9 de abril de 2011

CUARESMA CON SAN AGUSTÍN: Sábado IV Semana: Los verdaderos fuertes



Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: "Este es verdaderamente el Profeta". Otros decían: "Este es el Mesías". Pero otros preguntaban: "¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?". Y por causa de él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él. Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: "¿Por qué no lo trajeron?". Ellos respondieron: "Nadie habló jamás como este hombre". Los fariseos respondieron: "¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita". Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo: "¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?". Le respondieron: "¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta". Y cada uno regresó a su casa. 

Jn 7,40-53

Hay otra clase de fuertes que no presumen de riquezas, ni de fuerza física ni de la excelencia de su dignidad temporal, sino de su santidad -los herejes donatistas-. Este tipo de "fuertes" requiere cautela, temor y alejamiento, jamás imitación; son los fuertes, repito, que presumen no de su físico, ni de sus riquezas, ni clase social o dignidad -cosas que todos ven que son temporales, huidizas, caducas y volátiles-, sino de su ser justos. Ese tipo de fortaleza fue la que impidió a los judíos a entrar por el ojo de una aguja (Mt 19,24). En efecto, al presumir de ser justos y tenerse por sanos, rechazaron la medicina y dieron muerte al mismo médico. A estos fuertes -y por tanto, no débiles- no vino a llamar quien dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores. Tales eran los fuertes que insultaban a los discípulos de Cristo porque su maestro entraba en la casa de los débiles y comía con ellos. ¿Por qué, les preguntaban, vuestro maestro come con publicanos y pecadores? (Mt 9,11-13). 
¡Oh fuertes, que no tienen necesidad del médico! Tal fortaleza no la origina la salud, sino la locura. De hecho, nadie hay más fuerte que un loco; éstos tienen mayores fuerzas que los sanos, pero cuanto mayores son éstas, tanto más cercas se hallan de la muerte. Que Dios nos libre de imitar a estos fuertes. Y hasta hemos de temer que alguno quiera imitarlos. El doctor de la humildad -Cristo- que participa de nuestra flaqueza y nos hace partícipes de su divinidad, que descendió para enseñarnos el camino y ser para nosotros ese camino (Jn 14,16), se dignó encarecernos de modo especial su humildad. Por eso, no desdeñó ser bautizado por el siervo (Mt 3,13), para enseñarnos a confesar nuestros pecados, a hacernos débiles para llegar a ser fuertes y hacer propias las palabras del Apóstol que dice: Cuando soy débil, entonces soy fuerte (2Cor 12,10). Así pues, él no quiso ser fuerte.
Estos otros, en cambio, que quisieron ser fuertes, fueron a dar contra la piedra de tropiezo (Rm 9,32). El Cordero les pareció ser un macho cabrío y, al darle muerte como si fuera eso, no merecieron ser redimidos por el Cordero. Éstos son los fuertes que se abalanzaron contra Cristo proclamando su propia justicia (...)
Ven adónde van a parar los hombres que presumen de las riquezas, de las fuerzas físicas, de la clase social y de las dignidades mundanas, si cae a tierra quien presume de su justicia como si fuera suya propia. 

Comentario al Salmo 51, 1.7

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