Escribo estas líneas a la luz de la fragilidad de la vida. Un accidente en que estuvieron involucrados un ex alumno de nuestro Colegio San Agustín de Santiago y un joven que pasó a Cuarto Medio, con el fallecimiento del primero y serias secuelas para el segundo, nos ha poblado la vida de inquietud, junto al dolor que supone el perder a quien fue nuestro compañero, a quien jugó tantas veces en el patio del Colegio, a quien sólo ayer despedíamos en la Licenciatura junto a quienes, hasta ese momento, eran los cómplices de cada día, por tanto tiempo. La muerte supuso una nueva despedida, esta vez más radical, porque aquel amigo ya no estará a un golpe de teléfono de distancia o sin ninguna posibilidad de que alguna red social nos regale la magia de tocar su hombro desde el lugar más lejano del mundo. Se ha ido. Como tantos.
¿Qué pasó aquella noche? Un momento desafortunado, en que esos hijos no debieron estar allí, porque ya regresaban a casa, porque era una fiesta más, como otras, y en una fracción de segundo, todo cambió.
No es el momento de acusar con el dedo a posibles culpables, o las omisiones que pudieron tener lugar aquella noche... hay una desigualdad abismal entre las precauciones posibles para haber evitado el suceso, y la pérdida de dos vidas y las secuelas para quienes quedaron vivos.
Todas estas consideraciones no son para hurgar en una herida, en varias heridas, o en muchas heridas. Nada cambia el pasado. Pero creo que vale la pensa sacar lecciones para nuestro presente y el futuro.
¿Cómo honrar las lágrimas que con nobleza dan testimonio del amor que nos duele? Primeramente, el dolor de la separación nos ofrece el duro recuerdo de la fragilidad de la vida. Nada puede comprarnos un día, una hora o un minuto en ella... Ni el bienestar más grande, nada ni nadie podrán quitarnos esta característica... para quienes somos creyentes, esta realidad está iluminada por la fe. La desesperación de la separación ya no es desesperación, ni es definitiva, a la luz de la Pascua de Cristo. Tener la certeza de un Dios que nos ama y que derrotó la muerte nos ofrece el umbral de la vida eterna en que nada, ni nadie quedará separado de la vida sin fin que sólo Dios puede ofrecer.
Con nuestro cariño por los seres queridos que han partido a la eternidad, quisiéramos golpear las puertas de nuestra humanidad y desvelar el verdadero sentido de lo que significa decir "te quiero" o "te amo" a alguien: con esas frases, tal vez las más bellas que podremos decir con nuestros labios, quisiéramos decir: "tú no morirás nunca". Porque quisiéramos que nuestros seres queridos estuvieran siempre a nuestro lado, por días sin fin.
Sólo Dios, cuando pronuncia estas mismas palabras, es capaz de transformar esta realidad en algo concreto: No moriré nunca, porque Dios me ha mirado a los ojos y me ha dicho "te amo". La muerte corporal, por dolorosa que sea, ahora es sólo un paso... a la vida eterna, que jamás será interrumpida por otra muerte.
Por último, creo que el amor que nutrimos por nuestros seres queridos puede enriquecerse con una característica que podemos aprender de alguien que sabe amar de manera única, especial, como es la madre. La madre cuida. Cuida con ternura, con persistencia, con alegría, con confianza, con reciedumbre, con atención. Todo esto nace del amor. Amar es cuidar. El mismo Señor Jesús, al término de su misión, orando al Padre decía de sus discípulos: "Yo los cuidaba en tu Nombre" (Jn 17,12). Aprovechemos cada día para amar, para cuidar, para manifestar al que está a mi lado que mi vida es más bella por estar precisamente a su lado. Y decir de vez en cuando "te quiero" o "te amo", a quienes son los destinatarios de nuestro cariño... a veces el tiempo pasa, y ni nos damos cuenta de las oportunidades que tenemos para amar. Y de las que hemos perdido.
Que el Señor reciba en Su Reino a las víctimas de aquel accidente horrendo. Pienso en particular en Andrée Marchant, ex alumno de nuestro Colegio. Y que Sebastián Álvarez, nuestro alumno de 4º Medio, así como quienes quedaron heridos en el accidente, pueda tener a toda su familia y a sus amigos a su lado, para escuchar lo mucho que lo aman y que están con él en estos momentos difíciles. Así sea.
Maravillosas palabras... la muerte no es definitiva, es la certeza que nos une y nos hermana... mucha fuerza a las familias de estos jóvenes, en los momentos durísimos que hoy viven!
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