2º DOMINGO DE CUARESMA
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
--Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
--Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
--Levantaos, no temáis.
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó:
--No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.
Quién de nosotros está satisfecho de lo que es? ¿Acaso no estamos descontentos de nosotros mismos y de la sociedad concreta en que vivimos? El hombre es un ser inquieto con deseos de superación. Pero no tendríamos esta inquietud si no descubriéramos más allá de nosotros mismos algo importante que nos llama, que nos atrae, que estamos llamados a realizar. La capacidad de búsqueda nace en el hombre de la intuición de que hay algo más allá que podemos alcanzar.
Este deseo de superación, de ir evolucionando y transformándose de un modo positivo, es la vocación que Dios ha puesto en nuestro corazón, la posibilidad de nuestra vida: "Dios nos llama a una vida santa desde antes de la creación" (2 Tm 1. 9). Es una vocación hacia la transformación. Todo hombre es una semilla de posibilidades. El proceso del niño que se va transformando hasta llegar a una edad adulta, debe cumplirse en todos los aspectos de nuestra personalidad individual y social. También la sociedad está llamada por Dios a ir transformando sus estructuras.
Pero, ¿queremos realmente una transformación social y personal? Muchas veces no hacemos sino jugar con las palabras.
Silenciamos las llamadas interiores, nos contentamos pasivamente con lo que tenemos, creemos que ya hemos recorrido bastante camino y que tenemos derecho a descansar. Preferimos que sigan andando otros. Estas actitudes nos conducen a la ruina, nos impiden la transformación. Preguntémonos: ¿Soy fiel a la vocación de Dios? ¿Soy fiel a mí mismo, a mi propio destino? ¿creemos en una sociedad nueva, en un nuevo tipo de hombre? El mensaje de la celebración de hoy nos enfrenta de lleno con nuestro conformismo: esa actitud espiritual que nos impide transformarnos y trabajar por la transformación de la sociedad. El latido de la Cuaresma pretende sonar como el timbre de un despertador. Replanteemos la vida, para poder emprender el camino de la renovación pascual.
a)La transformación sólo es posible si vivimos con esperanza.
San Mateo presenta la transfiguración de Cristo en medio de la perspectiva de la Pasión y formando parte de su misma dinámica (16. 21-22). Después del anuncio de la Pasión, Jesús comunica su esperanza futura a los discípulos. Pero la transfiguración es también el signo que nos expresa la actitud anímica de Cristo: emprende el camino de la Pasión fiado en una confianza que le hace ya poseer, en primicia, aquello que espera.
Sin la esperanza por alcanzar un logro personal y social es imposible comprometerse en la realización de una transformación real. Lo que se espera es el único impulso que mueve a las generaciones humanas a la superación. La esperanza es una fuerza, un poder dinámico, que nos sostiene en la agonía de la pasión humana, trocando la cruz en gloria, haciéndonos escuchar en medio de la maldición la bendición, ayudando al esclavo a que se reconozca, por medio de una transformación real, como "el hijo amado".
Al final del camino esperamos alcanzar aquello que nos llama a recorrerlo. Así el futuro se va cumpliendo en el presente, la resurrección se adelanta en la transfiguración, en el camino de la cruz se va perfilando el hombre nuevo "con un rostro resplandeciente como el sol... y sus vestidos... como la luz".
El hombre que acepta el camino de la transfiguración se va iluminando poco a poco (1 P 2. 9), se hace "a su imagen y semejanza" (Gn 1. 26), cambia el hombre viejo, corrompido por el pecado, para dejar paso al hombre nuevo, revestido de Jesucristo (Ef 4. 22-24; Col 3. 5-15).
El hombre alcanza la meta ofrecida por Dios conforme se va esforzando por acomodar su vida con la voluntad divina. De esta manera, conforme el hombre se esfuerza por transformarse, se va madurando; el futuro se hace presente en la medida en que nos esforzamos por alcanzarlo; cada compromiso responsablemente admitido nos acerca a la meta.
La lectura de la carta de Timoteo nos describe la meta humana como "una vida santa" (2 Tm 2. 9), es decir, la adecuación de nuestra vida y nuestra sociedad con el plan de Dios, el cumplimiento de la vocación irrenunciable que Él ha señalado a todo hombre, la obediencia a esa Palabra que Él sigue pronunciando sobre nosotros desde la creación: Palabra reveladora de nuestro verdadero ser y fuerza para la realización de los hombres (Rm 1. 16).
b)Pero no hay transformación sin esfuerzo personal y colectivo.
