16 de junio de 2010

Pregunta al Papa (V): ¿Qué hacer, que sea realmente eficaz, para las vocaciones?


Pregunta: Beatísimo Padre, soy el sacerdote Anthony Denton y vengo de Oceanía, de Australia. Esta noche estamos aquí muchísimos sacerdotes. Sabemos, sin embargo, que nuestros seminarios no están llenos y que, en el futuro, en varias zonas del mundo, nos espera un descenso, incluso brusco. ¿Qué hacer que sea realmente eficaz para las vocaciones? ¿Cómo proponer nuestra vida, en lo grande y hermoso que ésta tiene, a un joven de nuestro tiempo?

Papa: Gracias. Realmente, usted plantea otro problema grande y doloroso de nuestro tiempo: la falta de vocaciones, por causa de la cual hay Iglesias locales que corren peligro de agotarse porque les falta la Palabra de vida, les falta la presencia del sacramento de la Eucaristía y de los demás sacramentos. ¿Qué hacer? La tentación es grande: tomar nosotros mismos las riendas de la cuestión, transformando el sacerdocio –el sacramento de Cristo, el ser escogido por él– en una profesión normal, en un empleo que tiene sus horas, y por lo demás pertenecerse sólo a sí mismo, haciendo así de él como cualquier otra vocación: hacerlo accesible y fácil. Pero se trata de una vocación que no resuelve el problema. Me hace pensar en la historia de Saúl, el rey de Israel, que antes de la batalla contra los filisteos aguarda a Samuel para el necesario sacrificio a Dios. Y cuando Samuel, en el momento esperado, no acude, él mismo realiza el sacrificio, aun sin ser sacerdote (cf. 1 S 13); piensa que así resolverá el problema, lo que naturalmente no resuelve, pues si toma en sus manos lo que no puede hacer, se hace él mismo Dios, o casi, y no puede esperar que las cosas vayan realmente a la manera de Dios. Así, nosotros también, si nos limitáramos a ejercer una profesión como los demás, renunciando a la sacralidad, a la novedad, a la diversidad del sacramento que sólo Dios da, que sólo puede proceder de su vocación, y no de nuestro «hacer», no resolveríamos nada. Tanto más debemos –como nos invita el Señor a hacer– rezarle a Dios, llamar a su puerta, al corazón de Dios, para que nos dé vocaciones; rezar con gran insistencia, con gran determinación, incluso con gran convicción, pues Dios no rehúsa una oración insistente, permanente, confiada, aunque deje hacer, esperar, como a Saúl, más allá de los tiempos que nosotros hemos previsto. Éste creo que es el primer punto: animar a los fieles a tener esta humildad, esta confianza, este valor de rezar con insistencia por las vocaciones, de llamar al corazón de Dios para que nos dé sacerdotes. Además de esto diría tal vez tres puntos. El primero: cada uno de nosotros debería hacer lo posible por vivir su propio sacerdocio de manera que resulte convincente, de manera que los jóvenes puedan decir que ésa es una verdadera vocación, que así se puede vivir, que así se hace algo esencial para el mundo. Pienso que ninguno de nosotros se habría hecho sacerdote si no hubiera conocido a sacerdotes convincentes en los que ardía el fuego del amor de Cristo. Éste es, pues, el primer punto: tratemos de ser nosotros mismos sacerdotes convincentes. El segundo punto es que debemos invitar, como ya he dicho, a la iniciativa de la oración, a tener esta humildad, esta confianza de hablar con Dios con energía, con decisión. El tercer punto: tener el valor de hablar con los jóvenes si pueden pensar que Dios los llama, porque a menudo una palabra humana es necesaria para abrir a la escucha de la vocación divina; hablar con los jóvenes y sobre todo ayudarles a encontrar un contexto vital en el que puedan vivir. Tal y como está hoy el mundo, parece casi excluirse la maduración de una vocación sacerdotal; los jóvenes necesitan ambientes en los que se viva la fe, en los que se muestre la belleza de la fe, en los que se muestre que se trata de un modelo de vida, «el» modelo de vida, y por lo tanto ayudarles a encontrar movimientos, o la parroquia –la comunidad en la parroquia– u otros contextos en los que se vean realmente rodeados de fe, de amor de Dios, y puedan abrirse, por consiguiente, para que la vocación de Dios llegue y les ayude. Por otro lado, demos gracias al Señor por todos los seminaristas de nuestro tiempo, por los jóvenes sacerdotes, y oremos. ¡El Señor nos ayudará! ¡Gracias a todos vosotros!

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