SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos; y Él se pudo a hablar enseñándolos:
Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la Tierra.
Dichosos los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Mt 5,1-12a
Como en el evangelio se distingue entre gentío y discípulos, también nosotros solemos distinguir entre personas buenas y malas, entre santos y no-santos. Más aún, a veces distinguimos entre personas normales y corrientes, de las heroicas, sufridas, abnegadas y sacrificadas.
Las personas normales y corrientes somos la gran mayoría que vivimos nuestra condición sin pena ni gloria, llenos de problemas y de necesidades. Al lado, pero distantes, colocamos a aquellas otras que por su humildad casi despersonalizadora, su obediencia ciega, su capacidad de control, privación y sufrimiento, parecen más bien casos de estudio sicoanalítico que de encumbramiento como modelos de humanidad.
Esta ha sido, en parte, nuestra concepción de la santidad: una actitud pasiva, aceptadora de todo, sumisa y obediente frente a todos, ascética y disciplinada férreamente, promovedora de seriedad, frialdad, distancia. Más cercana al modelo de hombre que nos proponía Séneca que al modo de vivir abierto, alegre y comprometido de Jesús. Los santos no han sido así, pero sí que nos han sido presentados de esta manera, aunque sepamos de ellos lo tremendamente humanos y constructores de humanidad que fueron.
¡Qué lejos de esto están las lecturas de hoy! No se habla para nada de unas normas que marquen metas de esfuerzo y superación individual, de logros personales en tensión continua por dejarlos atrás en busca de otros nuevos. No es una preparación atlética por superar unas pruebas y los propios records para los que se necesitan unas cualidades especiales.
Las lecturas nos hablan de una muchedumbre inmensa, de unos discípulos cuya decisión radical es luchar contra las fuerzas destructoras del mundo, no sólo lucha en sentido negativo, es sobre todo lucha por crear unas condiciones nuevas de vida, una alternativa a lo que los hombres estamos haciendo hoy. ¿Cómo podrían ser los santos de hoy? Como cada uno quiera. No se trata de crear nuevos prototipos. Se trata de realizar, cada uno en su propio ambiente y según su personalidad, el sentido de las bienaventuranzas.
No se trata de ofrecer nuevos modelos que solucionen a los regímenes sociales su vacío de héroes y prototipos.
No se trata de imitación, de eso ya se ha encargado la sicología, de criticarlo cuando nos habla de que cada uno debe ser fiel a sí mismo para, desde su propia aceptación, desarrollar las propias formas personales.
No es doblegarse a lo que el líder de turno quiera exigirnos con consejos morales, frases piadosas, ejemplos edificantes, poesías místicas. El gran sentido de la fiesta de hoy es invitarnos a todos a ser santos.
¿Qué son los santos?
Porque ser santo es seguir siendo una persona normal y corriente que siente la insatisfacción que produce una visión del mundo donde los hombres aceptan como necesidad el tener mucho dinero.
Ser santo es sentir la preocupación del desempleo, del paro, y solidarizarse con quienes lo sufren para paliar su necesidad y trabajar para que los responsables tengan una mentalidad menos lucrativa y más social.
Ser santo es ofrecer nuestra amistad a quien se encuentra solo, ser capaz de temblar cuando descubrimos la incomunicación que nuestro mundo masificado nos transmite y contagia a través de sus aparatos.
Ser santo es no aceptar la violencia a la que nos lleva la competición, el odio que despierta en nosotros la separación de los hombres con barreras económicas, sociales, religiosas, raciales, nacionales. Ser santo es buscar la superación de todas las situaciones negativas que producen sufrimiento en los hombres.
Ser santo es saberse hijo de Dios, llamar con la vida, no con la lengua, a Dios como Padre, lo que significa querer estrechar con los hombres unos lazos mayores de hermandad para, todos juntos, poder invocarlo como Padre.
Ser santo es vivir con la limpieza de corazón suficiente como para caminar por la vida sin segundas intenciones, ofreciendo sinceridad y confianza.
Ser santo es tener confianza, esperanza, alegría, porque Jesús está con nosotros haciendo posible una convivencia nueva que invierta, como las bienaventuranzas del evangelio, todo nuestro sistema de valoración. Santo en la perspectiva de Jesús, es quien ha decidido construir ese nuevo mundo donde los hombres se aman, se quieren, son solidarios y se ayudan, donde no se rechazan unos a otros por su color, dinero, poder... Es quien sabe lo difícil, lenta y penosa que es esa construcción, y a pesar de todo mantiene su espíritu combativo. Entonces es cuando podemos hablar de santidad, cuando a pesar de todo alguien mantiene la esperanza de que su lucha realizada por y con Jesús, tendrá un buen final y la fraternidad entre los hombres irá haciéndose realidad hasta que todos seamos auténticamente hermanos. Ese es el hombre santo y feliz y dichoso y bienaventurado.
DABAR 1978, 58
Dios Todopoderoso y Eterno, que nos has otorgado celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los Santos, concédenos por esta multitud de intercesores, la deseada abundancia de tu misericordia y de tu perdón.
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