23 de marzo de 2011

CUARESMA CON SAN AGUSTÍN: Miércoles II Semana: El que está llamado a la autoridad en la Iglesia, ¡ay si es soberbio!




Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo: "Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará". Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. "¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". "No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron. "Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre". Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su siervo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud". 

San Mateo 20,17-28.

Aquel a quien se le da un lugar encumbrado en la Iglesia, que esté atento, no sea que, hinchado por la soberbia, vaya a dar en el juicio en que cayó el diablo. Dirigiéndose el Señor a los apóstoles y confirmándolos en la santa humildad, tras haberles propuesto el ejemplo del niño, les dijo: el que quiera ser el primero que se haga su siervo. Vean cómo no he hecho afrenta ninguna a mi hermano, futuro obispo -Agustín tenía a su lado a su sucesor, Heraclio, como Obispo de Hipona, mientras pronunciaba estas palabras- al querer e invitarlo a que sea servidor de ustedes. Si le hice esta invitación a él, antes me la hice a mí mismo, pues no soy un cualquiera que habla sobre un obispo, sino que hablo siendo yo mismo obispo. Y lo que a él aconsejo, me infunde temor a mí también y hago presente a mi alma lo que dijo el santo Apóstol: Corro, pero no sin saber adónde; peleo, no como el que da golpes en el aire. Al contrario, castigo mi cuerpo y lo tengo sometido, no sea que, después de haber predicado a los demás, yo mismo quede descalificado (1Cor 9,26-27).

Por tanto, para decirlo en brevas palabras, somos servidores de ustedes: servidores, pero a la vez, siervos como ustedes; somos siervos de ustedes, pero todos tenemos un único Señor; somos siervos, pero en Jesús, como dice el Apóstol: Nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús (2 Cor 4,5). Somos siervos de ustedes por Él, que nos hace libres. Dice a los que creen en Él: Si el Hijo les libera, ustedes serán verdaderamente libres (Jn 8,36). ¿Voy a dudar, pues, en hacerme servidor por Él, que si Él no me libera permaneceré en esclavitud sin posibilidad de redención? Se nos ha puesto al frente de ustedes y somos sus servidores; presidimos, pero sólo si somos servidores útiles. Veamos, por tanto, en qué cosa es siervo el obispo que preside: en lo mismo en lo que lo fue el Señor. Cuando dijo a sus apóstoles: el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes, para que la soberbia humana no se sintiese molesta por este nombre servil, inmediatamente los consoló y poniéndose a sí mismo como ejemplo los exhortó a cumplir aquello a lo que los había exhortado: el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes

Sermón 340A, 2-3. 

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