HOMILÍA
20º DOMINGO TIEMPO ORDINARIO- B
El que coma de este pan vivirá eternamente,
y el pan que yo daré
es mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo:
«¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?».
Jesús les respondió:
«Les aseguro
que si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre,
no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día.
«Les aseguro
que si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre,
no tendrán Vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna,
y yo lo resucitaré en el último día.
Porque mi carne es la verdadera comida
y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí
y yo en él.
Así como yo,
que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre,
de la misma manera, el que me come
vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo;
no como el que comieron sus padres y murieron.
El que coma de este pan vivirá eternamente».
y mi sangre, la verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre
permanece en mí
y yo en él.
Así como yo,
que he sido enviado por el Padre que tiene Vida,
vivo por el Padre,
de la misma manera, el que me come
vivirá por mí.
Este es el pan bajado del cielo;
no como el que comieron sus padres y murieron.
El que coma de este pan vivirá eternamente».
Jn 6,51-58
Cuando el hombre busca un punto de encuentro entre Dios y el mismo hombre, busca un monte que lanza su cima al cielo en su ansia de penetrar hasta la divinidad. Y ahí tenéis al Fuji, monte sagrado del Japón. O, también, busca un río que fecunda la vida de la tierra y pasa limpiando la suciedad del mundo. Y ahí tenéis el Ganges o el Nilo.
Pero cuando es Dios el que ofrece un punto de encuentro al hombre, lo que ofrece es una mesa familiar con un trozo de pan y un vaso de vino. Y es que el verbo de Dios hecho hombre no sólo participa de nuestro pan y nuestro vino, sino que nos invita a un pan y a un vino, repletos de la misma vida de Dios.
Y cuando el Señor toma como símbolos realmente portadores de la vida divina nuestro pan y nuestro vino, alimentos comunes de nuestra vida humana, nos está hablando dela necesidad que tenemos de recibir el pan vivo bajado del cielo en la Eucaristía para mantener la vida, como es indispensable el alimento para mantener la vida corporal, que todos sabemos que por falta de él mueren al año millones de personas.
El Señor no está diciendo que no nos dejemos morir espiritualmente por inanición, dejando de recibir el pan y el vino que Él nos ofrece. ¿Cuándo viniendo a misa no comulgamos no estamos dando a entender que no sabemos que ese pan es absolutamente necesario para vivir en Dios?
Al comer el pan vivo no comemos un pan que asimilamos y vivificamos nosotros, es una vida que metemos en nosotros que tiende a transformar la nuestra y perpetuarla.
-- Un pan que mete en nosotros el torrente infinito de la misma vida de Dios, que fecunda lo bueno que hay en nosotros y que purifica lo malo que tenemos.
-- Un pan de vida que nos obliga a vivir, que no nos permite permanecer en la inercia, que nos saca del coma profundo en que tantas veces estamos.
-- Un pan tan excesivamente lleno de vida que puede producir una infección que acabe con la flora abundante que mantiene en nosotros el egoísmo.
-- Un pan de vida que va a descentrarnos, sacándonos del girar alrededor nuestro, para lanzarnos a girar alrededor de Dios y de nuestros hermanos los hombres.
-- Un pan que nos hace sintonizar con el mundo de Jesús, un mundo limpio, lleno de amor sacrificado, un mundo de hermanos, en el que cada uno sea constructores activos de fraternidad.
Por eso –por todo ello—las exigencias de la Eucaristía nos dan miedo.
José María Maruri, S.J.
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