La transfiguración no nos viene dada como regalo caído del cielo. Si la semilla está muerta nunca podrá germinar, aunque abonemos bien la tierra. El que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nuestra colaboración.
El esfuerzo que el hombre tiene que realizar, llamado tradicionalmente conversión, está expresado este domingo por dos símbolos:
-El camino de Abrahán. La vocación que el hombre siente es como un mandato imperioso que es necesario obedecer: "Sal de tu tierra y vete hacia la tierra que te mostraré" (Gn 12,1). Es necesario dejar un mundo, un estilo de vida, abandonar al padre, la familia y las posesiones, para ir hacia una realidad nueva. Esto exige un camino largo, que dura toda la vida. El hombre es un caminante. Éxodo de la vida que no puede ser realizado sino por la fe; Abrahán va hacia una tierra que él no ve y que se la mostrará Dios. Solamente porque tiene confianza en la fidelidad de Dios, es capaz de recorrer este camino. La garantía de su esperanza es la promesa de Dios.
-El otro símbolo es el camino de la Pasión de Cristo. Él también tuvo que recorrer todo el sendero de la muerte, confiando en la tierra nueva que Dios le iba a mostrar. La transfiguración nos manifiesta hasta qué punto, en medio de la Pasión, seguía brillando en el corazón de Cristo la fe y la esperanza en la Promesa de Dios. De esta manera Cristo es norma de toda transformación humana, pues lo que él realizó debe ser hecho por todos los hombres: "Destruyó la muerte y sacó a luz la vida inmortal" (2 Tm 1. 10). La Eucaristía conmemora este misterio de la transformación de Aquél que siendo obediente hasta la muerte de Cruz fue exaltado por Dios como Primogénito de la nueva Creación (Col 1. 18).
En la exigencia de conversión que este domingo nos depara, tengamos en cuenta que no se nos pide una mera transformación personal. Esta es necesaria: estamos llamados a ser hombres nuevos. Pero es necesario también, y a la vez, decidirse a transformar las realidades concretas de la sociedad en que vivimos. Una mera conversión personal es tan ineficaz como un cambio de estructuras, sin la revolución de los individuos. Hemos de hacer el esfuerzo de admitir la transformación tanto colectiva como individual. La transformación ha de hacer "de ti, también, un gran pueblo" (Gn 12. 2).
Mt 17,1-9
Quién de nosotros está satisfecho de lo que es? ¿Acaso no estamos descontentos de nosotros mismos y de la sociedad concreta en que vivimos? El hombre es un ser inquieto con deseos de superación. Pero no tendríamos esta inquietud si no descubriéramos más allá de nosotros mismos algo importante que nos llama, que nos atrae, que estamos llamados a realizar. La capacidad de búsqueda nace en el hombre de la intuición de que hay algo más allá que podemos alcanzar.
Este deseo de superación, de ir evolucionando y transformándose de un modo positivo, es la vocación que Dios ha puesto en nuestro corazón, la posibilidad de nuestra vida: "Dios nos llama a una vida santa desde antes de la creación" (2 Tm 1. 9). Es una vocación hacia la transformación. Todo hombre es una semilla de posibilidades. El proceso del niño que se va transformando hasta llegar a una edad adulta, debe cumplirse en todos los aspectos de nuestra personalidad individual y social. También la sociedad está llamada por Dios a ir transformando sus estructuras.
Pero, ¿queremos realmente una transformación social y personal? Muchas veces no hacemos sino jugar con las palabras.
Silenciamos las llamadas interiores, nos contentamos pasivamente con lo que tenemos, creemos que ya hemos recorrido bastante camino y que tenemos derecho a descansar. Preferimos que sigan andando otros. Estas actitudes nos conducen a la ruina, nos impiden la transformación. Preguntémonos: ¿Soy fiel a la vocación de Dios? ¿Soy fiel a mí mismo, a mi propio destino? ¿creemos en una sociedad nueva, en un nuevo tipo de hombre? El mensaje de la celebración de hoy nos enfrenta de lleno con nuestro conformismo: esa actitud espiritual que nos impide transformarnos y trabajar por la transformación de la sociedad. El latido de la Cuaresma pretende sonar como el timbre de un despertador. Replanteemos la vida, para poder emprender el camino de la renovación pascual.
a)La transformación sólo es posible si vivimos con esperanza.
San Mateo presenta la transfiguración de Cristo en medio de la perspectiva de la Pasión y formando parte de su misma dinámica (16. 21-22). Después del anuncio de la Pasión, Jesús comunica su esperanza futura a los discípulos. Pero la transfiguración es también el signo que nos expresa la actitud anímica de Cristo: emprende el camino de la Pasión fiado en una confianza que le hace ya poseer, en primicia, aquello que espera.
