo camina y cuán rápido lo hace. Pero sobre todo, un pastor debe cumplir un requisito ineludible: debe amar a su rebaño. San Pío X (Papa entre 1903 y 1914), cuando era Cardenal Patriarca de Venecia, dijo en una ocasión: ¿Qué sería de mí, venecianos, si no los amara? Y en 1978, Juan Pablo I, mientras comenzaba su ministerio como Papa, recordando estas mismas palabras, añadía: Yo digo algo similar: puedo asegurarles que les amo, que deseo solo estar a su servicio y poner a disposición de todos mis pobres fuerzas, lo poco que tengo y lo poco que soy. En otras palabras, como decía San Agustín, servir a Cristo es cuestión de amor.

La preparación de una buena liturgia, el desayuno que puedo dar a los mendigos, el esfuerzo que hago cada día por ganarme el pan para la familia, la tarea que preparo cuando aprendo alguna disciplina, cuando corrijo a mi hijo, a un feligrés o algún colega de trabajo o de grupo, todo es cuestión de amor. En la Iglesia y en la familia todo debiera resumirse en esta palabra, porque de lo contrario, aunque hagamos cosas bellísimas y sobresalgamos ante los demás, si no tengo amor, no me sirve para nada (1 Cor 13, 3).

Ser pastor, no nos engañemos parcialmente, no sólo corresponde a los pastores de la Iglesia... ellos, claro, son los que más deben tener en cuenta estas cosas... pero cuando eres padre, madre, hermano mayor, profesor, abogado, gerente o cualquier otro lugar que te sitúa enfrente de otros, eres pastor. Recuerda dos cosas, y una pregunta final: Recuerda que eres oveja, que formas parte de un rebaño y que todos caminamos juntos tras el Maestro, con nuestras virtudes y nuestros defectos. En la escuela de Cristo todos somos condiscípulos mientras que Él es nuestro Pastor –y lo que hagamos como pastores en esta tierra es imagen del pastoreo de Cristo-. La segunda cosa: recuerda que lo importante es amar tu rebaño. Y por último, ¿Cuál es la raíz más profunda de tus actos, pensamientos e intenciones?

Este domingo recordemos en forma especial las vocaciones en la Iglesia. Oremos para que nunca falten voces y vidas consagradas a difundir el Evangelio en la comunidad de los discípulos de Jesús. Que sepan ser buenos pastores y que amen al rebaño, y en especial oremos para que el Señor conserve en la perseverancia a quienes ya han respondido al llamado y caminan tras las huellas del Mestro.

Dios omnipotente y misericordioso,

guíanos a la felicidad eterna de tu Reino,

a fin de que el pequeño rebaño de tu Hijo

pueda llegar seguro a donde ya está su Pastor, resucitado,

que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo

y es Dios por los siglos de los siglos.

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