HOMILÍA
14° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
En aquel tiempo, fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
-¿De donde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? Y esos milagros de sus manos?¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanos no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de él.
Jesús les decía:
-No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.
Mc 6,1-6
ESPERAR A DIOS
Dios nos sorprende con frecuencia; respetando nuestra libertad, desde luego. Si no queremos dejarnos sorprender, si nos cerramos en banda en nuestras ideas y prejuicios, Dios no va a forzar las cosas; esto es algo de lo que podemos estar bien seguros.
Dios tiene "cierta tendencia" a no actuar de la forma en que nosotros esperamos. Y esto, dicho sea de paso, es una constatación no exclusiva del cristianismo, sino de cualquier experiencia religiosa seria. Dios no tiene esquemas previos, métodos preestablecidos, cauces reglamentarios que nosotros podamos llegar a descubrir y que nos sirvan para ponernos en la pista de por dónde va a salir la próxima vez. En todo caso sólo podemos tener una certeza: donde menos lo esperas, donde menos lo imaginas... allí puede surgir, hablarle al hombre, comunicarse con él. A Dios hay que esperarle, no intentar forzarle la mano para que se nos manifieste.
DAR CABIDA A LA SORPRESA
Un creyente adulto, maduro en la fe, conoce bien esto; sabe dejar en su vida un amplio espacio a la sorpresa y a la admiración, es consciente de su pequeñez ante Dios y de que la única postura que puede adoptar ante él es la de acoger y adorar amorosamente el misterio de amor que Dios le revela. Pero un creyente que todavía no ha logrado un desarrollo maduro de su fe, fácilmente estará convencido de que a Dios se le puede llegar a conocer, prever, pronosticar, adivinar sus caminos, etc.
Y, por tanto, es un creyente que todavía no ha dejado en su vida un lugar a la sorpresa; de forma que, cuando ésta surja y rompa los esquemas del creyente, fácilmente se producirá el rechazo: si no responde a lo sabido, a lo esperado, no puede venir de Dios. Lo peor del caso es que muchas veces el rechazo se traduce en la negación de Dios: -O se niega al Dios real, que se ha manifestado al hombre y le ha sorprendido: para quedarse con el ídolo prefabricado que uno lleva en su mente o en su corazón. -O se niega todo Dios, cualquier Dios, porque no ha respondido a lo que uno esperaba de él; y si no responde, lo más fácil es pensar que, sencillamente, no existe.
ASÍ FUE CON JESÚS
Lo mismo, exactamente lo mismo pasó con Jesús. No entraba en los esquemas, no era lo esperado. El pueblo judío aguardaba un mesías poderoso, de noble cuna, mano firme, ejército invencible... El carpintero de Nazaret, el hijo de María, no respondía a esas señas, a esas expectativas. Por tanto, "desconfiaban de él".
Muchos desconfiaron de él desde el principio hasta el fin: cuanto más "seguros" estaban de sus ideas (cuando más cerrados a Dios, en definitiva), más seguros estaban de que Jesús actuaba en nombre de Becelbú. Para éstos, la cruz fue la confirmación humana y divina de sus sospechas, de sus recelos, de su desconfianza.
Lo grave sería si también entre nosotros, hoy día, se dan esos o similares recelos y desconfianzas. Si no nos habremos construido demasiado fácilmente, demasiado "racionalmente" un cuadro de cómo es y actúa Dios y rechazamos todo lo que de ahí se salga; ciertamente que en esta ocasión le hemos dado al cuadro otros colores, otros matices; el cuadro lo hemos confeccionado con "elementos cristianos"; pero la cuestión es que no debe haber cuadro. Nosotros, sin embargo, parece que lo hemos hecho. Recordemos un texto del Concilio Vaticano II que ya nos es conocido: "...en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes en cuanto que... con los defectos de su vida religiosa, moral y social, han velado más bien que revelado el genuino rostro de Dios" (Gaudium et Spes, núm. 19).
Uno de estos "defectos de la vida religiosa" a los que hace referencia el Concilio bien puede ser, precisamente, éste de aferrarnos a un Dios pequeño y empequeñecido, tanto que incluso nos cabe en la cabeza; y eso, a mucha gente que busca sinceramente el genuino rostro de Dios, no les puede satisfacer en absoluto. También nosotros, si bien que de forma inconsciente, desconfiamos del Dios vivo y verdadero y nos entregamos a nuestros ídolos, hechos a nuestra medida, nuestro interés, nuestra conveniencia o nuestra ideología;
-nos emocionamos ante el Niño Jesús de los portales, pero apenas nos asomamos al misterio de amor y solidaridad que significa;
-rezamos el padrenuestro, pero apenas hay forma de que aceptemos realmente su voluntad, sobre todo en ciertas circunstancias;
-nos impresiona la cruz, pero la hemos suavizado haciéndola joya o adorno, porque como instrumento de tortura, como signo de hasta dónde puede llegar el hombre cuando rechaza a Dios, nos parece muy fuerte;
-nos admiramos ante el ejemplo de los santos, incluso quizás somos devotos suyos, pero expurgamos sus biografías para quedarnos con lo más espectacular y lo más inofensivo, y además nos negamos -con la excusa de que ellos son "otra cosa"- a intentar seguir sus ejemplos;
-afirmamos que a la resurrección sólo se llega tras la muerte, pero no hay quien nos haga comprender y vivir esas palabras que San Juan nos dice casi al final de su evangelio, refiriéndose a unas palabras que Jesús dirige a Pedro: "Dijo esto aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios" (Jn 21, 19).
TOMAR DECISIONES
Ante todo esto tenemos que tomas decisiones; urgentemente. Sobre todo tomar la decisión de no volver a creernos que ya conocemos a Dios aunque sea cierto que sabemos algunas cosas sobre él... pero no todas, ni mucho menos; de Dios sabemos más bien poco. Además a Dios, más que conocerlo hay que vivirlo, experimentarlo, relacionarnos con él; si cualquier ser vivo es capaz de sorprendernos, ¡cuánto más el Ser Vivo por excelencia! No, no debemos ser presuntuosos ante El. Sería un gran mal para nosotros mismos; nos autoinutilizaríamos para descubrir las mejores cosas que Dios nos puede mostrar. En concreto sería interesante que, por ejemplo en muchas de nuestras catequesis, rectificásemos algunas tendencias que tenemos:
-tener mucho cuidado con las definiciones, en el misterio de amor que es Dios;
-educar en la capacidad de sorprenderse;
-educar en la convicción de que Dios siempre está más allá y más por encima de todo lo que nosotros podamos decir de él;
-no dar nunca la impresión de que a Dios lo conocemos totalmente, sabemos cómo es, cómo piensa... como si fuese un ser cerrado y acabado en sí mismo;
-educar en la convicción de que Dios está vivo; más aún; él es la vida y, por tanto, tiene muchos "recursos";
-dar unos primeros elementos sobre la ambigüedad de Dios para que, cuando llegue el caso, sepan entenderla e interpretarla. Y se podría seguir. Con éstas pueden bastar para que reflexionemos siquiera un poco nuestra fe y sobre la fe que transmitimos.
Que nadie más siga "desconfiando" del Dios vivo y verdadero, aunque a veces nos resulte difícil comprenderle.
LUIS GRACIETA
DABAR 1988, 37
Oh Dios que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída; concede a tus fieles la verdadera alegría para que, quienes hemos sido librados de la esclavitud del pecado, alcancemos también la felicidad eterna.
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