Sin la esperanza por alcanzar un logro personal y social es imposible comprometerse en la realización de una transformación real. Lo que se espera es el único impulso que mueve a las generaciones humanas a la superación. La esperanza es una fuerza, un poder dinámico, que nos sostiene en la agonía de la pasión humana, trocando la cruz en gloria, haciéndonos escuchar en medio de la maldición la bendición, ayudando al esclavo a que se reconozca, por medio de una transformación real, como "el hijo amado".
Al final del camino esperamos alcanzar aquello que nos llama a recorrerlo. Así el futuro se va cumpliendo en el presente, la resurrección se adelanta en la transfiguración, en el camino de la cruz se va perfilando el hombre nuevo "con un rostro resplandeciente como el sol... y sus vestidos... como la luz".
El hombre que acepta el camino de la transfiguración se va iluminando poco a poco (1 P 2. 9), se hace "a su imagen y semejanza" (Gn 1. 26), cambia el hombre viejo, corrompido por el pecado, para dejar paso al hombre nuevo, revestido de Jesucristo (Ef 4. 22-24; Col 3. 5-15).
El hombre alcanza la meta ofrecida por Dios conforme se va esforzando por acomodar su vida con la voluntad divina. De esta manera, conforme el hombre se esfuerza por transformarse, se va madurando; el futuro se hace presente en la medida en que nos esforzamos por alcanzarlo; cada compromiso responsablemente admitido nos acerca a la meta.
La lectura de la carta de Timoteo nos describe la meta humana como "una vida santa" (2 Tm 2. 9), es decir, la adecuación de nuestra vida y nuestra sociedad con el plan de Dios, el cumplimiento de la vocación irrenunciable que Él ha señalado a todo hombre, la obediencia a esa Palabra que Él sigue pronunciando sobre nosotros desde la creación: Palabra reveladora de nuestro verdadero ser y fuerza para la realización de los hombres (Rm 1. 16).
b)Pero no hay transformación sin esfuerzo personal y colectivo.
La transfiguración no nos viene dada como regalo caído del cielo. Si la semilla está muerta nunca podrá germinar, aunque abonemos bien la tierra. El que nos creó sin nosotros, no nos salvará sin nuestra colaboración.
El esfuerzo que el hombre tiene que realizar, llamado tradicionalmente conversión, está expresado este domingo por dos símbolos:
-El camino de Abrahán. La vocación que el hombre siente es como un mandato imperioso que es necesario obedecer: "Sal de tu tierra y vete hacia la tierra que te mostraré" (Gn 12,1). Es necesario dejar un mundo, un estilo de vida, abandonar al padre, la familia y las posesiones, para ir hacia una realidad nueva. Esto exige un camino largo, que dura toda la vida. El hombre es un caminante. Éxodo de la vida que no puede ser realizado sino por la fe; Abrahán va hacia una tierra que él no ve y que se la mostrará Dios. Solamente porque tiene confianza en la fidelidad de Dios, es capaz de recorrer este camino. La garantía de su esperanza es la promesa de Dios.
-El otro símbolo es el camino de la Pasión de Cristo. Él también tuvo que recorrer todo el sendero de la muerte, confiando en la tierra nueva que Dios le iba a mostrar. La transfiguración nos manifiesta hasta qué punto, en medio de la Pasión, seguía brillando en el corazón de Cristo la fe y la esperanza en la Promesa de Dios. De esta manera Cristo es norma de toda transformación humana, pues lo que él realizó debe ser hecho por todos los hombres: "Destruyó la muerte y sacó a luz la vida inmortal" (2 Tm 1. 10). La Eucaristía conmemora este misterio de la transformación de Aquél que siendo obediente hasta la muerte de Cruz fue exaltado por Dios como Primogénito de la nueva Creación (Col 1. 18).
En la exigencia de conversión que este domingo nos depara, tengamos en cuenta que no se nos pide una mera transformación personal. Esta es necesaria: estamos llamados a ser hombres nuevos. Pero es necesario también, y a la vez, decidirse a transformar las realidades concretas de la sociedad en que vivimos. Una mera conversión personal es tan ineficaz como un cambio de estructuras, sin la revolución de los individuos. Hemos de hacer el esfuerzo de admitir la transformación tanto colectiva como individual. La transformación ha de hacer "de ti, también, un gran pueblo" (Gn 12. 2).
Equipo Mercaba
Señor, Padre Santo,
tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto,
alimenta nuestro espíritu con tu palabra,
así, con mirada limpia,
contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro.
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