27 de septiembre de 2012

Sermón sobre los (malos) pastores, de San Agustín (XIII): Todos los buenos pastores se identifican con el único pastor


Cristo apacienta a sus ovejas debidamente, discierne a las que son suyas de las que no lo son. Mis ovejas escu­chan mi voz –dice– y me siguen.
En estas palabras descubro que todos los buenos pasto­res se identifican con este único pastor. No es que falten buenos pastores, pero todos son como los miembros del único pastor. Si hubiera muchos pastores, habría divi­sión, y, porque aquí se recomienda la unidad, se habla de un único pastor. Si se silencian los diversos pastores y se habla de un único pastor, no es porque el Señor no encontrara a quien encomendar el cuidado de sus ovejas, pues cuando encontró a Pedro las puso bajo su cuidado. Pero incluso en el mismo Pedro el Señor recomendó la unidad. Eran muchos los apóstoles, pero sólo a Pedro se le dice: Apacienta mis ovejas. Dios no quiera que falten nunca buenos pastores, Dios no quiera que lleguemos a vernos faltos de ellos; ojalá no deje el Señor de suscitar­los y consagrarlos.
 Ciertamente que, si existen buenas ovejas, habrá tam­bién buenos pastores, pues de entre las buenas ovejas sa­len los buenos pastores. Pero hay que decir que todos los buenos pastores son, en realidad, como miembros del úni­co pastor y forman una sola cosa con él. Cuando ellos apacientan, es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no pretenden hacer oír su propia voz, sino que se complacen en que se oiga la voz del esposo. Por esto, cuando ellos apacientan, es el Señor quien apacienta; aquel Señor que puede decir por esta razón: «Yo mismo apacien­to», porque la voz y la caridad de los pastores son la voz y la caridad del mismo Señor. Ésta es la razón por la que quiso que también Pedro, a quien encomendó sus propias ovejas como a un semejante, fuera una sola cosa con él: así pudo entregarle el cuidado de su propio rebaño, siendo Cristo la cabeza y Pedro como el símbolo de la Iglesia que es su cuerpo; de esta manera, fueron dos en una sola car­ne, a semejanza de lo que son el esposo y la esposa.
 Así, pues, para poder encomendar a Pedro sus ovejas, sin que con ello pareciera que las ovejas quedaban encomendadas a otro pastor distinto de sí mismo, el Señor le pregunta: «Pedro, ¿me amas?» Él respondió: «Te amo». Y le dice por segunda vez: «¿Me amas?» Y respondió: «Te amo». Y le pregunta aun por tercera vez: «¿Me amas?» Y respondió: «Te amo». Quería fortalecer el amor para reforzar así la unidad. De este modo, el que es único apa­cienta a través de muchos, y los que son muchos apacien­tan formando parte del que es único.
 Y parece que no se habla de los pastores, pero sí se ha­bla. Los pastores pueden gloriarse, pero el que se gloría que se gloríe del Señor. Esto es hacer que Cristo sea el pastor, esto es apacentar para Cristo, esto es apacentar en Cristo, y no tratar de apacentarse a sí mismo al margen de Cristo. No fue por falta de pastores –como anunció el profeta que ocurriría en futuros tiempos de desgracia– que el Señor dijo: Yo mismo apacentaré a mis ovejas, como si dijera: «No tengo a quien encomendarlas». Por­que, cuando todavía Pedro y los demás apóstoles vivían en este mundo, aquel que es el único pastor, en el que todos los pastores son uno, dijo: Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor.
 Que todos se identifiquen con el único pastor y hagan oír la única voz del pastor, para que la oigan las ovejas y sigan al único pastor, y no a éste o a aquél, sino al único. Y que todos en él hagan oír la misma voz, y que no tenga cada uno su propia voz: Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo: ponéos de acuerdo y no an­déis divididos. Que las ovejas oigan esta voz, limpia de toda división y purificada de toda herejía, y que sigan a su pastor, que les dice: Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen.

SAN AGUSTÍN
Serm. 46, 29-30.

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