17 de agosto de 2012

17 de agosto: Santa Clara de Montefalco, agustina. Con la Cruz en el Corazón



Nació en Montefalco (Perugia) hacia 1268, en donde pasó toda su vida. Era la segunda hija de Damián y de Giacoma

Santa Clara fue una gran mística que iluminó con su esplendor espiritual los inicios de la historia agustiniana: su vida constituye una experiencia espiritual particular y fascinante.

Ya a los seis años de edad se sintió llamada a una vida de entrega a Dios. Presa del amor divino, mostró una fuerte inclinación a la oración, hasta pasar largo tiempo inmersa en ella, retirada en el lugar más recoleto de la casa paterna. Igualmente ya tenía una profunda devoción a la Pasión de Nuestro Señor y ya sólo la visión de un Crucifijo era para ella como una llamada a la continua mortificación, a la cual se abandonaba voluntariamente infligiendo a su cuerpo inocente la más dura flagelación con dolorosos cilicios, tanto que parecía increíble que una niña de seis años pudiera tener no ya sólo el pensamiento, sino sobre todo la fuerza de soportar el tormento.

Mostrando una madurez humana y espiritual fuera de lo común, y queriendo seguir le ejemplo de su hermana, se consagra por entero a Dios, entrando en el “reclusorio”, construido por el padre para Juana, la hermana mayor, que llevaba una vida contemplativa con algunas compañeras, donde fue acogida en el 1275. La santidad de la pequeña y la virtud de Juana atrajeron al reclusorio nuevas aspirantes, que propició la construcción de uno más grande, a partir de 1282, y que se retrasó ocho años por diversas dificultades. 

En 1290, el pequeño grupo de jóvenes, incluida Clara, que tomó el nombre de “Clara de la Cruz”, fue constituido jurídicamente en monasterio, tomando la regla de san Agustín y autorizándosele a la vez a aceptar novicias, según un decreto dado por el Obispo Gerardo Artesino, con fecha de 10 de junio. El nuevo monasterio se llamó de “La Cruz”, a propuesta de la propia Juana, que fue elegida de inmediato Abadesa.

El año siguiente, fallecida su hermana el 22 de noviembre de 1291, Clara fue llamada a sucederla en el cargo, contra su voluntad y a pesar de su juventud, siendo elegida Abadesa, continuando en este servicio hasta su muerte, acaecida el 17 de agosto de 1308.

Espiritualmente madura por don de Dios desde su infancia, Clara siguió con decisión el camino que siempre había soñado recorrer. Después de un largo período de purificación interior llegó a la unión mística con Cristo crucificado. La vida retirada no le impidió desempeñar un intenso y provechoso apostolado en ayuda de cuantos se dirigían al monasterio ante cualquier necesidad. Se interesó por el estado de la Iglesia, poniéndose en contacto con obispos y cardenales. Aconsejó y ayudó espiritualmente a sacerdotes y religiosos. Desenmascaró e hizo condenar, ella, que era casi analfabeta, las insidiosas opiniones de los secuaces del “libre espíritu”.

En su vida personal, y como Abadesa, vivió ejemplarmente la vida de comunidad exigida por la Regla de San Agustín. Inculcaba mucho en las hermanas la necesidad de la abnegación y del esfuerzo personal para construir el edifico de la vida espiritual. Durante su gobierno, que ejerció siempre con clara firmeza, supo mantener siempre vivo en la comunidad, con la palabra y el ejemplo, un gran deseo de perfección.

Dios la dotó de singulares gracias místicas, como visiones y éxtasis, y dones sobrenaturales que se manifestaron dentro y fuera del monasterio. Dotada de ciencia infusa, pudo ofrecer sabias soluciones a las más arduas cuestiones propuestas por los teólogos, filósofos y literatos; y defendió valientemente la doctrina de la fe. Con su pronta actuación, a finales de 1306 e inicios de 1307, desenmascaró e hizo condenar, ella, que era casi analfabeta, las insidiosas opiniones de los secuaces de la secta herética del “libre espíritu”.

Se distinguió sobre todo por su amor a la Pasión del Señor, reservando un puesto muy principal a la devoción de la santa Cruz.

