En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
-Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
-Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.
Mc 9,1-9
«Este es mi Hijo. No nos separe la divinidad, ni nos divida el poder, ni nos diferencie la eternidad. Este es mi Hijo, no adoptivo, sino propio; no creado por otro, sino engendrado por Mí mismo; ni pertenece a otra naturaleza semejante a la mía, sino que, nacido de mi sustancia, es igual a Mí mismo. Este es mi Hijo, por quien fueron hechas todas las cosas y sin Él nada se hizo (Jn 1,3)...
«Escuchad sin vacilación alguna a Aquél en quien yo me complazco, pues es la Verdad y la Vida (Jn 14,16), mi Poder y mi Sabiduría (1 Cor 1,24). Escuchad al que ha anunciado los misterios de la ley y ha cantado la voz de los profetas. Escuchadle, que ha redimido al mundo con su sangre, ha atado al diablo y le ha arrebatado sus armas (Mt 12,29), que ha roto la cédula de condena (Col 2,14) y el pacto de la prevaricación. Escuchadle, que abre el camino del cielo y, por el suplicio de la cruz, os prepara la escala para subir al Reino»
San León Magno, Sermón 51
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