Después de haberla purificado con terribles pruebas interiores, el Señor la unió a Él, imprimiéndole milagrosamente los signos de la pasión. En los últimos tiempos de su vida solía repetir que Cristo se los había grabado en el corazón.

“Sorella Chiara”, aunque inimitable en su experiencia mística personal, resulta fascinante. Representa la inocencia recogida por Dios antes de que el fango de la tierra la llegase a deteriorar o corromper. En su cándida figura, encontramos el amor puro y apasionado por el Señor, el abandono dócil que permite a Dios plasmar a su gusto las criaturas y realizar con ellas cosas extraordinarias.

Tanta fue su fama y la que sus virtudes suscitaban en vida, que nada más morir, en su monasterio de Montefalco, el 17 de agosto de 1308, fue venerada como santa.

Según una tradición legendaria, fundada en su significativa piedad y en su ingenua noción de anatomía, referidas a que en su corazón, de excepcionales dimensiones, se creía que se encontrarían los símbolos de la Pasión: el crucifijo, el látigo, la columna, la corona de espinas, los tres clavos y la lanza, la caña y la esponja... También, se pudieron reconocer tres globos de iguales dimensiones, colocados en forma de triángulo, como un símbolo de la Stma. Trinidad.

Por ello, inmediatamente después de su muerte, cuando contaba cuarenta años, sus hijas decidieron comprobar la veracidad de sus palabras. Extraído el corazón, advirtieron con estupor la exactitud de las afirmaciones de Clara. Berengario, vicario general de la diócesis de Spoleto, incrédulo y amenazante. Corrió en seguida a Montefalco para verificar en persona las “invenciones fantásticas” que corría entre el pueblo sobre la particular y las “manipulaciones” llevadas a término por las monjas. Pero frente a la evidencia se convirtió en ferviente admirador de la sierva de Dios, siendo su primer biógrafo y uno de los más encendidos promotores del proceso de canonización, instruido entre 1318 y 1319, con la declaración de 486 testigos.

Si bien Clara no fue proclamada santa hasta el pontificado de León XIII, en 1881, el 18 de diciembre.

Su cuerpo se conserva en la iglesia de las Agustinas de Montefalco.

ORACIÓN:

“Oh Dios, que renovaste continuamente la vida de santa Clara de Montefalco con la meditación de la Pasión de tu Hijo: concédenos que, siguiendo su ejemplo, constantemente podamos renovar tu imagen en nosotros. Por N.S.J.”. Amén.

PROCESOS hasta su CANONIZACIÓN

Transcurridos, a penas diez meses de la muerte de Clara, el Obispo de Spoleto, Pedro Pablo Trinci, ordenó el 18 de junio de 1309 iniciar el proceso informativo sobre su vida y sus virtudes; se sucedían nuevos milagros y aumentaba la devoción por la piadosa hermana de Montefalco, tanto que llegó a la propia Santa Sede, pidiendo la canonización de Clara. El procurador de la causa fue el propio Berengario, que tuvo que acudir en 1316 a Avignon a ver a Juan XXII, que dispuso que el cardenal Napoleón Orsini, legado en Perugia, se informara y le informara. El nuevo proceso, iniciado el 6 de setiembre de 1318, instruido entre 1318 y 1319, con la declaración de 486 testigos, encontró nuevas dificultades. Fue sólo en 1624, cuando Urbano VIII, concedió primeramente a la Orden el 14 de agosto, y para la diócesis de Spoleto el 28 de septiembre, el rezar el Oficio y la Misa con oración propia en honor de Clara; Clemente X hace insertarlo el 19 de abril de 1673 en el Martirologio Romano. En 1736, Clemente XII ordenó retomar la causa y al año siguiente la Sagrada congregación de Ritos aprobó el culto “ab inmemorabili”; en 1738, fue instruido un nuevo proceso apostólico sobre virtudes y milagros, ratificado por la Sagrada Congregación el 17 de septiembre de 1743. Así ya se podía proceder a la aprobación de las virtudes heroicas. Pero sólo un siglo después, después de un último proceso apostólico, iniciado el 22 de octubre de 1850, concluido el 21 de noviembre de 1851 y aprobado por la Sagrada Congregación el 25 de septiembre de 1852; pero hasta el 18 de diciembre de 1881, tuvo que esperar para ser canonizada.

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